En este convulso mundo actual han florecido toda clase de ladrones, ya lo saben ustedes. Amigos de lo ajeno, que se decía antes. Sólo que en otros tiempos los que ustedes y yo podríamos conocer se llamaban «Isabelo Pérez Pérez, El Pernales» (de hecho, todavía la LECrim —1882— obliga a consignar en las sentencias y autos los apodos por los que sean conocidos los reos), cuyas infracciones de derecho común podrían parecer honestas al lado de los actuales «Don Fulano Pérez, Director General de Tal y Cual, S.A.» o incluso «Diputado o Senador por el Partido Z». La gente protesta —pero poco más— y oye con agrado los cantos de sirena de aquellos que «pueden prometer y prometen» (de cumplir ni hablemos… o ni Pablemos, si ustedes quieren).
Pero hay un robo aún mucho mayor que se está perpetrando ante nuestras narices. Un robo que —debo suponer— están todos los partidos de acuerdo porque nadie protesta. No hay manifestaciones, no hay ruido. Como dice el celebérrimo merengue:
Y créanme gente que aunque hubo ruido nadie salió,
no hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró…
Es lo que podríamos llamar el robo de la memoria. Lagente cada vez recuerda menos lo que aprendió de pequeña. Y lo que es peor: desde las instancias culturales controladas por ya saben ustedes quién, se nos dice qué debemos recordar y cómo.
Observen en este sentido esas series «históricas» que ahora le ha dado por perpetrar a TVE. Cuando al poder le interesa que uno deje de ver una cuestión importante de una manera contraria a los intereses de aquél, aflora el dinero para filmar la correspondiente película (Mar adentro, para la eutanasia), o Isabel y Carlos (como revisión progre de algunos de los momentos estelares de nuestra historia). Así, tiemblo cuando se enfrenten a Felipe II. Series que dan una visión sesgada y naturalmente progre de la historia. Carlos V no es una figura egregia de nuestra historia, sino un saco de hormonas flamenco que llegó incluso a beneficiarse a su abuelastra. Al socaire de la humanización, lo presentan como un mozalbete de bragueta suelta. Es desandar el camino que se anduvo con el Cien figuras españolas, pero pasándose de frenada. Imagínense si alguna productora francesa perpetrara algo parecido con Napoleón. Toda Francia se sentiría ofendidísima por el trato que se hubiera dispensado al héroe corso. Obviamente, nadie se atreve a perpetrar algo así. Pero en España, lo que acertadamente llama Hermann Tertsch las «gentes de la cultura», son de otra pasta. Lógico.
Reblogueó esto en Ramrock's Blog.
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