El jueves 8 de marzo se celebraba el Día de la Mujer Trabajadora. Como hombre yo no tengo nada que objetar. Acepto que las mujeres se manifiesten en defensa de una mayor igualdad allí donde sea necesario. Pero en España, donde de acuerdo con organismos oficiales ocupamos el quinto lugar del mundo en la cosa igualitaria, manifestarse por eso suena a chirigota. Por ello, quienes ese día salieron a la calle lo hicieron por motivaciones muy distintas. En el manifiesto oficial de la huelga están expuestas bien a las claras esas motivaciones, que se resumen en dos: el «capitalismo» y el «heteropatriarcado de los machirulos». Excuso comentar la indigencia intelectual de dicho manifestó, contra el que poco ha servido que otras mujeres publicaran un contra-manifiesto porque el que ha tenido prácticamente toda la atención mediática ha sido el primero.
Para desmantelar ese artilugio manifestativo, hay que empezar por decir que la historia de la defensa de los derechos de nadie por el comunismo allí donde ha mandado es cortita:
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Si hablamos de ecología, efectivamente: muchos son sandías (verdes por fuera, rojos por dentro). Pero basta que uno les mencione el «accidente» de Chernobyl, cuyas consecuencias aún se dejan sentir, para que esos sandías se vuelvan del revés y se pongan rojos de ira.
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Pasemos a los derechos de los homosexuales.
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En la «culta» Europa occidental reciben todos los parabienes y los Estados suelen subvencionarlos con bonitas cantidades. Razón por la cual a los comunistas les interesa —por ahora— que empuñen la bandera de la hoz y el martillo y que, bajo su influjo, se promulguen leyes que vayan recortando el discurso público. Los consideran «avanzadilla del comunismo». Ello, no obstante, no impedirá que si algún día los comunistas llegan al poder se deshagan de ellos sin misericordia y los consideren unos degenerados burgueses o enfermos a los que naturalmente hay que encerrar.
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Eso sin contar los campos de trabajo que construyó el hiper-venerado (y asesino comunista) Che en Cuba. En tales campos, al modo de Dachau, rezaba la inscripción «El trabajo os hará hombres». Y no sería extraño encontrar otros campos de reeducación en China o Corea del Norte.
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Poco hay que decir de los derechos de los niños, cuando en la época de Stalin, el jefe de la NKVD, camarada Lavrenti Pávlovich Beria, era un pederasta reconocido… aunque, naturalmente, por ocupar el cargo que ocupaba, nadie podía decirlo en voz alta. Sin dejar de mencionar que, para la ortodoxia soviética, «homosexual» y «pederasta» eran lo mismo.
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Finalmente, y en lo que importa ahora, la historia del comunismo como defensor de los derechos de la mujer es corta también. Recomiendo la lectura del libro El principio de Eva (Ediciones B), de periodista alemana Eva Herman, condenada al ostracismo por ventilar opiniones nada correctas políticamente para que ustedes se den cuenta de hasta qué punto el comunismo, sus teóricos y sus «idiotas compañeros de viaje» odian a la mujer como tal mujer (al comunismo siempre le ha encantado que le siga gente que, de tener dos dedos de frente, estaría en contra).
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Estos son los disfraces actuales del comunismo. Habría que añadir el terrorista, pues el comunismo, cuando ha tomado el poder, ha sido por la fuerza: por las buenas jamás lo hubiera conseguido. Pero de la querencia entre el comunismo y el terrorismo, así como de la alianza entre comunismo e Islam hablaremos otro día.
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Teniendo en cuenta esta exposición, ¿qué coño (nunca mejor dicho) hacían Begoña Villacís (Cs) y Andrea Mármol (PP) empotradas en ese artilugio manifestativo? Lo que les ocurrió es sencillamente lo normal: son mujeres… pero no «del Partido». Como Angela Merkel, que ahora nos hemos enterado que también fue una mujer «del Partido». Al igual que los homosexuales, que si no son «del Partido», poco menos que los del Partido les pueden ignorar, insultar y lapidar, si se tercia.
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