Parece mentira que 43 años después sigamos hablando de un personaje que murió en 1975 y al que las generaciones presenten conocen poco o nada. Pero el tema tiene alguna más enjundia, porque ese personaje dejó un mausoleo. Para los sectarios cenutrios (los sectarios malvados sí conocen la verdad), no fue un mausoleo «en honor a su persona», sino en el que fueron enterrados muertos de ambos bandos. El segundo problema es que es un mausoleo católico, en la medida en que está coronado por una cruz que se ve a kilómetros.
Supongo que la línea de pensamiento de estos sectarios malvados es la siguiente: ¿de qué manera podemos «cerrar el Valle de los Caídos»? Hay una forma simple: se exhuma el cadáver del dictador y de algún otro personaje más al que los «nostálgicos del franquismo» se pudieran aferrar en caso dado (José Antonio, por ejemplo: algunos se llevarían una sorpresa si leyeran sus obras). La familia puede decir misa (nunca mejor dicho): tanto si quieren como si no, Franco sale del Valle. Y lo hacemos por Decreto-Ley, que tiene un inconveniente y dos ventajas:
- El inconveniente es que resulta difícil de justificar la extraordinaria y urgente necesidad que exige el art. 86 de la Constitución. De ser así, hubiera sido una de las primeras cosas que hubiera hecho… Felipe González.
- La primera ventaja es que reducimos las posibilidades de la familia de protestar ante la Justicia, por más que vulneremos su derecho a la tutela judicial efectiva.
- Y la segunda es que obligamos a los que se oponen a la decisión a retratarse, especialmente los fachas del PP y el extremo centro (gran aportación lingüística do pasmo de Palas do Rei) de C’s, en el momento de ratificar el Decreto-Ley.
Una vez eliminado el motivo de peregrinación, eliminamos a los monjes benedictinos a cargo del mausoleo. ¿Cómo? Podemos hacerlo a lo suave, a través de una CEE que no quiere tener problemas con el Estado y son unos cagaos; o podemos hacerlo a lo bruto, montando una manifa con el cuento de que «ese mausoleo es una vergüenza» (mira qué buena consigna) y lo quemamos.
Eliminado Franco y los monjes, ya no quedan obstáculos para borrar del mapa el mausoleo o, dinamitando la cruz, transformarlo en un parque temático en loor de la República contra la que se levantó el enano de la voz aflautada —así lo llaman los sectarios cenutrios; los malvados, que fueron a buenos colegios durante el franquismo y saben la verdad, dejan que los tontos les precedan y les hagan el trabajo sucio—.
Y así es como se eliminan, juntamente con la transmisión forzosa por vía educativa de una historia averiada y falsaria desde la más tierna edad, cuarenta años de historia de España. Lo de Fernando VII con los llamados tres años, una bagatela al lado de esto. Y el rencor con que ejecutan su damnatio memoriae, sabiendo que le deben lo que son y lo que sus padres y abuelos fueron, simplemente no tiene parangón en la historia. Salvo, quizá, con lo que hizo el separatismo vasco con las víctimas de ETA.
En nuestra situación, un Gobierno tendría otra clase de preocupaciones. Pero esto, naturalmente, no es un Gobierno.
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