No sé si decir que me hacen gracia o me dan pena algunos políticos. Para ellos –y para sus terminales mediáticos– todo está en acuñar alguna frase o latiguillo que los proles, ese «pueblo» o «gente» atontado y/o embrutecido del que habla Orwell en su celebérrimo 1984 –no se engañen: para esa chusma que nos desgobierna por delegación, no somos mucho más que los proles orwellianos–. Permítanme una cita de lo que Orwell describe y, si son honestos, empezarán a reconocer algo de lo que se dice:
Nacían, crecían en el arroyo, empezaban a trabajar a los doce años, pasaban por un breve período de belleza y deseo sexual, se casaban a los veinte años, empezaban a envejecer a los treinta y se morían casi todos ellos hacia los sesenta años. El duro trabajo físico, el cuidado del hogar y de los hijos, las mezquinas peleas entre vecinos, el cine, el fútbol, la cerveza y sobre todo, el juego, llenaban su horizonte mental. No era difícil mantenerlos a raya. Unos cuantos agentes de la Policía del Pensamiento circulaban entre ellos, esparciendo rumores falsos y eliminando a los pocos considerados capaces de convertirse en peligrosos; pero no se intentaba adoctrinarlos con la ideología del Partido. No era deseable que los proles tuvieran sentimientos políticos intensos. Todo lo que se les pedía era un patriotismo primitivo al que se recurría en caso de necesidad para que trabajaran horas extraordinarias o aceptaran raciones más pequeñas. E incluso cuando cundía entre ellos el descontento, como ocurría a veces, era un descontento que no servía para nada porque, por carecer de ideas generales, concentraban su instinto de rebeldía en quejas sobre minucias de la vida corriente. Los grandes males, ni los olían.
El problema al que se enfrentan estos comisionistas del poder de tres al cuarto es que cada vez quedan menos. Ahora la despoblación del centro del país es un problema. Hace veinte años no lo era. Pero ahora ya sí. El número de pueblos deshabitados aumenta, porque mueren las cuatro personas que quedaban en él. Los progres a sueldo del Partido Interior, igual que encontraron la expresión «España profunda» para etiquetar acontecimientos como los de Puerto Hurraco, han encontrado ahora la expresión «España vacía». Y es enternecedor ver cómo lloriquean los gobernantes políticos: «¡Nos estamos quedando sin votantes!».
Naturalmente, nadie va a reconocer las causas. La primera de ellas, que se ha jugado a la ruleta rusa con la demografía. ¿Cómo ha sido eso posible? Bueno, hay un montón de hechos y causas que nos llevan a este hecho. Pero para fijar un punto de partida, pongámoslo en el malhadado informe NSSM 200, pergeñado por el no menos malhadado Heinrich Kissinger (con el que hasta Hitler podría estar de acuerdo) en 1974 y que al año siguiente Gerald Ford adoptó como política de Estado. ¿Cuál es la tesis básica de ese informe? Muy rápido, como dirían Les Luthiers: «Somos muchos y tocamos a muy poco». Parece mentira que esto se estuviera gestando en el período del baby boom, pero así reza el informe:
La tesis básica de la exposición fue que el crecimiento de la población en los países menos desarrollados (PMA) representaba una preocupación de seguridad nacional de EE.UU., ya que incrementaría el riesgo de disturbios civiles e inestabilidad política en los países que tenían un alto potencial para el desarrollo económico. La política da «máxima importancia» a las medidas de control poblacional, y a la promoción de la anticoncepción entre países muy poblados, para controlar el rápido crecimiento poblacional, que los EE.UU. considera perjudicial para el crecimiento socio-político y económico de estos países y de los intereses nacionales de EE.UU., ya que la «economía de los EE.UU. requerirá grandes y crecientes cantidades de minerales del extranjero», y estos países pueden producir fuerzas desestabilizadoras de oposición en contra de Estados Unidos. Recomienda a los líderes de EE.UU. «influir en los líderes nacionales» y que «un mejorado apoyo mundial a los esfuerzos relacionados con la población, debe buscarse a través de un mayor énfasis en los medios de comunicación masiva y otros programas de educación y motivación de la población, por la ONU, USIA y la USAID. (Tomado de Wikipedia)
Pero esto, en los países occidentales, se ha traducido en otra cosa. Manteniendo el propósito original (reducción de la población) se han producido derivadas indeseables.