Las mañanas de Federico casi nunca dejan de depararme sorpresas. Ahora resulta que un servidor, por defender la vida y la familia frente al aborto (y el divorcio-capricho y la eutanasia) y la ingeniería social LGTB, es un integrista católico. Por pedir que el Estado ayude a las familias numerosas soy una especie de monstruo de la carcundia. De eso me enteré hace dos días.
Que sí, que está muy bien que Federico critique la abducción de VOX por HazteOír, el Yunque y otras hierbas integristas católicas –desgraciadamente las hay, aunque no ametrallen las redacciones de los diarios que no les gustan–. Particularmente, a mí tampoco me gusta la versión rigorista y formalista del catolicismo que propugnan, la del malleus maleficarum, porque olvida interesadamente algo que Jesucristo dijo respecto del poder terrenal: Regnum meum non est de hoc mundo (Jn 18:36). El poder de éstos, en cambio, sí que es de este mundo, por mucho que quieran vestirlo con ropajes «divinos».
Hasta admito que Federico se burle –sin pasarse– de Rocío Monasterio y de su «obsesión por la natalidad y la familia» como si esta obsesión fuera un rorro. Resulta que, en la facción integrista, su poder y su dinero van en proporción directa a su hipocresía en materia de religión. Y si me dijeran que van azuzados por miembros de la Curia y ratas de sacristía a los que les fastidia que el poder de Jesucristo «non est de hoc mundo», tampoco me sorprendería demasiado. De todos modos, a la futura marquesa consorte de Valtierra hay que reconocerle la coherencia: tiene cuatro hijos, aunque se los cuiden para que ella pueda dedicarse a la política y no esconda vergonzantemente, como otras, que tiene servicio.
Pero ahora viene la gran pregunta: si no defendemos la natalidad y la familia propias, ¿cómo creen Federico y otros libegales de vía estrecha que habrá españoles prestos a defender la «Nación española»? ¿Importándolos del otro lado del charco y vendiendo como «evolución» la degradación de lo específicamente español, que es lo que hacen la izquierda y la derecha lacayas del NOM? Tengo un gran respeto por nuestros hermanos del otro lado del charco, de verdad; pero si es posible, prefiero ayudarlos en su país.
Resumiendo: aunque uno pueda burlarse del «integrismo católico», lo cierto es que defender la vida, la natalidad y la familia cuando nuestro crecimiento vegetativo está bajo cero no es una mala idea. Hasta para los libegales y minarquistas con ínfulas (ésos que defienden la teoría del «Estado mínimo» y que suelen ser, curiosamente, gente de pasta) si quieren tener un ejército que defienda lo suyo y que no van a conseguir a golpe de talonario.