Dado que ha pasado algún tiempo desde que escribí la última entrada y que los tiempos corren vertiginosamente hacia alguna parte, han pasado unas cuantas cosas y será necesario ir por orden.
Lo primero de todo, la más que esperable caradura de Rita-me-irrita. La concejala podemita ha dado la nota varias veces. La primera vez, entrando en la capilla de la Complutense berreando consignas anticatólicas (que no «laicistas», como algunos pretenden). Y la segunda, negando en el juicio correspondiente haberlo hecho cuando está más que probado, grabado y fotografiado que esa tipa incurrió en el supuesto de hecho penado por el art. 525.1 del CP.
Lo mejor de la segunda parte ha sido, con todo, el tono con que lo ha negado. Uno la escucha y cree estar reviviendo la misma escena, pero ante la directora del colegio de monjas al que seguramente fue en su infancia, como si la hubieran pillado fumando en el lavabo: «No, no hice tal cosa». «No, no hice tal otra». Con la cabeza baja y la voz sumisa, como era la costumbre entonces. Y la Justicia, aplicando el Código Penal, le ha impuesto una pena de multa. Cuatro mil euritos del ala, que no van a suponer quebranto alguno para su partido, ya que reciben millones de Irán y de Venezuela. Bien es verdad que Belloch, el ministro bajo cuyo mandato se promulgó el pomposamente llamado «Código penal de la democracia», se preocupo muy mucho de que la multa fuera pequeñita. Así, contentos todos: el reo, porque no le iba a suponer un problema el pagarla y las acusaciones, porque así «se habría hecho justicia». Como siempre, sería interesante echar un vistazo al Derecho comparado; pero eso es algo que aquí a nadie se le pasa por la imaginación.
El espectáculo ha seguido aún más. Rita-me-irrita, en declaraciones posteriores al juicio, confundido interesadamente «libertad de expresión» con «infracción contenida en el Código Penal». Doña Rojelia, que ya no es juez, recordemos, sino pensionista del Ministerio de Justicia, ha dicho poco menos que la sentencia era un atropello contra la «libertad de expresión». Y Javier Barbero, el concejal que aplaude los escraches salvo cuando van dirigidos a él, definiéndose como «católico practicante» y diciendo que «él no se sentía ofendido». Y la guinda para el final: Rita Maestre no dimite, después de haber afirmado categóricamente que si era imputada o condenada, iba a hacerlo.
Esta gentuza no tiene ningún sentido de la medida ni del ridículo. Lo mismo que esos católicos despistaos que andan de podemitas. No tengo noticia de que se hayan manifestado en contra de Rita-me-irrita. Ni tampoco contra la ofensiva laicista rampante y promovida hoy ya desde instancias oficiales.
Más aún. Ya denunciábamos en este blog el Padrenuestro blasfemo de Dolors Miquel, que queriéndole dar un toque «feminista» se pasó como cien pueblos. Ahora hay más: los alcaldes y concejales podemitas dejan de subvencionar tradiciones simplemente porque son católicas. Digamos que no me parece mal que el presidente de la Generalitat Valenciana felicite el Ramadán a los musulmanes, siempre que haga lo propio con los católicos valencianos, para los cuales también gobierna, por si no se ha enterado aún. Pero no sólo ocurren cosas en Valencia. En Cádiz, en Zaragoza…
Lo lamentable de todo es, como les vengo diciendo desde hace mucho, que enfrente no hay nadie. El PP está enfrascado en la geshtión y esto, naturalmente, son «cosas menores». A ellos les está bien, porque todos los meses cuentan dinero. Pueden, como Mariano, decir que eso no va con ellos y acudir todos los jueves a la tenida. Pero para mucha otra gente cuya realidad no es precisamente el dinero, sino estirar el cumquibus para que alcance a fin de mes, lo que les queda son las tradiciones. Y por mucho que las pretendan sustituir con el fúrbo («al pueblo le basta con unos ídolos a los que adorar»: clasistas de mierda), nada hay comparable a la emoción de las procesiones de Semana Santa en las distintas ciudades de España: Sevilla, Murcia, Valladolid… Cualquiera de ellas tiene una belleza plástica inigualable, que ningún de esos cenutrios tiene derecho a hurtar al pueblo.
Señor Kichi, señora Rita Maestre y demás pelabaudios: si no les gusta la Semana Santa, cojan el coche, lárguense (con cargo a su presupuesto, no al erario público) y no vuelvan en toda la Semana Santa. Nadie los necesita.