Siguiendo la estela de la entrada anterior, quisiera comentar el artículo que ha publicado hoy Isabel San Sebastián sobre esta cuestión. O mejor dicho, ampliarlo. Porque habla mucho de «los derechos de la mujer», sobre todo de la que «trabaja»… pero menciona y de pasada aquellas mujeres que han decidido, en uso de su libertad, ser «sólo madres». Tal vez no sea así, pero noto una especie de pudor esencial cuando se trata de esas madres que se quedan en casa. Parece una «norma social» el hecho de que para ser alguien «válido» (¿quién decide esa validez y con qué criterios?) uno tiene que «trabajar fuera de casa». «Autorrealizarse», que dicen las feminazis y los libros de autoayuda femenina. Es como si, en el fondo, aquella mujer que es «sólo madre» sea una especie de dinosaurio, una especie en extinción. Y en todo caso, una retrasada mental porque «renuncia a autorrealizarse», para seguir con el vocabulario feminazi políticamente correcto.
Baste decir, para empezar, que ser madre es una vocación. Como ser médico, o soldado, o cocinero (hay madres que son las tres cosas). Ser madre —como ser padre, ya que estamos— es mucho más que dar a luz a una criatura. Es acompañarla en su progreso por la vida hasta que ya se puede valer por sí misma. Quien no es padre o madre no sabe eso y suelta gilipolleces como la que les he compartido en la entrada anterior. No sabe de los desvelos que una madre prodiga para que sus niños vayan siempre por el buen camino. No sabe de las lágrimas de una madre por su hijito enfermo y moribundo…
(texto aquí)
También sería apropiado hablar aquí del odio que profesan sociedades presuntamente avanzadas a los niños. Por lo que yo deduzco, he leído y me han contado, en esas sociedades se estimula un determinado modelo de niño: el niño-mascota. Ese niño habla sólo cuando le preguntan, no se ensucia y si lo hace sabe dónde puede hacerlo, no chilla, no levanta la voz. Vamos, como un cachorrito bien educado y no como un niño. Supongo que la diferencia está en que abandonar a un animal de compañía porque se ha portado mal no es un delito, y abandonar a un niño sí lo es porque a diferencia de lo que ocurre con un animal, uno no se divorcia de los hijos, aunque sí lo haga del cabrón de su marido o la puta de su mujer. «Los niños siempre causan problemas», dice la voz de la sociedad. La solución es sencillísima: no se tienen. Y si por llegar van a causar problemas, se eliminan también.
El odio a los niños tiene una segunda parte. Ellos son los que hacen que una pareja cambie irremisiblemente: ya no son una pareja de jóvenes enamorados que todo el tiempo se están diciendo: «¡No puedo vivir sin ti!». Ahora son familia. Y la dinámica que se constela entre esos tres elementos (o cuatro, o los que haya) es completamente y para siempre distinta de la anterior. Como si un mal día, un sargento Highway se presentara en su casa y les dijera: «He venido a comunicaros que la vida tal y como la habéis conocido se ha terminado». Desde luego que es así: por lo menos, para los próximos veinte años.
Lo que quiero decir con eso es que la voz de la sociedad (en realidad, de los ingenieros sociales tras esas frases tronadas) elimina a los niños de la ecuación porque sencillamente odia a la familia. ¿Y por qué? Porque la familia es un bastión que se yergue contra la influencia del Estado, sobre todo cuando éste tiene tics cada vez más totalitarios. No se explica de otra manera la implacable persecución de los homeschoolers, o de los colegios concertados, que no siguen el modelo estatal de centrifugado de mentes infantiles, aunque para eso habría que dedicar otra entrada. Como también habría que dedicar una entrada a aquellas personas emocionalmente taradas a quienes el poder político pone al frente de instituciones (teóricamente) dedicadas a la protección del menor, o educativas, simplemente para agrandar el problema sin dar ninguna solución.
En cualquier caso, feliz Día de la Madre a aquellas mujeres que conscientemente decidieron ser «sólo madres». Nadie les va a pagar el impagable y callado trabajo que llevan a cabo para que sus hijos sean personas de provecho en una sociedad descarnada, en la que poco a poco se van proscribiendo el amor y el cariño, al efecto de ser buenos súbditos del terrorífico Estado totalitario que vislumbrara George Orwell en 1984. Por lo menos, cuando lleguemos a él nadie podrá decir que no estaba avisado.
Muchas gracias, Luis, por esta entrada tan profunda y bella. Todas las madres te estamos muy agradecidas.
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Algunos padres tenemos el gusto y la satisfación de compartir techo, plato y cama con esas personas tan abnegadas que renuncian a todo por su familia. Estoy orgulloso y enamorado de mi esposa que no desfallece ante nada por mis hijas. Ambos eatamos convencidos de cual es el camino a seguir, por que antes nos lo indicaron otra seres maravillosos, los padres, y ahora nos toca mostrarlo a los siguientes, l@s hij@s. La verdad sólo tiene un camino y lo demás son experimentos de la sociedad que no dan buenas soluciones a las personas. El divorcio, el aborto, los hijos postizos de los matrimonios gays, etc. , sobre todo los dos últimos, creo que son el fracaso uno y la vanidad lo otro de personas que no aman a sus semejantes. Una madre y un padre auténticos saben lo que es amor y lo transmiten a sus hijos.
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Para mí el divorcio es algo inevitable cuando, como dice Jesucristo, se «construye sobre la arena» (Mt 7, 24-25). Es un fracaso para los padres y una tragedia para los niños, sobre todo si son pequeños. En cuanto al aborto y a la eutanasia, son una aberración totalitaria en la que resuena aquel «y seréis como dioses» (Gn 3,5), que le dijo la serpiente a Adán y Eva.
Saludos primaverales y rinítico-alérgicos,
Aguador.
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