Me tendrán que perdonar que de un tema tan importante como el juicio del 1-O haya esperado hasta ahora para escribir algo. Vaya por delante que no tengo ninguna confianza en que la Justicia castigue a los verdaderos culpables de la cosa. Siempre he mantenido la opinión –y hasta ahora los hechos no la han desmentido– que la Justicia funciona razonablemente bien mientras la política no se interponga en su camino; y que en cuanto esto sucede, empiezan a ocurrir cosas raras. Hay ejemplos donde elegir: el 11-M, el caso de Marta del Castillo, el caso del 3-per-cent… No sé, de verdad hay mucho. Y todos cumplen esa regla.
Hoy la atención mediática está dirigida a ese no-referéndum que tuvo lugar el 1-O en Cataluña y que en varias poblaciones se saldó con agresiones de diverso grado a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. En teoría los Mossos d’Esquadra pertenecen a ese conjunto; pero visto lo visto, después del 1-O resulta difícil sostener semejante afirmación.
A estas alturas del juicio oral ya podemos trazar una línea divisoria muy importante: la que separa a los peces gordos del resto. No tanto del lado separatista, sino del presuntamente nacional. Los peces gordos nacionales se han apuntado todos a la estrategia Cristina: «no-sé-no-me-acuerdo-no-me-consta». Toditos ellos: Mariano, Soraya, Montoro y Zoido. Ellos no se enteraron de nada. Y esto te lo dicen nada menos que un señor que fue Presidente del Gobierno, una señora que era ni más ni menos que la «jefa de los espías», un tercero que era el que soltaba la pasta con la que el golpe de Estado se iba financiando poco a poco y un señor con el «mando supremo» de las FCSE. Demencial. Podemos añadir a esa lista a Enric Millo, otro que no se enteraba de nada pero que sacó a relucir lo mejor de sus (malas) costumbres democristianas catalanas. Y que a la sazón ejercía de Delegado del Gobierno.
Quizá por ello los mandos intermedios llamados a declarar se dijeron a sí mismos: «Bueno, si los jefes no van a ir a la trena por lo que efectivamente han dejado de hacer y por mentir sobre el particular, yo tampoco voy a ir por respaldar las mentiras y no colaborar con el Tribunal». Y de los cuadros medios hacia abajo se han liado a contar lo que de verdad pasó, con algunos detalles espeluznantes (por ejemplo, los de la Letrada de la AJ que acosada y aterrorizada por las turbas separatistas en la Conselleria d’Economia y que tuvo que salir por el tejado).
Las preguntas se agolpan en este platillo de la balanza; pero la principal de todas es, como señalara Ray Bradbury, por qué. Responder a esa pregunta explicaría, entre tantas otras cosas, por qué el PP tiró a la basura durante cuatro años una mayoría absoluta que obtuvo cuando prometió cambiar de rumbo la deriva zapatera –es verdad que no la aceleró, pero tampoco hizo nada para detener su inercia–. Y así conoceríamos el peso real de la herencia con la que tiene que cargar Casado, que ya vemos que es muy pesada.