El lujo de la verdad


No sabía cómo titular esta entrada, pero en función de lo que quiero hablar en ella, el que reza es un título bastante acertado, más en estos tiempos que corren. Vaya por delante que la frase completa sería «la verdad es el lujo de unos pocos», lo que significa, correlativamente, que hay un montón de mindundis, como ustedes y yo, que no tenemos derecho a ella. Casi siempre ha sido así, de hecho; pero la novedad de estos días es que ni siquiera se molestan en ocultarlo. Tenemos derecho, eso sí, a dos versiones de la verdad: una positiva y otra negativa, ambas igualmente falsas. Si hay que creer al ex-financiero (y granuja) alemán convertido hoy en fervoroso católico Florian Homm, de ese privilegio/lujo de la verdad no disfrutan más allá de cincuenta personas en todo el mundo.

En esta entrada quisiera hablar un poco de quienes deberían contar la verdad: es decir, nuevamente de los periodistas. Si algo ha puesto de manifiesto el COVID-19, aparte de las mentiras del Gobierno incluso antes de declararse la crisis (recordemos que este desgobierno se formó entre el 12 y el 13 de enero), es que la profesión periodística se divide en España en tres grandes grupos:

a) Los vendidos: básicamente, los que siguen la línea editorial del Gobierno. Que a lo mejor es la línea editorial del Bilderberg o de cualquiera de esos tipos que, al parecer, mueven un pulgar y mueren 45.000 personas en un país desventurado como el nuestro. Ellos se encargan de decirles a ustedes que «la culpa es de…». Bueno, de «la derecha», de «Díaz Ayuso» (hablaremos de ella en una próxima entrada), «de Trump»… vamos, de cualquiera que esté en la lista negra, pero no de los verdaderos culpables. Y naturalmente, la televisión antes llamada «pública» y a la que se le ha caído la «L» (de «pública», se entiende), también conocida como «Televisión Expañola» o «Televisión Espantosa», según quien hable de ella. Y parte del conglomerado de periodismo en papel, ondas hertzianas o digital. Ninguno de ésos les va a decir la verdad; y su lamentable papel se reduce a ser beneficiarios de filtraciones, no pocas veces envenenadas y recocidas que no se compadecen con la verdad ni por error.

b) Los de la nómina. Con esta expresión me refiero a esos periodistas a sueldo de los partidos. Periodistas que, sea por la razón que sea (crematística o de otro tipo) deciden que su lugar al sol se halla bajo las siglas de un partido político. Al decir de D. Francisco Rubiales Moreno (cito de memoria, así que mis palabras son non sic), son los «escuderos que se dedican a justificar las acciones de sus señores feudales, inventando explicaciones plausibles pero no necesariamente ciertas para aquéllos». También son HMV; pero cabe esperar que, si al Partido le conviene, puedan decir de vez en cuando la verdad. Es decir: toda la verdad, pero sólo de vez en cuando.

c) Los hijos de Mayra Gómez Kemp. Vaya por delante que no está en nuestro ánimo burlarnos de la popular presentadora que fue del «Un, dos, tres», ni mucho menos. Bajo este rótulo incluyo a medios que no siguen la línea editorial del Bilderberg, ni están adscritos a la nómina de un partido, pero cuidado: precisamente por eso tienen que medir sus palabras (¿en «democracia» existe la censura previa o la autocensura? En España sí, pero hace mucho que esto no es una democracia). Por eso, estos medios pueden decir la verdad, pero con el latiguillo de la popular presentadora «… y hasta aquí puedo leer». No vaya a ser que por leer la tarjeta completa les cierren el chiringuito. Por eso uno les escucha referirse incansablemente al pim-pam-pum nacional y nada más que a éste, sin atreverse a tirar por elevación, porque eso «está por demostrarse» y «nosotros no somos conspiranoicos, oiga usted». Es decir: la verdad sí, pero sólo migajas, por si acaso.

El fenómeno curioso es que algún partido está «pescando» entre periodistas de este tercer grupo. Quizá sea casual; pero sabiendo como sabemos que nada en política es casual, me atreveré a reflexionar sobre sus posibles efectos. En primer lugar, un efecto inmediato: pongamos que el periodista «pescado» trabaja en una empresa que tiene problemas económicos y cuyo director empieza a hablar de «sacrificios» y a decir «todos hemos de arrimar el hombro y hemos de bajarnos el sueldo, empezando por mí mismo». Da igual si ese periodista dijo a) «No quiero renunciar a mi nivel de vida» o b) «Tengo que dar de comer a mi familia». El efecto inmediato es «adiós».

Y luego, un segundo efecto más preocupante, con dos derivadas. La primera, que el periodista «pescado» pierde su libertad de expresión a cambio de unos cuantos euros más al mes. Sufren la libertad y la verdad, aunque ya sabemos que la ética no es un punto fuerte en tiempos de crisis. Y la segunda, más de fondo, es la pérdida de capital humano de dicha empresa: si los «mejores» de esa empresa se van, ¿qué es lo que queda? Así, gracias a ese abrazo del oso, ese medio que trata de ser independiente acabará cerrando tarde o temprano si no tiene cantera. Y así, también, la posibilidad incluso parcial de conocer la verdad, se aleja un poco más. Para produtos LOGSE: no es muy diferente al fenómeno del vampirismo futbolístico de los «grandes equipos» respecto de los de Segunda o Tercera División.

Para la memoria histórica: así es como acabaron con Intereconomía TV, medio rampantemente crítico en tiempos. Ese grupo de comunicación fue el que ─lo quieran reconocer o no─ ayudó a Rajoy a sentarse en Moncloa. Pero ai las! El mismo Rajoy les asestó el hachazo, bien sea porque le molestaban como compañía o bien porque recibió órdenes («Yo no soy más que un mandao»). El abrazo del oso se lo hizo 13TV, teledirigida desde Génova, 13, a lo que se unieron unas cuantas decisiones erróneas estratégicas y de otro tipo. La «justicia poética», si es que se puede hablar de tal cosa en este caso, es que ahora 13TV languidece (ni las misas que emite tienen poder de convocatoria, ni mucho menos los westerns de todo a cien). Es una manera muy democrática de terminar con un medio crítico, e incluso más refinada que la utilizada en tiempos para acabar con Diario 16.

Queda un último grupo, el de los periodistas sin adscripción, que son en mi opinión los verdaderamente independientes, cuya distancia del poder es más o menos la misma que hay desde el Sol hasta la llamada Nube de Oort. Vamos, en las cercanías del muro de los hielos galácticos. Hacen un trabajo meritorio, son censurados y «ninguneados» por el «mainstream» un día sí e outro tamén, han mandado a tomar viento la posibilidad de tener una vida privada y a veces pagan ese sacrificio con su propia vida. También son la causa de que hayan surgido como setas unas autodenominadas «entidades de censura verificación» ─ejemplo, Newtrola o Marditazeamiehtampa─ para señalar a los desafectos. ¿Vale la pena pagar con la vida o la hacienda el hecho de que la verdad brille y produzca plenos efectos? Eso es lo que muchos deberían preguntarse.

Falta por decir una cosa más: cuando controlas los medios de comunicación, el que los controla, al modo de Octave Parango (magníficamente interpretado por Jean Dujardin), puede decirte a la cara: «Te voy a decir de qué vas a hablar dentro de un mes y ahora mismo hablarás de lo que a mí me dé la gana».

Gotas que me vais dejando...

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