Quería yo seguir comentando los resultados de las elecciones andaluzas; pero como siempre en estos casos, manda la actualidad. Así que lo que vamos a hacer es proyectarnos hacia el año que viene, el super-año electoral. El año en que los batuecos decidiremos si cambiamos de alcalde o no a lo largo y a lo ancho de la geografía española. Además, el año en que decidiremos si largamos a Pedro Sánchez Pérez-Castejón al planeta Marte o más allá de Neptuno.
Tengo pocas dudas de que el color del Gobierno cambiará el año próximo. O para ser más exactos, en 2024: teniendo en cuenta que los cuatro años de legislatura se cumplen el 10 de noviembre, ese día se disolverán las Cortes. Con el rollo de la campaña electoral nos podemos tirar otro mes, contando que hay vacaciones de Navidad (solsticio de invierno para rojelios, masones y ateos en general). Así las cosas, el nuevo presidente (previsiblemente Feijóo) no se sentará en la poltrona hasta mediados de febrero de 2024.
El primer aviso de este cambio (mené, mené) lo dio Ayuso, que arrasó en Madrid con una aplastante mayoría absoluta y un incomprensible disgusto de la planta innoble de Génova, 13, ya suficientemente explicado. El segundo aviso (tekel) lo dio Castilla-León, con la ayuda de Vox y a pesar de la aparición de partidos como Soria Ya u otros de la mal llamada «España vaciada», alineados con el pobre Tudanca. Todos ellos juntos no consiguieron desalojar a Mañueco del sillón de la Junta. Tudanca se desgañita ahora chillando poco menos que «¡Gobernáis con los franquistas!», sin que nadie le haga caso. Y ahora ha sido Moreno Bonilla el que ha escrito la palabra uparsin en los muros de Moncloa con una sorprendente mayoría absoluta, tan aplastante esta vez que ni siquiera necesita a los verde limón.
Con todos estos anuncios y avisos, algunos barones socialistas se han puesto muy nerviosos, sabedores de que se la juegan en un tiempo relativamente breve. Pero, curiosamente, no hay ruido de sables en la casa Harkonnen. Emiliano García Page susurra apenas audiblemente «Este tío nos va a llevar al hoyo»; pero nadie más se atreve a decir nada, por miedo a que le apliquen la regla Arfonzo («Er que ze muee no zale en la afoto»). ¿Y Pedro Sánchez? Feliz como una lombriz, porque ya tiene su plan B de escape y huida. Plan que, naturalmente, siendo como es él, sólo le incluye a él y a su señora, Begoña-la-de-coña.
Que sí, que luego está intentando acabar con la independencia de las instituciones, empezando por el Tribunal de Cuentas, luego el CNI, luego Indra (recuerden: la que cuenta los votos) y ahora, últimamente, se empeña en doblegar al CGPJ. Va intentando colocar a los suyos para que:
a) la Administración se siga moviendo en los parámetros socialcomunistas, haciendo de paso favores a los enemigos de la nación; o bien
b) esos bien colocados pongan palos en las ruedas a quien quiera desandar ese camino.
Si lo consigue, tarea le mando al próximo ocupante de Moncloa en cuanto a desenredar la madeja tejida por este presidente que ya se sabe saliente. Pero lo importante es él, que si fuera más humilde le bastarían los 80.000 del ala que cobrará cada año como expresidente del Gobierno: si Carmen Calvo, esa inútil y sectaria que tuvimos de vicepresidenta con PS y de menestra de Al-Kurturah con ZP, cobra su «pensión» después de haber berreado «qué hay de lo mío», con mayor razón la cobraría PS. Ya me imagino a este individuo engolando la voz y poniéndose ridículo solemne: «Ana (Pastor, periodista bayadera de PS), es de toda justicia y razón que yo cobre una cantidad por mis servicios a la nación». Claro que allí donde dice «servicios» debería decir «sevicias», lo que quedaría bastante más exacto.
Es sabido que, en España, el mes de agosto es el de las fechorías. Mientras Juan Español está de vacaciones (o, siendo caritativos, el que pueda estarlo), la casta gobernante se dedica a preparar los palos que van a llegar en septiembre. Aunque sea ya un clásico, recordemos que la fechoría de 1985 fue la «nueva LOPJ», con cuya promulgación se ufanaba entonces Alfonso Guerra de que «jemo enterrao a Montehquié». La de este año van a ser probablemente de tipo fiscal, de «captación» (atraco) de rentas. ¿Lo peor? Que vendrá Feijóo y no lo va a derogar, pues al PP todo lo que hace la pesoe le parece bien. A veces se resiste un poco, por aquello de la «diferenciación de la marca»; pero son volutas de humo rápidamente desaparecidas.
Y así, mientras se desata una ola de calor y se queman miles de hectáreas de bosque sin que nadie nos explique por qué ocurre (olvídense de las peregrinas alusiones al «calentamiento global», «cambio climático» y sandeces similares) y mucho menos acepte ningún tipo de responsabilidad sobre el particular, España sigue su camino hacia la ruina «al paso alegre del socialismo». Que, como dijeran en La vida de Brian: «¿La paz? ¡Que te folle un pez!».
Un comentario en “Olor a muerto”