Patriotismo

Era lo que nos faltaba por ver. Z, rodeado de banderas españolas, apela al patriotismo para que cerremos los ojos al estado verdadero de la nación. Como si él, al igual que Chávez, que apareció con un chándal cruzado con la bandera de Venezuela para decir sus cositas, se hubiese envuelto en la bandera. Obviamente, es una provocación, como diciendo: «¿Veis? Yo también puedo sacar a pasear la bandera». Lo malo es que ya no engaña a nadie y aunque se rodeara de veinte mil banderas, seguiría siendo lo que es.

Claro que después hay que analizar para qué se envolvió en la bandera, ésa que siempre le ha producido urticaria. Y lo hizo, en resumidas cuentas, con una doble intención: primero, para seguir diciendo que la economía «va de película» y segundo, para calificar de antipatriota a quien no vea las cosas como él las ve.

Por esa regla de tres, hay que calificar de antipatriota a quien se queja de que los productos de primera necesidad han aumentado su precio más que ostensiblemente: el pan, la leche, la carne (creo que la de conejo también). Y a quien dice que la economía no va tan bien como se cree. Y no me refiero a Rajoy, claro (siempre se podría acusarle de hablar por puro interés electoral), sino a los especialistas de la cosa económica, que escriben en revistas dentro o fuera del país y que ya hace tiempo anunciaban la crisis debida a la desaceleración del sector de la construcción.

Todos ellos son malos patriotas, por supuesto. Y la Iglesia, no digamos. Todo el que está en contra del Gobierno aunque en ocasiones no se manifieste específicamente contra él, es un mal patriota. Pretenden así acallar las voces discrepantes (rasgo totalitario) mientras el país va entrando lentamente (o no tan lentamente) en la recesión. Cortinas de humo, que los cyberprogrevoluntarios ayudan a extender cuando uno los lee en los blogs acusando de «malos patriotas» a los criticones y de paso hablando de tiempos pretéritos, como si la huida hacia el pasado les librara de toda crítica en el presente. O tratando de decir que quien no está con el desgobierno zapateril es facha pepero, cuando la persona aludida ni pertenece al PP (ya quisiera Rajoy que todos aquellos a quienes los progres tildan de fachas peperos estuvieran dentro de su partido) ni mucho menos llegó a tiempo de hacerse «facha» o «franquista» (en las jíbaras cabezas progres, «facha», «franquista» y «no socialista» vienen a significar lo mismo).

¿Pero qué importa? Estamos metidos de lleno en el circo electoral y cualquier afirmación que se lance desde el gobierno tiene como último objeto despistar la atención. ¿Qué importa que suban las patatas si le puedo dar en los morros a ese facha / rojo de mierda? Los españoles siempre hemos poseído ese gen cainita, que durante los siglos XIX y XX se manifestó con especial virulencia. Siempre nos han perdido esas palabras. Sólo un presidente irresponsable y accidental como Z puede basar su política en atizar los viejos conceptos, esos que nos llevaron a la trinchera hace 72 años. Y miren qué fácilmente se distrae al pueblo. Al desgobierno zapateril le sale gratis atizar la discordia entre sus ciudadanos-súbditos, para que éstos no se den cuenta de que lo hace rematadamente mal y se unan para echarlo. Pues miren por dónde, eso sí sería patriotismo habida cuenta de las circunstancias.

Queremos un presidente que no evite mirar cara a cara los problemas de España, ésa en la que Z no cree. Y que aplique las soluciones necesarias al caso. Ahí sí que Z ha sido verdaderamente marxista y pre-Suresnes ’73. Z ha sido «marxista», sí, pero de Groucho. Recordemos al gran hombre…

La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.

Este axioma ha sido llevado a la práctica hasta el paroxismo en esta legislatura. Al mordaz cómico estadounidense le faltó especificar que «hacer un diagnóstico falso» incluye, en acepción que hemos conocido en esta legislatura, culpar de los problemas (que son esencialmente fallos propios) a la oposición. Porque para el P(SOE), el PP es culpable hasta de la pérdida de la Armada Invencible (y eso que ahora no gobierna).

Teniendo en cuenta cómo está el patio, posiblemente sea época de ajuste duro, pero así ocurrió durante la etapa de Aznar y salimos bastante bien parados. Pero por desgracia, ni Solbes es Rodrigo Rato (¡hostiaspedrín!), ni Elenita Espinosa es Loyola de Palacio (nuestra mejor valedora en Europa, por cierto). No sabemos si Rajoy puede ser ese presidente. Pero sí sabemos que Z no lo es.

Mientras tanto, sepa usted que si critica la marcha de la economía española, aun diciendo la verdad, es usted un mal patriota y un asqueroso derrotista. Y que a los derrotistas, en tiempo de guerra y cuando las cosas van mal, se los fusila. O cualquier otra acepción admitida en esta partitocracia que padecemos desde que en 1982 el P(SOE) ganó las elecciones.

Dolores de parto

Hay que ver, hay que ver lo que le cuesta a un progre decir «España». La prueba está en que Z ha tenido que ir de forma sorprendente e inopinada a retratarse con el Ejército después de que el Rey le tomase la delantera yéndose a Afganistán. Mucho «Gobierno de España», sí; pero a la hora de la verdad, quién sabe por qué se le lengua la traba a nuestro inefable y es que… caramba, no le sale. Eso sí, menos mal que se acordó de brindar por el Rey, a quien está deseando sustituir como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Pero lo de España, como que no. Naturalmente, ha sido un «lapsus», al igual que lo de la T-4 fue un «accidente». Tuvo que ser un soldado anónimo el que gritara «¡Viva España!», que fue secundado por toda la tropa como un solo hombre, como es de rigor.

Hay que comprender al pobre Z. Si Dios quiere, le quedan ya dos meses en Moncloa. Y no puede aprovechar la coyuntura de un nuevo atentado de Al-Qaeda para mantenerse allí, porque esta vez el atentado se perpetraría contra él. Claro que si tal sucediese, posiblemente la COPE, El Mundo y La Razón pusieran el grito en el cielo, pero no habría manifestantes que asaltaran las sedes del PSOE, ni caceroladas violando la jornada de reflexión. Nadie llamaría a Z «asesino» y seguramente en los medios «adictos» se preguntarían con dolor «¿qué hemos hecho para merecer esto?» aparte de echar la culpa del nuevo atentado a Aznar, que siempre les ha resultado políticamente rentable aunque moralmente sea una ignominia (y además, está retirado de la política activa).

Al pobre Z se le viene todo encima. Imagínenlo como una parturienta. Él, tendido en la cama, sudando a mares de los ímprobos esfuerzos. Por un lado, la Voguemomia y Rubalcaba diciéndole por lo bajo: «Dilo, por el gran Arquitecto Hiram. Mira que si no lo dices, ¡perdemos las elecciones!». Por el otro, los nacionalismos cavernícolas de Ibarretxe, Quintana y Carod, juntamente con Josu Ternera, portavoz de todos ellos, con el garrote preparado y txapela calada hasta las cejas: «Que como lo digas te arreamos, ¡me cago en Dios, joder, pues!». Y Z en medio de todos ellos, haciendo esfuerzos sobrehumanos, no se sabe si para decir la palabra o para no decirla, o para decirla sin decirla, o para no decirla diciéndola, cual Penélope en estado de buena esperanza… «¡¡¡¡Esssssssssssssss… ppppppppp…aaaaaaaaahhhhhhhhh!!!!». Y Josu Ternera levantando el amenazador garrote: «¡Que te arreo, ¿eh?!»… Y Rubalcaba y la Voguemomia diciendo: «¡Vamos..! ¡Empuja! ¡Suéltala ya…!».

Al otro lado de la puerta, Rajoy comenta con Acebes: «Verásh cómo no le shale… verásh cómo no le shale…». Con el rabillo del ojo, Rajoy mira a Arriolín, quizá para pedirle permiso para decir en la próxima rueda de prensa que a Z no le sale. Pepiño está fuera del hospital, arengando a las masas: «¡Los fachas peperos no pasarán! Vamos, repetid todos conmigo: ¡El conceto es el conceto!». Y las masas (en realidad, doscientos o trescientos giliprogres a los que ha habido que poner el autobús y un bocata de jamón porque si no, nanay de nanay), repitiendo mansamente la famosa frase.

Al final, después de tanto esfuerzo y tanta espera, sale Bernat Soria, insigne tocólogo. El hombre está sudoroso porque se ha afanado mucho con Z. Abre los brazos, tribunicio, y dice sin poder disimular la satisfacción:

—Señoras y señores: tengo que darles una noticia.

—¿Es buena? es mala? —se alborotan Acebes y Rajoy—.

Z ha dado a luz un aborto. Bueno, en realidad no ha llegado a nacer porque le hemos mantenido dentro de su boca tanto como ha sido posible. Pero finalmente se ha aflojado la presión y casi que no ha hecho falta usar el garr… digo, el fórceps.

Rajoy y Acebes ponen cara de apenados. Pero siguen preguntando.

—Pero… ¿Y entonces España? ¿Qué pasa con España?

—¿Es que no lo han oído ustedes? ¿No me he expresado claramente? ¡España se-ha-ido-a-la-mier-da! ¡A la mier-da! —dice Soria, recalcando cada sílaba.

Acebes abre mucho los ojos un momento. Iba a decir algo, pero al final se queda cabizbajo. Rajoy, en cambio, se pone a pensar: «Mira que esho me shuena… mira que esho me shuena… ¿Dónde lo habré leído yo? No puede sher… en un blog no lo puedo haber leído». Llama a Arriolín y le consulta en voz baja:

—A ver, Pedrito, a ver… ¿tú recuerdash dónde hemosh leído lo de «España she va a la mierda»?

Arriolín hace como que se lo piensa. Y de pronto se le hace la luz.

—¡Ya lo tengo, Presidente! —no lo es (aún), pero hay que tratarle como tal para que se lo crea y se vea en el papel: técnicas del marketing político—. Fue una vez que aterrizamos en un blog de un tal Daniel. Pero no volvimos a entrar en ese blog.

—Sherá eso —dice Rajoy—. ¿Y por qué no volvimosh?

—Pues porque nos daba demasiada caña y ya sabes, Presidente: tan mala es la falta de crítica como su exceso. Además, hemos de mantener el perfil bajo…

—Claro, claro… Perfil bajo, shiempre.

Acebes tercia en la conversación:

—Bueno, pues otra vez será. Venga, os invito a un café. ¿Venís?

—Vámonosh —dicen los otros dos, cabizbajos—. Aquí no tenemosh nada que hacer.

Lo decía Pazos en Airbag: «Carmiña… oye, dejo esto, ¿eh? Es muy estresante… Interesante no, mujer, estresante». Pues nada, por nosotros, que lo deje Z, que lo deje. Que a fin de cuentas ya tiene su pensión vitalicia. Le prometemos que sin él nos gobernaremos mejor, aunque sólo se trate de poner a Rajoy en su lugar.

Felicitación del solsticio de invierno por nuestro presidente bienamado Z.

Tomamos del articulista Pablo Molina esta «felicitación del solsticio» porque no tiene desperdicio (y sin haberlo deseado, me ha salido un pareado y olé…)

¡Españoles! No se asusten. Soy el mismísimo José Luis Rodríguez Zapatero, Zeta, presidente del Gobierno de ¡España! Sonsoles y yo queremos dirigirnos a nuestros súbd…, a nuestros conciudadanos, aprovechando la amable invitación del titular de esta columna, para darles cuenta de los grandes éxitos que han jalonado mi gestión a lo largo del año que ahora termina. ¿Y qué les voy a decir? Pues que ha sido un año sensacional en el que ¡España! ha avanzado prodigiosamente por la senda del progreso. Tras el último mandato de José María Aznar López estábamos al borde de un peligroso precipicio; gracias a mí, ¡España! ha dado un gran salto adelante.

Es cierto que hay sectores que no han entendido el carácter eminentemente progresista de mis decisiones; por ejemplo, el grupo Prisa, con Cebrián a la cabeza, que se ha atrevido a cuestionar la moralidad de conceder una licencia en abierto a mis amigos de La Sexta aduciendo connivencias espurias con ciertos «brujos» visitantes asiduos de La Moncloa. Naturalmente, tengo que desmentir esta absurda acusación. En realidad, la concesión de la tele en abierto a Roures, Contreras y Milikito fue realizada bajo el más exquisito principio de legalidad: nos lo jugamos en un partido de baloncesto de tres contra tres, a diez puntos.

Para mi equipo seleccioné a Carme Chacón y a Jesús Caldera, que aunque no ha jugado mucho tiene bastante altura. Y ése fue mi error. Yo venga a decirle: «Jesús, el corte de UCLA, el corte de UCLA», cuando teníamos la posesión del balón, y el tío sin hacerme ni puto caso, venga lanzar melonazos desde la línea de triple. Y en defensa nada de nada. Cómo sería la cosa que hasta Roures, que es un tapón de piscina, le robaba todos los rebotes. Total, que perdimos 10-5, y eso gracias a que en un intento agónico de remontada Carme metió un magnífico triple.

En fin, un desastre. Pero las apuestas entre caballeros están para cumplirlas, y no tuve más remedio que darles la tele en abierto que habíamos acordado. El árbitro fue Sonsoles, que ajustó sus decisiones perfectamente a lo establecido en el reglamento de este deporte, o sea, que de ilegalidad nada de nada. Otra cosa es que en el asunto de los derechos del fútbol televisado los prisaicos tengan discrepancias legales con mis amigos de La Sexta. Ahí yo no puedo intervenir. Es decir, no debo. Además, al fiscal Pompidú y al ministro Bermejo les tengo ocupados con el follón ése de los hombres de paz vascos, y no es cuestión de hacerles perder la concentración con rencillas entre familias progresistas.

Por cierto, los hombres de paz de Euskal Herria me han defraudado mucho a lo largo de este año. Yo pensé que eran personas no sólo de paz, sino de talante, algo más importante si cabe, y que a poco que se sentaran a negociar conmigo abrazarían el proyecto de la España plurinacional y megaprogresista que estoy pergeñando. Oiga, pues no. Siguen empeñados en defender lo mismo que hace cuarenta años.

Qué tíos. Su cabezonería me ha dejado un poco con el culo al aire. Porque es que ahora tengo que detenerlos. Y es algo realmente absurdo, porque a mí me da igual que el País Vasco se declare independiente, pero siempre y cuando ese suceso no me joda las expectativas electorales. Las cosas se pueden hacer poco a poco, de forma que todos salgamos beneficiados. Pero estos tíos no razonan. Lo quieren todo y lo quieren ya. Pues hala, que se las entiendan con Rubalcaba y Sarkozy.

Gracias al Supremo Arquitecto, la política internacional ha sido el bálsamo que me ha curado de todos estos roces cotidianos con la realidad española. Ahí sí que he triunfado como un campeón. Hasta Sonsoles, que es algo escéptica sobre la capacidad intelectual y diplomática de Moratinos y Leire Pajín, no tiene más remedio que reconocer que lo estoy haciendo muy requetebién.

Mi última fazaña ocurrió en la pasada cumbre iberoamericana, como todos ustedes saben bien. Cuando mi amigo el presidente Chávez, espejo de demócratas y faro que ilumina el camino del socialismo de los siglos venideros, comenzó a decir esas verdades tan rotundas sobre la condición eminentemente fascista de Aznar, tuve que reprimirme para no levantarme de mi sitio y correr a darle un sentido abrazo. Qué bien resumió la esencia del aznarismo, el muy canalla.

El problema es que a mi lado estaba el Borbón, que a estas alturas sigue pensando que los españoles merecen un respeto. Los españoles sí, Majestad, pero sólo los progresistas. Claro, cuando vi que al Rey se le comenzaban a hinchar las venas del cuello no tuve más remedio que fingir también cierta incomodidad, pero mientras mi amigo Chávez me interrumpía no dejaba de pensar: «Qué par de huevos tiene este tío».

Al acabar el incidente, Trini me dijo que lo mejor era decir que la actuación del Rey había sido previamente pactada con nosotros. Me pareció que algo tan absurdo era un insulto a la inteligencia de los progresistas españoles, pero se ve que ella conoce mejor la capacidad intelectiva de nuestros votantes, porque lo cierto es que el engaño funcionó.

Sigo consolidando el Eje Mundial por la Libertad, con La Habana, Caracas, Teherán y Madrid como principales mojones. Ah, y lo de la Alianza de Civilizaciones, que sigue viento en popa. Me sorprendería mucho que cuando deje el Gobierno de ¡España!, dentro de veinticinco años, no me hicieran Secretario General de la ONU, o directamente presidente del mundo, por absoluta aclamación.

En materia legislativa, también los éxitos de este último año han sido rutilantes. El matrimonio entre homosexuales, la ley de la memoria histórica y la de propiedad intelectual con canon digital incluido han sido hitos históricos que las generaciones venideras me agradecerán sin paliativos.

Estoy especialmente orgulloso de haber podido mejorar las condiciones económicas de mis amigos los artistas, siempre tan desprendidos. Su dura labor en las jornadas de exaltación democrática inmediatamente posteriores al 11 de marzo de 2004 merece un premio de toda la sociedad en su conjunto, así que no entiendo por qué los usuarios de internet y el facherío liberal se han puesto como se han puesto.

Vamos a ver: los artistas son una gloria nacional, una especie en peligro de extinción por la que todo desvelo presupuestario es insuficiente. Cualquier español debería sentirse orgulloso de dar unos euros a Ramoncín, que tanto ha hecho por la libertad y la democracia de este país, digo de ¡España!

Bajarse música de internet es un grave delito, sólo equiparable a no votar al PSOE. Pero como no podemos poner una multa a todos los usuarios del Emule ni a los que votan al facherío, lo razonable es establecer un impuesto general para que todos contribuyamos al engrandecimiento de nuestra cultura.

Me duele que un acto tan elemental de justicia redistributiva no lo entiendan los sectores más jóvenes de nuestra sociedad, que siguen aferrados a no sé qué pamplinas de los derechos individuales. Parece mentira que hayan estudiado bajo la Logse. Si hubieran prestado atención a sus profesores, sabrían que su deber es apoyar entusiastamente cualquier medida coercitiva del Gobierno, siempre que éste sea de carácter progresista, como es el caso. En fin, tengo que decir a la ministra cabrera, quiero decir a la Ministra Sra. Cabrera, que aumente las horas de Educación para la Ciudadanía en los próximos cursos. No podemos permitir que de la escuela pública salgan sujetos con esa abyecta manía de pensar por ellos mismos.

Arreglados todos estos pequeños detalles, durante la próxima legislatura me voy a dedicar a salvar al planeta. Esto del cambio climático está adquiriendo unos tintes negrísimos. Oiga, que nos vamos a tomar por saco en cuatro días como el mundo no nos haga caso a Al Gore y a mí mismo. Yo reconozco que soy un chico Gore. O sea, es que el tío me encanta. Qué forma de epatar al público y hacer que se mee por la pata abajo del susto sin moverse de la butaca. Un fenómeno este hombre.

Y es que lo del cambio climático manda cojones. Me dicen mis asesores en la materia, todos ellos reclutados de ONG marginales en defensa del medio ambiente, que como no me ponga serio el mundo se acaba. No tienen apenas estudios, y se lavan relativamente poco, pero cuando me pasan sus informes sobre esta cuestión es que se me caen al suelo. Sobre todo porque está clarísimo que todo es culpa de la derecha, que no quiere proteger el medioambiente ni es dialogante ni nada. Voy a ver qué se me ocurre para que la Humanidad haga lo que tiene que hacer, es decir, obedecer fielmente mis instrucciones y, eventualmente, las de Al Gore.

Por otra parte, España está completamente arreglada gracias a mi gestión durante esta legislatura, así que bien puedo permitirme el lujo de solucionar los problemas del resto de la Humanidad usando, eso sí, las mismas herramientas: talante, sonrisa y mucho diálogo.

Pero para que el mundo pueda seguir existiendo unos años más es imperativo que todos ustedes me voten el próximo 9 de marzo. Si quieren a sus hijos, no tienen otra salida posible. Voten por mí y no se arrepentirán. ¿O es que alguien puede decir que he defraudado las expectativas que desaté cuando llegué a La Moncloa?

Feliz Solsticio de Invierno a todos y todas.

Vuestro presidente,

Z.

“Economía política”

Que no se espanten los lectores asiduos de este blog. No me voy a convertir en el Profesor Siesta por un post. Ni tampoco voy a dar verdaderamente lecciones de esta materia. Estas dos palabras hacen que mi memoria vuele al viejo libro del profesor Luigi Spaventa (Appunti di economia política), un horror de libro tipo viernes 13, y a mi profesor de entonces, el señor Pere Mir, que a nosotros, futuros juristas, nos trataba con cierto desdén «porque nunca íbamos a llegar a ser como él» (economista «de prestigio» en una extensión universitaria de la UB: hablamos de antes de 1991, claro. Hoy ya va a hacer once años que es catedrático de la UdL).

Lo que pretendo en este post, de forma mucho más humilde, es presentar las extrañas (o no tan extrañas, visto lo visto) concomitancias o coincidencias que se dan entre los partidos políticos y una gran empresa. Vamos sin demora a ello, pues nos ocupará espacio:

  1. La finalidad. La de una empresa es crecer económicamente y mantener ese ritmo de crecimiento mediante la creación de las sinergias apropiadas con el poder político; la de un partido político es conseguir el poder (lo de gobernar, por desgracia, suele ser secundario o incluso terciario) y mantenerse en él creando las sinergias apropiadas con el poder económico. El dinero llama al poder, y el poder al dinero.

  2. El personal que forma en los cuadros directivos posee algún tipo de MBA o similar de dirección de empresas, además de una Licenciatura en Derecho o Económicas. Y viene y va de la empresa privada si el partido es lo bastante grande. No debe sorprender, pues, que los esquemas de dirección sean empresariales. Nada objetaríamos contra ello, si no fuera porque existe una estructura rígidamente jerárquica que entendemos va en contra del art. 6. pfo. 2º de la Constitución. También y por lo general, han pasado algún período de su formación en el extranjero, lo cual también suele aportar (no siempre, pero sí en muchos casos) una perspectiva más amplia respecto de los objetivos de la organización. Se valora (y mucho) la falta de respeto básico por el votante, por mucho que éste, como se verá, forma parte del capital del partido.

  3. La masa obrera. Está formada por los militantes de base y simpatizantes, a quienes los directivos y «cuadros medios» utilizan por poco o ningún dinero. Se los puede ver en los días de la campaña ensobrando o pegando sellos en la sede local del partido y en el día D oficiando de interventores y apoderados, por «unas perrillas» o nada, que a veces «la grandeza de la causa excluye el pago del esfuerzo por lograr su establecimiento». Suelen ser los encargados de vender el producto.

  4. Los votantes. Sin duda forman el capital del partido-empresa. Dicho capital, como en las «empresas puras», se puede acrecentar o dilapidar según la política que se lleve a cabo. Al parecer, existe en los niveles directivos el convencimiento de que el votante es un simple peón en la gran maquinaria de la empresa y que, como tal, no tiene inteligencia suficiente para darse cuenta de la gran organización que hay detrás del partido y ser crítico con ella, en dado caso. Como una especie de oveja, vamos. En tiempos inciertos como éstos, además, el votante se caracteriza por un alto grado de volubilidad, así que hay que fidelizarlo (seducirlo) como sea.

  5. La publicidad. Ha evolucionado muchísimo, pero qué duda cabe que la propaganda política recibió su «empujón» más importante a través del nazismo y el comunismo. Y es en este punto en el que entendemos que se ha producido el acercamiento o identificación entre empresa y partido político. Máxime cuando muchos de sus dirigentes provienen de la empresa privada y comparten una especie de «cultura común» sobre la forma de gestionar «el capital».

Fíjense ustedes en que se ha llegado a crear una subespecie de la publicidad llamada marketing político, que lo mismo es usado por el Gobierno como por los partidos de la oposición (en especial el principal). El primero lo usa para convencernos de que es el mejor gobierno de los posibles. Por ejemplo, la machacona insistencia del desgobierno zapateril en añadir lo de «Gobierno de España» como coletilla de sus anuncios oficiales. Es puro marketing destinado a contrarrestar la apocalíptica —y eficaz, por cuanto está «basada en hechos reales»— propaganda pepera del «España se rompe». Del otro lado, una anécdota que cuenta Alfredo Urdaci en su libro «Días de ruido y furia» es ilustrativa de lo que acabamos de decir. Cuenta el señor Urdaci que un día se dirigió a él Miguel Ángel Sacaluga, consejero del PSOE en el Consejo de RTVE, poco menos que exigiéndole que «debían dejar espacio para que el partido colocara sus mensajes». Es decir: lo importante es el mensaje. No la idea desarrollada en el programa.

La otra consecuencia del papel protagónico de la publicidad en la política es el adelgazamiento de contenidos. Como los publicistas políticos asumen que el político o candidato se dirige a un colectivo ovino (qué triste semejanza con los realizadores de televisión), tanto si está formado por «fieles» como si es neutro, suelen aconsejarle que «no se enrolle» y que «lo que pueda decir en dos palabras, que no lo diga en cuatro». Así que los políticos se dedican ahora, con mayor o menor entusiasmo, a machacar coletillas: desde el «obviamente, por consiguiente» de Felipe hasta las infinitas declinaciones de la «crispación», pasando por el «váyase, señor Aznar». Eso, al parecer, tiene mucho impacto en las ovejas —perdón, votantes—. Se ha conseguido la finalidad: que nos importe un bledo que nos pierdan el respeto, siempre que nos lo pierdan de forma graciosa.

El siguiente paso ha sido la conversión en marca, en este caso electoral. Un proceso que explica muy bien Naomi Klein en su libro No logo. Llevar unas zapatillas deportivas es símbolo de que se posee una determinada filosofía de vida, o de que se pertenece al número de los elegidos (qué infelicidad la de aquellos que no poseen ni llevan esas zapatillas deportivas). Nos dice la autora citada que la publicidad ya no guarda relación alguna con el objeto o mercancía publicitados. Por ejemplo, ¿creen ustedes que en la publicidad de colonias lo que se «vende» es el líquido elemento? Ni por asomo: lo que se «vende» es la capacidad de seducción del precioso líquido, de que las féminas o los machos caigan rendidos ante la persona que usa la colonia (normalmente lo hacen, debido al imponente pestazo de dichas colonias).

Algo parecido ocurre con los partidos políticos. Ser de un partido o de otro es casi tan importante o tan accesorio como ponerse un jersey Lacoste o unos Levi’s 501 «lavados a la piedra« (que es como lavaban nuestras bisabuelas la ropa y en cambio se vende como un adelanto). La oveja —perdón, votante— lleva con íntimo orgullo un pin que le identifica como pepero o como rojo (recordemos que ZP se ha autodefinido como «rojo» de los de antes, línea Largo Caballero, en un fascinante ejemplo de deconstrucción). Sólo falta que los partidos, al modo de los clubes de fútbol, echen mano del merchandising y conviertan a sus fieles en «hombres y mujeres del partido». ¡Qué gran orgullo para un pepero llevar unos calzoncillos o calcetines con el logotipo de su partido! Y lo mismo se diga de las señoras progres, que se ufanarán de usar bragas rojas, no solamente por el color, sino por el logotipo del partido. Y sobre todo, qué gran fuente de ingresos para los partidos: cortinas rojas con la rosa o la hoz y el martillo, o azules con la gaviota, cojines a juego, alfombras no se diga…

Quizá la oveja —perdón, votante—, después de tanta saturación, ya no pide otra cosa. Que la presentación desnuda del programa, diciendo lo que se va a hacer prescindiendo del mensaje o sin adaptarlo a lo que el rebaño quiere oír sino a lo que realmente necesita el país, ya no «vende». A falta de ideas y de público dispuesto a escuchar con paciencia, hay que machacar las pocas en que se pretende resumir el programa político. En mi modestísima opinión y pese a no coincidir ideológicamente con Julio Anguita, sí estoy de acuerdo con él en una cosa: si se siguiera el famoso «Programa, programa, programa», ello redundaría en una conciencia política más formada de los ciudadanos. Se sabría juzgar por la coherencia a los políticos, por lo menos. Pero está claro que no interesa. Y así, el rey, que hoy «es el pueblo», va desnudo políticamente hablando. Y encima, no es «conveniente» que nadie se lo diga, porque si es consciente de que va desnudo, podría acatarrarse. Y ahí sí que, como diría mi amigo Daniel, «el invento se va a la mierda».

Perfil bajo

Se pregunta un comentarista en Libertad Digital cuál es la mejor campaña para ganar las próximas elecciones. Eso, después de haber asentado un punto de acuerdo: hay que echar a ZP de Moncloa como sea, pero respetando las reglas del democrático juego.

El señor Capmany se felicita del perfil bajo que la campaña del PP ha tomado. Nada de insultos, nada de pataletas. Hay que ir como señores. Etcétera, etcétera. Todo esto está muy bien… para el Congreso, sin contar con que a veces el venerable hemiciclo parece una cervecería llena de holandeses con zuecos, en la cual la cerveza corre a raudales porque lo hace con cargo al erario público. El señor Capmany, el señor Rajoy y el señor Costa (si no recuerdo mal, él es quien dirige la campaña electoral del PP), asentados en la alta atalaya de sus despachos, ven la política como ese juego noble en el que contienden las ideas sobre lo que es mejor para el regiment de la cosa pública, que diría Francesc Eiximenis.

Y uno no sabe si no descienden a otro nivel porque no se quieren ensuciar las manos o porque allí donde están es donde tienen mejor opinión de sí mismos. Pero si bajaran un poco más, verían que ahí los perfiles toman otro color. Más allá de las gaseosas promesas de ZP sobre la «tranquilidazzzzzz» y la «pazzzzzzzz» de la campaña electoral y otras zarandajas del mismo jaez, resulta que se reparten leña y navajazos a partes iguales. A ras de suelo muchos hemos entendido que no se puede practicar el noble arte del boxeo según las normas del marqués de Queensberry cuando te llueven patadas y puñetazos a estilo full-contact (o sin estilo ninguno y sin someterse a regla alguna, que para el caso es lo mismo).

Se conoce que los señores Rajoy, Costa y Capmany no tienen que vérselas todos los días con «los del otro lado». Y cuando digo «vérselas» no me refiero exactamente a «comer juntos» o «departir amigablemente desde el respeto a la diferencia» como podría ocurrir en el Congreso. No están acostumbrados a bregar y a discutir a cara de perro con personas cuyo mejor argumento es la manipulación descarada cuando no el insulto y la descalificación personal, a ciencia y paciencia del administrador del blog y de otros usuarios. Teniendo en cuenta esta perspectiva, lo que le ha ocurrido al amigo Caballero ZP entra dentro de los «parámetros normales». No ha hecho falta sino que el PSOE levantase un poquito la voz para que al PP se le estrechasen las asentaderas y rauda y velozmente censurara a quien pretendía decir la verdad un poco más alto y con un poco más de vitriolo que los demás.

Que a decir verdad, eso es un ejercicio de cinismo por parte del PSOE. Pero claro: el PSOE tiene bula de befa y mofa (y vaya si hicieron uso y abuso de ella gobernando Aznar) y le escuece que alguien le haga tragar su propia medicina. Lo que sorprende —o no— es que, en nombre de ese «perfil bajo» se suprima la posibilidad de reaccionar y responder del mismo modo. Se olvida el PP de algo que dijo John Locke, uno de los padres espirituales del liberalismo, esos que tanto gustan de citar algunos: «Hay que ser tolerante con los tolerantes e intolerante con los intolerantes».

Hoy los votantes pedimos coherencia en las convicciones y firmeza en su expresión. Sobre todo lo segundo. Hoy por hoy no se puede decir que se es demócrata con la boca pequeña. Hoy por hoy no se puede plantear la vida democrática como una partida de bridge en el Casino. La democracia se conquista todos los días frente a aquellos que quieren hacer de ella un bonito trofeo en una vitrina, o frente a aquellos que, simplemente, no quieren democracia debido a su intención esencialmente totalitaria y heredera de totalitarismos «internacionalistas» hoy ya trasnochados, cuando no de idearios decimonónicos rechazados hasta por el más tolerante de los demócratas. A Rajoy le sube la temperatura y se le pone cara de susto si alguien, al verle defender sus convicciones con firmeza, le llama «facha». «¿Facha yo? ¿Pero qué dicesh? Yo shoy centrishta, no facha, por favor, esho shí que no…», responde él, atribulado. No me queda duda de que si Rajoy hubiese pertenecido a la Resistencia Anti-ZP abandonaría ese tono «rendidamente humilde» y hubiera luchado —sí, luchado— sin cuartel contra las chorradas progres. No lo ha sido y, por lo tanto, hay que oírle decir «Es que yo soy centrishta, no lo puedo evitar…».

Yo también suelo ir bastante al centro, señores Rajoy, Capmany o Costa. Al centro… comercial. En lo demás, soy de derechas, sin complejo alguno. Y no de «extrema derecha», como pretenden algunos indocumentados y descerebrados que pululan y/o vegetan por la blogocosa. Simplemente, de derechas y republicano (ya sé que es raro: ¿pero acaso no gano la CEDA unas elecciones en 1933?). Respetuoso con la legalidad vigente, pero no borrego en su acatamiento.

En fin, que ya sé que estas reflexiones no las va a leer el señor Rajoy porque Arriolín no le dará permiso. Es igual. A mí me basta con poderlas escribir y que otras personas de bien las lean y me hagan llegar su opinión constructiva al respecto. Los bloggers anti-ZP recibimos el mismo trato que el señor Francisco Caja en el Parlament de Catalunya de parte de aquellos a quienes hacemos el «trabajo sucio». Se acostumbra uno a eso. Y por otro lado, si entrando Rajoy en Moncloa España «puede ir mejor» (cosa no demasiado difícil constatado el alto nivel de incompetencia y de destrucción del edificio constitucional por parte de quienes debían defenderlo y de quienes deberían estar agradecidos a él), damos por bien empleado el ninguneo y los intentos de censura y de «lesh toleramosh, pero no nosh gushtan porque ni shiquiera shon del Partido».

Tonto, pero no absoluto

Tomamos prestado del amigo Jesús Salamanca este post, que a mí me parece muy interesante.

Se suele decir que los viejos, los niños y los menos avispados dicen las verdades cuando menos conviene y en el momento más inoportuno. Pues eso mismo es lo que leo en la bitácora de ‘Pepiño’ Blanco, don José. También ha dicho algunas verdades que han sentado muy mal en el seno del Partido Popular y, particularmente, entre sus dirigentes. Según él, perdieron las elecciones de 2004 porque no supieron trabajar y, además, mintieron a la población.

Vayamos por partes. Nadie duda que no supieron estar a la altura de las circunstancias. Por aquel entonces, hasta las encuestas menos creíbles daban una mayoría absoluta al PP. Y quienes no se la daban, sabían que se quedaría en puertas. De ahí que lo vieran todo tan claro y se relajaran en las costumbres. El resultado es el que todos conocemos, con los condicionantes que se produjeron: atentado brutal, mentiras a la población, ocultamiento de datos, ‘cuchillada’ socialista a la democracia, cacerolada sociata y lo peor de todo: muertos, muchos muertos, ninguna seguridad y exceso de prepotencia aznarista. Todo ello, sazonado con especial ridículo de Angelito Acebes, dio con los ‘populares’ de bruces en la calle.

El grueso del PP se encontró a la intemperie y con el problema de tener que colocar a los suyos en los aledaños de los gobiernos autonómicos, llegando a amenazar a muchos funcionarios para que abandonaran los puestos de libre designación que ocupaban en muchas comunidades autónomas. Había que colocar a los estómagos agradecidos como fuera. En muchos casos fueron los directores generales quienes se guardaron y tragaron el marrón de tener que hablar con sus asesores menos dóciles y que no seguían la disciplina de partido, como sucedió en varias consejerías de Castilla y León. De momento lo dejamos así; de los directores generales implicados iremos hablando y desgranando hechos poco conocidos de aquí a las elecciones generales. El ridículo suele ser su fiel compañera, como lo es la muerte para el legionario.

El secretario de Organización del PSOE,Pepiño’ Blanco, don José, ha dado los detalles que precisaba la noticia. «Hay dos cosas que los votantes no perdonan a los partidos: la primera es que les engañen. La segunda, que no suden la camiseta, que no den todo lo que tienen y lo mejor que tienen. El Partido Popular perdió en 2004 unas elecciones que creía tener ganadas por caer en ambos errores». La exposición de ‘Pepiño’ coincide con lo que suele repetir Pedro J. Ramírez y que ya hemos citado en alguno de nuestros artículos. Por lo visto, Mariano Rajoy está rodeado de «vagos que no pegan ni sello. Y menos aún en fin de semana».

Si a esa vagancia que hoy es una realidad contrastada, sumamos cómo se las gastan algunos alcaldes ‘peperos’ en su actitud con los ciudadanos, como es el caso del alcalde salmantino, no es de extrañar que el PP vaya en franco retroceso en las encuestas. Rajoy ha dejado tirados a sus votantes y a la AVT recientemente. Y en la derecha no perdonan esas frivolidades. Que se lo pregunten al alcalde Lanzarote y a la desconfianza que ha generado en su partido, tras el intento de subir impuestos en vísperas electorales. No solo se la ha envainado, sino que ha tenido que bajar a recogerla y limpiarla, arrastrando su indignidad por la hermosa ciudad charra.

En algunas comunidades, los ‘peperos’ están excesivamente acomodados. Las elecciones generales son para que se ganen los garbanzos quienes van al Parlamento y al Senado. A los procuradores regionales no les gusta que les hagan trabajar en aquello que no les compete y que en gran medida desconocen. Incluso, directores generales que repiten legislatura tras legislatura desaparecen de la escena para que no les reclamen sacrificios. Algo parecido es lo que hacen muchos senadores cuando llegan elecciones autonómicas. Es lo que llaman desde fuera ‘solidaridad pepera’; es decir, no dejes la espalda a mi vista y menos las patas del sillón sin protección.

Ahí radica la diferencia entre PSOE y PP. Los primeros ya han empezado a sudar la camiseta, como les pidió el presidente Rodríguez hace dos semanas, mientras que en el Partido Popular ni siquiera la han desempolvado todavía.

Comentario nuestro. Se suele decir «del enemigo, el consejo». Y aunque sólo sea por esta vez, Pepiño parece haber percibido correctamente lo que ocurre en las filas del PP, mientras ponen sus barbas a remojar. De los dos errores que menciona Pepiño, el PSOE ha cometido los dos también. Pero el PP cometió sobre todo el primero, el de creer que «lo tenía todo ganado». Y particularmente, en Castilla y León, pareciera que Juan Vicente Herrera se cree eterno y que se retirará cuando tenga ganas de «disfrutar de un bien merecido solaz tras años de fructífero servicio al Partido, a la Comunidad Autónoma y a España».

No sé hasta qué punto Rajoy está sudando la camiseta. Pero con declaraciones como la de los últimos días («Yo no se lo voy a exigir»), uno se queda perplejo y duda entre votar al PP tapándose la nariz o simplemente no ir a votar. Tal vez hagamos un acto de fe y recemos a la Verge de Montserrat para que ilumine al dirigente popular y no le permita decir semejantes… barbaridades. También va un aviso para Rajoy: «según qué amigos se tienen, no hacen falta enemigos». Y a buen entendedor pocas palabras han de bastarle. Y si no es así, que deje paso.

ZZZZZZZZZZZZZZZZZZZ

Que ya estamos en campaña lo dijimos hace tiempo ya. El marketing político (o cómo vender las ideas políticas y a quienes las enuncian) ya funciona a pleno rendimiento. El marketing (publicidad) es un conjunto de técnicas de venta que inciden directa o subliminalmente sobre el cliente (aquí hablaríamos más exactamente del votante, pero hoy en día ambas vertientes suelen confundirse) en el sentido de elegir a uno entre varios «produtos», que diría Pepiño (partidos).

Lo extraño del marketing político es que hoy es difícil diferenciar entre un anuncio electoral en que se pide el voto de un anuncio comercial en que se dice que la lejía XXX lava más blanco o que el coche XXX se pone en 100 km/h en 3 segundos. Fíjese el lector que ya no se habla de programas, sino de mensajes. Que se busca en una frase brillante lo que es definitivo de cada candidato (no importa que tras la supuesta brillantez de la frase no haya nada; basta que brille).

Por supuesto que hay ciudadanos responsables que se leen los programas; pero a día de hoy, muchos nos tememos que el programa por el que clamaba el coherente Julio Anguita es el catálogo de palabras que más derecho tiene a figurar en los créditos finales de Lo que el viento se llevó. Que por otro lado es también consecuencia de la clase de educación que se imparte y de la influencia total y casi absoluta de la televisión: 80 páginas ya es un mamotreto para mucha gente y «no hay tiempo para leerlo» (a saber qué pensarían de El Quijote o de Los hermanos Karamázov, de más de mil páginas cada uno). Y si le añadimos letra pequeña y grandes palabras, mucha gente como que sufre de vértigo y ya no sigue leyendo.

Otro detalle importante es que la «buena publicidad» es la que insulta nuestra inteligencia mientras parece darnos palmaditas en la espalda. Un buen latiguillo es un logro que durará bastante tiempo y cuya vida útil puede superar el año. Por recordar algunos de los clásicos, tenemos el Gueropaaaaa (parodia fonética del «get up, ah!» del Sex Machine del reverendo James Brown), el famoso zincpiritione, curiosísima e ignota sustancia de la que estaba hecho cierto vehículo. Y cómo no, el gran Chiquito de la Calzada, genial fabricante de latiguillos con inigualable gracejo malagueño, aun a costa de maltratar la lengua de Nebrija, ese torpedo sesuar pecadorl de la pradera. Por no hablar del clásico «Quién me pone la pierna encima», del legionario Jorge Berrocal. Era —por decirlo suavemente— todo un espectáculo ver cómo la gente repetía borregamente, viniera o no a cuento, la frasecita de moda.

De la política también se pueden recordar latiguillos famosos: uno de los más famosos es el «Puedo prometer y prometo», de Adolfo Suárez, político que, sin ser perfecto, debería tener un altar en muchas casas españolas de bien. O el «Obviamente, por consiguiente», de Felipe González. De Aznar recordamos el «Váyase, señor González» de antes de 1996 y su sempiterno «Le voy a decir una cosa».

Quiere decirse que la publicidad ha adelgazado al político y ha engordado al comunicador. Lo que significa que no importa lo que se diga, siempre que sea en un envoltorio agradable a la vista y al oído. Importa el mensaje, no la idea. Importa que el político sea «fotogénico» y que «dé bien en la cámara», no que sea coherente con lo que dice y que mire por los intereses generales de la nación. Esto ya era así en los tiempos de Suárez (no pocas amas de casa confesaban que le habían votado porque «era tan guapo…», sin haberse leído una línea de su programa); pero el grado de superlativo y progresivo vaciamiento de contenido verdaderamente político de los partidos es para bostezar. Más aún: los partidos políticos hoy son tan marcas comerciales como lo puedan ser Adidas, Danone o el Real Madrid. Y el márketing sigue borrando esas supuestas diferencias. Claro que hoy por hoy no son imaginables todavía unos «calzoncillos PP» o unas «bragas PSOE» (si ven el negocio, todo se andará).

Los contendientes de hoy, ZP y Rajoy, son de perfil bajo. Quiere decirse con ello que ellos no se ocupan de calentar el ambiente, que para eso ya tiene el uno al ínclito Pepiño y el otro a Acebes o a Zaplana, por separado o al alimón (y el día que les deja). No hay latiguillos con que se les pueda asociar: apenas a ZP con lo del talante y la pazzzzzz (que ya sabemos en qué han acabado uno y otra) y poco más.

No obstante, los hechos son tozudos y nos muestran a ZP en su carátula electoral habiendo escogido un modelo infantil, pero serie Z. Incluso tiene el detalle de reírse de sí mismo recogiendo una imagen de su guiñol. Pero todo lo demás es puro marketing aliciano, con abuso y sobreabuso de la Z. Tan infantil resulta el anuncio y tan clara es la renuncia al contenido a favor del mensaje que sólo falta la presencia de Xavier Sardà en plan Cosas de niños con un grupo de niños intentando definir la política de ZP (tarea les mando…).

No sabemos qué carátula electoral usará Rajoy. Pero, por su propio bien, espero que nos trate como a personas mayores. Por lo menos, que tenga esa deferencia, ya que el único derecho político enteramente reconocido que tenemos es el de votarle.

El mercadillo

El miércoles pasado fui al mercado. Mercurii dies, el día del dios Mercurio entre los romanos (equivalente al Hermes griego). El dios del comercio, de los viajes (protector de los viajeros)… y de los ladrones. Llovía, pero ¡qué caray!, era día de mercado y yo tenía ganas de pasearme. Naturalmente, iba con mi recién estrenado uniforme negro del MAZP. Estoy contento con ellos: buen rancho, buena paga y buenos camaradas. ¿Qué más se puede pedir?

A pesar de la lluvia, había gente paseándose por los puestos. Era algo verdaderamente curioso. Me acerqué un poco más, a ver qué decían. El primer puesto está servido por una bella joven. «¡Pisos gratis! ¡Piiiiiiiisos gratisssssssss! ¡Bueno-bonito-baratooooooooo, paisaaaaaaaaaa!», se desgañita la joven. Me acerco a la señorita:
—Buenos días.
—Salaam aleikhum.
—¿Cómo te llamas?
Kharma al-Shakum, siñor.
—Y a ver, ¿cómo es eso de los pisos?
Siñor, es sinsillo. Tú alquila piso treinta metro. Yo pago a ti dosintos-dis iuro. Pero tú joven. Si tú mayor treinta año, patada en culo —explica, como una profesional—.
—Oye, pero que eso no es gratis… —protesté, a medias—.
La muchacha pierde la paciencia por momentos. Ve que se le cae el cliente.
—Sí gratis. Dosintos-dis iuro pago a ti. Yo ayudo a tú paga alquiler.
—No, no es gratis. ¡Esto es una engañifa! —empecé a calentarme—.
—¡Patada en culo sí gratis! —respondió la muchacha, furiosa y roja como un tomate—. Allah el Akbar! Allah el Akbar!
La joven estaba histérica y empezó a chillar y patalear. Inmediatamente apareció un señor ma-yor, carilargo y barbado. Se acercó a la joven, le dijo unas palabras en árabe y pareció que ésta se consolaba un poco. Luego se encaró conmigo y me dijo:
—Tú, infiel. No molesta hija mía. Si no gusta género, tú larga. Pero tú no hacer llorar a hija mía o yo llamo Juani y ella clava esto —y al decir «esto» sacó un kriss muy afilado y lo blandió delante de mis narices—. Tú acordar nombre Rub Al-Kabah.
—Bueno, no se preocupe, hombre, que ya me voy —repuse, un poco espantado, porque los moros, según y cómo, no se van por las ramas, no—.

La escena era bastante surrealista, pero bueno, seguí andando. Más adelante, atraído por los gritos, me acerqué a otro puesto. Esta vez era una señora más mayor, que gritaba mucho: «¡Carreterah! ¡Carreterah que llegan hahta lah mihmísimah perah!». Decía llamarse Magdal Al-Baris. Interesado, inicié un diálogo con ella:
—Buenos días.
—A la pá de Dió —contestó ella, muy garbosa—. ¿Qué se l’ofrese?
—Pues verá… He visto que anunciaba carreteras y…
—Pozí, carreterah y caminoh y arupuertoh y atasione de trén, mi arma. ¿Qué é lo que tú vá a queré?
—Bueno, verá… Yo lo que quería saber es si cuesta muy caro eso de una estación de tren.
—Po verá, quiyo —empezó a explicarme ella—. Yo t’hago la atasión ande tú quierah, meno en Al-Madrí.
—Ah, ¿y por qué no en Madrí? —repuse, extrañado, mientras me preguntaba qué era eso de «Al-Madrí»—. ¿No decía que me la ponía donde yo quisiese?
—Zí, quiyo, pero no allí. —Al ver mi cara como un signo de interrogación continuó—. Allí hay una perzona mu malaje que dise que tó lo que hay en Al-Madrí lo ha hesho ella, ¡azí la vea yo corgá d’una catenaria! Y que dise que no le he dao ná pa suh cosah. —Sacó un pañuelo para secarse la frente—. ¡Ojú y qué sofoco me da la hodía!
—Bueno, pero a ver —intenté razonar yo—. ¿No es lógico que si ella paga la estación de su bolsillo diga que es suya?
La señora se empezaba a sulfurar.
—Cusha al esaborío éhte… Que no, que no y que no. La atasione de tren son cosa mía y nadien me quita a mí, ¿antendío? Que yo no le pago la vacasione a nadien, ¿ein?
—Pues así le deben de ir los aeropuertos y las carreteras, que se le deben de colapsar cada dos por tres…
La señora me echó una mirada asesina y gritó más fuerte:
—¡Eh, tú, pirtrafiya! ¿Tú ha venío a mirá o a tocarme lah nariseh? ¡Mardita sea tu ehtampa, so pahmao! ¡Anda y que te ondulen la permanente que no tieneh! ¡Como te vuerva a a vé por aquí te tiro una pedrá y te dehgracio!

A esta señora ya no le dije nada, temiendo que volviese a aparecer el responsable de seguridad. Fui por los demás puestos del mercadillo. Era muy curioso ver cómo se exponían los diferentes productos, cómo la gente iba y venía de un puesto a otro, preguntando acá y acullá. Siguiendo mi camino llegué hasta el límite donde se extendía el mercadillo. Parece ser que mi sentido de la orientación me jugó una mala pasada y entré por el lado que no tenía que haber entrado. El caso es que sentado en lo que tenía que ser la entrada, un poco retirado, estaba un señor, rodeado de bolsas de dinero, barbado y con gafas, muy preocupado mientras mascullaba por lo bajo: «Esto no puede ser… No puede ser…». Y otro señor, que estaba a su lado, le decía: «Tranquilo, no te preocupes. Yo te apoyo en lo que haga falta» y le daba palmaditas en la espalda. Y el señor sentado lanzaba un suspiro todavía más preocupado.

Total, que traspasé la entrada y vi que había un gran cartel, visible desde muy lejos. El cartel, con letras grandes, decía así:

«SE VENDE ESPAÑA. GRANDES OPORTUNIDADES, GRANDES DESCUENTOS. ABIERTO HASTA MARZO PRÓXIMO».

En campaña

Parece bastante claro ya. Zapo se ha metido en campaña y no podía haber empezado con mejor pie: el apagón barcelonés y los incendios canarios. Zapo se presenta como Papá Noel en pleno verano (sin casaca roja, eso sí), gritando: «¡Ho-ho-ho! ¡No os preocupéis, que aquí llega Papá Noel con su lluvia de millones!». Por supuesto, no se ha mezclado con la pestosa plebe (intuyendo, tal vez, que le iban a abuchear). Pero el caso es poder decir que «se ha reaccionado con rapidez y todo está controlado». Claro que en Canarias no queda mucho que controlar y en Barcelona… ¡ay, Barcelona! Resulta que las condiciones del servicio eléctrico volverán a ser como antes del apagón… en febrero del año próximo.

En clave electoral cabe leer también el sainete navarro. Nuestra impresión es que Fernando Puras ya se veía presidente, aun aliado con los «unionistas» de NaBai (el peor escenario de los posibles para Navarra) y Ferraz, viendo que ese pacto podía pasar factura en las generales, ha tascado el freno a Puras. Puras se ha enfadado porque ya no es «futuro presidente» y va a dar el portazo, como en su día lo dio Piqué en el PPC («si no me dejáis mandar, me voy»). Suponemos que el PSOE contempla ahora la hipótesis de un gobierno en minoría de Miguel Sanz, que «durará» hasta las generales; y que una vez pasada la contienda electoral, habrá una moción de censura que desalojará a Sanz de la Presidencia y pondrá a quien sea presidente del PSN en ese momento.

Hace menos de un mes, el amigo Cerrajero nos contaba en un post que de la publicidad presuntamente institucional han desaparecido las referencias a los ministerios y han sido sustituidas por la genérica «Gobierno de España». ¿Casualidad? Nada en este mundo es verdaderamente «casual» y mucho menos en campaña electoral. Al progrerío le encantan estos «gestos». Que no se diga que el Gobierno «no se siente español» (que, para el caso y según se manifestaron en enero los progres, lo mismo daba poner la bandera nacional oficial que la republicana).

Pues eso, que Rajoy ya se puede poner a punto —y nosotros ajustarnos los machos—, porque igual después de vacaciones Zapo nos sorprende con el anuncio de próximas elecciones. Según dicen los zapaterólogos de la cosa, octubre podría ser buena fecha porque «la situación es desesperada, pero no grave». Y que para marzo la situación «seguirá siendo desesperada, pero que para entonces sí será grave» (o no se podrá ocultar ya su gravedad, que viene a ser parecido).

O tal vez no: los barceloneses ya podrán dormir sin que los turbe el ostentoso ruido de los generadores eléctricos y tal vez, sólo tal vez, los canarios hayan olvidado que se les han quemado 35.000 hectáreas de bosque porque un perturbado tenía miedo de que no le renovaran el contrato de vigilante forestal (que no «guarda», como al parecer se dijo en un primer momento).

En fin, seguiremos al tanto y de guardia, como casi siempre.

Erecciones generales

El 27 de mayo es el punto de partida de un annus electoralis que, por el bien de España, espero que no sea muy horribilis. Correrá ese día la feria isidril en los madriles y Esperanza Aguirre parece que lo tiene fácil, con una oposición que, como no tiene dónde agarrarse, se aferra a los «detallitos» (¿era o no era del hospital la incubadora?). Mientras, el candidato socialista Miguel ¿Qué? «desaparece» un par de días y Simancas, que ha aprendido la lección de su jefe Zapo, promete la luna a los grupos de presión marxistas-ladrillistas que le apoyen sabiendo que después no tendrá que pasar factura (no espera ganar).

El país se despereza (sí, el Pravda también) del letargo de estos tres años de legislatura. El mayor «argumento» que tiene el PSOE es el insulto, como el que le ha espetado la Menestra del Fermento a Esperanza Aguirre nada menos que en el Senado, apóstrofe digno compañero del de la «afusiladora a lo Grandes». También la mentira, con la que Miguel ¿Qué? trata de tapar sus vergüenzas haciéndolas pasar por «falsas imputaciones» del PP. Por de pronto, se verán las caras ante la Justicia…

Asistiremos indiferentes e impávidos a la catarata de insultos, montajes o vídeos que los unos lanzarán a los otros y los otros asestarán a los unos.

Pensamientos al vuelo

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Ya que no podemos arreglar el mundo, hablaremos de lo que nos interesa: la política y los políticos, el fútbol, el cine, y todo lo que nos molesta, acompañados por unas jarras de cerveza. Bien fresquitas, por supuesto

General Dávila

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La Imagen Reflejada

El Patito se vió reflejado en el agua, y la imagen que ésta le devolvía le cautivó por su hermosura: era un magnífico Cisne

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"Los dogmas del quieto pasado no concuerdan con el tumultuoso presente." (Abraham Lincoln)