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Categoría: Prensa
Sin condiciones
El caso Federico
Hace ya bastantes días que Federico Jiménez Losantos está en el candelero. Por activa o por pasiva, se habla de él: se le idolatra, se le odia a muerte, se le alaba, se le vitupera. Eso sí, a nadie deja indiferente y, al parecer, hablar de él es prácticamente tomar postura no solamente ante él, sino ante la vida en general (ésta y la del otro lado). ¿Te gusta Federico? Eres un facha, un ultramontano, un meapilas, un crispador, un mentiroso, un favorecedor de asesinos… ¿No te gusta Federico? Entonces eres un rojo, un masón, un enemigo de la libertad, un comecuras, un lameculos de Pepiño y de la Vogue… Dos retratos robot que se dan de tortazos, como en la paz de España de toda la vida (alguien dijo que cuando no teníamos con quién pelear, nos peleábamos entre nosotros)…
Quizá el pecado de Federico es la pasión con que él vive las noticias que da. Es exactamente lo opuesto al difunto Juan Antonio Fernández Abajo retransmitiendo un partido de fútbol (los que tenemos alguna edad recordamos aquellos muermos de retransmisiones, dicho sea con disculpa para el finado, que valdría para otros menesteres periodísticos pero no para Deportes). Esa pasión que a veces le arrastra y que, por supuesto, le hace destacar en medio de la sumisión lanar de otros medios a lo que viene de arriba, o sea del Miniver.
Bien es cierto que Federico a veces chirría y que en los últimos tiempos (o penúltimos) convirtió a Gallardoncito en su bête noire: no le nombraba sino para atacarle y muchos empezamos a creer que el asunto ya no era solamente crítica política sino querencia personal del comunicador, por mucho que el otro mereciese los ataques. Pero por lo general, Federico suele dar en el blanco, con el consiguiente cabreo de los afectados (así pertenezcan al P(SOE), al ex-PP, a otros colegas lanares… la lista es bastante larga).
Y ahora Federico, digno representante de la oposición mediática (digo mediática, porque política aún no la hay digna de tal nombre, con la honrosa excepción de Rosa Díez), al que ni Prisa ni el hoy todopoderoso Jaume Roures pueden acallar, ha sido sentado en el banquillo por Gallardoncito. ¿Por qué? Por decir la verdad. Cuando es peligroso decir la verdad, siquiera ocurra ello en un corrillo de ciudadanos, es que verdaderamente estamos ante una dictadura.
¿Debería sorprendernos que Gallardoncito haya sentado a Federico en el banquillo de los acusados? No nos dejemos engañar por su adscripción actual. Gallardoncito sólo pertenece a su propio partido, que es él mismo, y ha pactado una alianza con el PP para ganar y mantener poder. Lo mismo que anteriormente fue secretario del Fragasaurus Rex, ése que no se resigna a alimentarse de morriñas y saudades en su provecta edad (el poder es una droga dura). Por algo Aznar le tuvo confinado en la Alcaldía de Madrid, mientras pudo. Sin embargo, Gallardoncito ha compradreado con todo el mundo, incluso con amistades peligrosas como la de Juan Luis Cebrián, que parece ser su consejero áulico. Todo por el poder.
El dedo acusador de Federico se levantó contra él y, a pesar de la querencia personal, Federico tiene al menos su parte de razón. No es de recibo que el alcalde de una ciudad que ha padecido el atentado más sangriento de Europa diga que «hay que obviar el 11-M» y que «hay que mirar hacia el futuro». Como tampoco lo es llevar a juicio a quien le afea esas frases. Y máxime cuando quien habla no es solamente comunicador, sino también víctima del terrorismo (sí, Terra Lliure era una organización terrorista) de hecho y de derecho.
Luego, Federico está en su derecho de decir que lo de menos es el motivo por el cual está acusado, sino que se trata de un juicio político, en el que Gallardoncito «usa» a Federico para «mostrar sus poderes» y en el que probablemente también, alguien que no es bueno que dé la cara «usa» a Gallardoncito para escenificar la demanda, pues hacerlo por sí descubriría el pastelazo.
Al margen de estas consideraciones de carácter más o menos político, quizá también esté Federico en lo cierto cuando dice que si hay sentencia condenatoria contra él, la libertad de expresión se verá un poco más cercenada. Y sentará precedente, por supuesto. Un precedente más en la larga vuelta al cierre gubernativo (es decir, sin necesidad de autorización judicial) de los medios de comunicación u opinión hostiles. Lo que hacía Franco, ¿recuerdan? Lo cual significará que los blogs que nos dedicamos a observar la realidad, contarla tal cual la vemos y valorarla, tendremos que cerrar. O andar con mucho cuidado. O simplemente hablar de las costumbres del ornitorrinco en la Australia profunda para que sobre nosotros no caiga el brazo justiciero de la censura zapatera. Recordemos a Martin Niemöller.
Der Fall Friedrich (no le acertaron el nombre, puesto que significa «el que gobierna para la paz») no está cerrado. Esperemos que siga así por mucho tiempo. Que entre tanta oveja es bueno que haya alguien que levante la voz y que con tozudez baturra se resista a que lo callen, ya se trate de periodistas lameculos o políticos ambiciosillos de epidermis exageradamente fina. Y no se arrugue, Federico: que por más que se haya perdido la esperanza, que no sabe o no se acuerda de dónde está, siempre le quedará su tozudez baturra y el aplauso agradecido de la AVT y de dos millones de oyentes. Va por usted, Federico…
En el Día de la Libertad de Prensa
La censura forma parte de las anomalías que fueron corregidas con la democracia. Afortunadamente, vivimos en una sociedad en la que la libertad de expresión forma parte de la cotidianidad y los profesionales de la comunicación ejercen su derecho a informar a los ciudadanos de todo aquello que forma parte del interés general, bajo las normas que establece el Estado de Derecho. El libre ejercicio de informar requiere unas reglas básicas tanto por parte de quien suministra la noticia como del que la trasmite. Es decir, los periodistas deben cumplir con su obligación de recabar la información necesaria para transmitir la noticia y quienes la suministran han de permitir que se les cuestione para facilitar la claridad de lo que pretenden informar.
Últimamente, se ha convertido en práctica demasiado frecuente que dirigentes públicos convoquen a los medios de comunicación para hacer una mal denominada «declaración institucional». Le llaman así a la supuesta rueda de prensa en la que el político o personaje público se limita a transmitir lo que le parece oportuno sin permitir a los periodistas que hagan preguntas. De este modo, sólo transmiten lo que les interesa y niegan el ejercicio de la libertad de expresión implícito en una rueda de prensa, en la que el informador transmite lo que considera oportuno y los periodistas preguntan para transmitir a los ciudadanos la información de forma veraz y concreta. La frase «no se admiten preguntas» se usa últimamente con demasiada frecuencia, hasta el punto de que los directores los principales diarios, entre ellos LA RAZÓN, han firmado un manifiesto conjunto en el que reclaman las buenas prácticas periodísticas y piden que se acabe con las declaraciones sin preguntas.
Los directores, el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid y el decano del Colegio de Periodistas de Cataluña advierten del riesgo para la democracia que supone el hecho de no permitir preguntar en una conferencia de prensa, acto periodístico que pierde todo el sentido cuando los informadores se reducen a meros espectadores para transmitir una información. Esta anomalía sucede, sobre todo, en el terreno político, bajo la excusa de que se expresa un posicionamiento concreto que, según ellos suponen, es el que interesa a los medios. La pasada campaña electoral ha estado plagada de supuestas «declaraciones institucionales», en las que los políticos intentaban transmitir los titulares de cada jornada sin riesgo de ser cuestionados. Esta forma de actuar no se corresponde a una democracia como la nuestra y desnaturaliza el concepto de rueda de prensa. No es necesaria la presencia de periodistas si las fuentes de información no se someten a sus preguntas. Además de dificultar el ejercicio de la profesión, los ciudadanos sólo reciben una información parcial que no ayuda, en muchos casos, a percibir la realidad objetiva.
En el Día de la Libertad de Prensa, celebrado este viernes, se ha puesto de relieve la necesidad de apostar por la información sin cortapisas ni recortes que recuerdan a la censura de épocas pasadas y que distorsionan la realidad. Los diarios españoles suman esfuerzos a favor de la libertad de expresión, del libre ejercicio de la profesión y del derecho de los ciudadanos a recibir información veraz y suficiente. Los personajes públicos deben abandonar esa mala costumbre de realizar «declaraciones institucionales», que al final son propaganda sin interés informativo. No es tanto un «derecho» de los periodistas, como el de los ciudadanos a tener toda la información.
La cúpula del PP no merece a sus votantes
No sabemos quién tendrá que irse o que quedarse en el PP. Que tiene que haber un cambio radical, nos parece clarísimo. Rajoy ha dicho que quiere hacer «su propio equipo» —parece ser que el anterior no lo era; y si no es así, ¿quién se lo impuso? ¿Aznar? ¿Fraga?—. En todo caso, en esta entrevista al analista político Florentino Portero en La Nación despeja algunas dudas.
Gonzalo Altozano.- Analista del GEES, uno de los ‘think tank’ más marchoso de la derecha española, analiza para La Nación el ¿último? descalabro electoral del PP.
-¿Puede el PP hablar de «dulce derrota»?
-Ha ganado votos y consolidado su posición allí donde gobernaba… pero ha perdido las elecciones.
-Parecía difícil tenerlo más fácil para ganar.
-Sin embargo, no ha hecho una oposición inteligente.
-Ha sido firme en algunos asuntos. Por ejemplo, ETA.
-Zapatero negoció con una banda terrorista la organización territorial del Estado y el PP se indignó. El problema es que dio por sentado que negociar con ETA estaba mal.
-¿Y no lo estaba?
-Sí, pero tendría que haber hecho pedagogía. Porque muchos españoles piensan que el Gobierno hizo lo correcto. Y lo piensan porque nadie les explicó lo contrario.
-Es decir, que lo del PP no es el marketing político. En cambio, la izquierda…
-Está acostumbrada a jugar con conceptos, con ideas. Es porque se nutre de profesionales del pensamiento y la comunicación: académicos, sociólogos, politólogos…
-¿De quién se rodea el PP?
-De los altos cuerpos de la Administración. El PP es el partido de los funcionarios.
-Y eso le hace saber mucho de…
-Leyes y procedimientos administrativos.
-¿Sólo con eso se ganan unas elecciones?
-En el PP siguen pensando que para vencer basta apelar al sentido común y al bolsillo de los españoles. Y basar su política en eso equivale a un suicidio colectivo.
-¿Qué tiene que hacer el PP para salvarse?
-Dejar de dar la espalda a las técnicas de la mercadotecnia, instalar en la calle Génova un equipo de profesionales de la comunicación (no de la política), contar con gente del mundo de la empresa.
-Ya tienen a Pizarro.
-El suyo fue un fichaje de última hora que no ha dado buen resultado: no sabe de política.
-¿Cuál sería la labor de ese equipo del que habla?
-Hacer que el partido esté en campaña durante toda la legislatura y no las dos últimas semanas antes de las elecciones.
-Esas últimas semanas, ¿sirven para algo?
-Para mejorar la imagen, para ajustar la estrategia… en la medida, claro, en que haya una estrategia.
-¿Qué entiende el PP por estrategia?
-Su idea de comunicación es dar ruedas de prensa. Pero con eso no se llega a la gente. Esa es la razón por la que la derecha siempre va a remolque.
-¿Quién tiene la culpa?
-La cúpula del PP, que es muy débil.
-¿Y la base?
-La base no, la base es fuerte. Lo ha demostrado estos últimos cuatro años.
-¿Cómo?
-Oponiendo un montón de iniciativas a los intentos de liquidación de España. Es la derecha vital.
-Ponga un ejemplo.
-Internet. Ahí la derecha está creciendo tanto que la izquierda ve con preocupación el efecto que eso pueda tener sobre los jóvenes.
-Entonces la derecha de a pie…
-Tiene las cosas más claras que sus dirigentes. Los inquilinos de Génova 13 -algunos tan relativistas que parecen de izquierdas- no merecen a sus votantes.
Tensión dramática
Por su interés, reproducimos aquí el contenido de un artículo de César Vidal aparecido en La Razón de hoy domingo.
Durante los años veinte, otro socialista, en este caso un italiano llamado Mussolini, se destacó en el uso de esa misma estrategia. Lenin había dicho del vigoroso latino que era el único hombre capaz de llevar a cabo la revolución en Italia y no se equivocó. El único matiz era que el socialismo de Mussolini tenía un fuerte ingrediente nacionalista y recibió el nombre de fascismo. Los que vinieron después ya no fueron innovadores sino meros aprendices. Stalin interpretó una estrategia de la tensión escrita por Lenin que le permitió asesinar a sus antiguos compañeros de partidoy atestar el Gulag con decenas de millones de desgraciados; por lo que a Hitler se refiere, basta leer «Mein Kampf» para percatarse de que su socialismo nacionalista había captado a la perfección las lecciones bolcheviques. En buena medida, la Historia del s. XX ha sido la de los canallas que creaban una tensión ficticia para justificar luego el exterminio de aquellos que, presuntamente, eran culpables. En Rusia, se trató de los enemigos de clase; en Alemania, de los judíos y en la España del Frente Popular, de los contrarios a la revolución.
Por detenernos en este último caso, resulta ilustrativo recordar que desde 1933 hasta 1936 –pasando por el alzamiento armado de octubre de 1934– la izquierda y los nacionalistas practicaron una tensión en la que no faltaron los crímenes ni la violencia de todo tipo, tensión de la que culpaban al fascismo y que esgrimieron como excusa para practicar el asesinato del adversario político incluso antes del estallido de la guerra. En todos y cada uno de los casos, ver al adversario político –real o imaginario– les crispaba y, al final, tras un largo proceso de satanización, la salida era la cárcel o el tiro en la nuca.
Y mira tú por donde en apenas unas horas hemos descubierto que en esa galería de la estrategia de la tensión en la que reluce con brillo propio la hipocresía tiene también su papelito ZP. Cuando nadie lo veía, pero alguien lo grababa, ZP confesó a Iñaki Gabilondo que la tensión le convenía al PSOE. ¿Y qué hizo Gabilondo? Pues de la misma manera que difundió por sus micrófonos la horrible mentira de que en los trenes del 11-M había terroristas suicidas, en esta ocasión, dio la razón a ZP. «A mí me parece que os conviene muchísimo», sentenció el periodista que, al cabo de los años, ha afirmado que fue una redactora la que tuvo la culpa de la falsa noticia sobre los terroristas que nunca existieron. ZP remató la jugada señalando que iba a empezar a «dramatizar». En una nación como Estados Unidos, si uno habría sido expulsado con deshonor de la profesión periodística, el otro jamás podría desempeñar un cargo político. En España, esperemos que la estrategia de tensión que caracteriza desde hace años a ZP y al grupo mediático que lo respalda no se eleve esta vez sobre cerca de doscientos cadáveres.
