«Me voy de España»


No, no se asusten ustedes. Servidor no se va de España, de esta piel de toro en estos tiempos atribulados. No solamente por patriotismo, que también cuenta, sino porque no tendría a dónde ir fuera de la madre patria. Lo traigo a colación, no obstante, porque es algo que empiezo a oír en redes sociales, bastante sotto voce aún. Y me llama la atención por las personas que lo van dejando caer acá y acullá. No sé si puede establecerse una clasificación, pero podemos intentarlo.

En primer lugar, los creyentes. Es decir, aquellos que a capa y espada, con beneficio o sin él, han defendido el indefendible bipartidismo en cualquiera de sus variantes. Que en mi opinión, de «bipartidismo» nada de nada. No hay más que un partido: el Partido Único del Trinque, con derivaciones a «izquierda» y a «derecha». Supuesto, naturalmente, que todavía sea operativa esa distinción. Por tanto, en boca de un creyente esa declaración es una asunción de culpabilidad: «Hice mal en defender a Fulano; pero como no me da la gana de aceptar las consecuencias de mis actos (y de paso, de darte la razón), cojo y me voy». Algunos, incluso, son capaces de decirte: «Apuntaos un tanto los que habéis criticado al partido en las redes sociales». Se han caído del caballo y el golpe les ha devuelto a la realidad. Pero bueno, la resultante es ahí os quedáis.

En segundo lugar, los pacifistas, ya sean originarios o sobrevenidos. A diferencia de los anteriores, éstos no defendieron al P.U.T. en cualquiera de sus derivaciones. Sin embargo, tienen horror a lo que se avecina. Prevén tiempos negros y su argumento principal es «Aquí va a haber guerra y no me gustan las guerras porque se mata a gente». Alma de cántaro, ¿acaso hay guerras en las que no se mate a nadie? Por mucho que se rehúya el combate, no se puede rehuir eternamente. Tarde o temprano habrá que pelear —máxime con la retórica cuasibélica que están empleando algunos—. También en este caso la resultante es ahí os quedáis.

En tercer lugar, los lúcidos —por llamarlos de alguna manera—. Saben lo que se avecina y saben que, en el peor de los casos, decir lo que piensan puede traerles muchos problemas (ahora también, pero nada comparado con lo que ocurriría si Pablemos y su banda llegaran al poder). Y si los peores temores se confirmaran, serían los primeros a los que el nuevo régimen haría la vida a cuadritos, haciéndoles callar o forzándoles a irse, como ha ocurrido en Cuba, en Venezuela y, en general, en todos aquellos sitios en los que ha gobernado el comunismo. No se hacen ilusiones; y antes de que el nuevo poder les eche el guante, dicen ahí os quedáis.

Si quieren saber ustedes mi opinión, los que más motivos tienen para largarse son los miembros y miembras activos o durmientes del P.U.T. Todos ésos que se lo han llevado crudo durante tantos años en todos los niveles del Estado (Administración Central, autonómica, local) y sus adherencias y vinculaciones (organismos autónomos, agencias y empresas públicas creadas ad hoc para «huir del Derecho administrativo», según la frase consagrada de los tratadistas. Son muchos, sobre todo si empezamos desde abajo (Administración local). Es posible que ya tengan más dinero fuera que dentro de España. Y todos ellos protegidos por la regla no escrita del «nadie devuelve nada de lo robado»… Dinero que ni la Justicia ni Hacienda les va a reclamar porque nadie va a tirar de la manta.

¿Es posible que haya todavía gente que aún no se haya caído del guindo o que acabe de caerse de él, con todas las señales que se han venido dando en estos dos últimos años y medio, más o menos?

Gotas que me vais dejando...

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