Soluciones
¿Cuál sería la solución? Hay dos soluciones posibles. La primera es la solución final, que Hitler empleó por la vía rápida y el comunismo de una forma menos evidente pero igualmente mortífera (pregunten a los ucranianos o busquen el significado de las palabras Gulag u holodomor).
Dentro de las otras soluciones existe una posibilidad factible: ayudar a esas personas en sus países de origen. Esto sería lo ideal. Aprenden así a labrar una tierra que, salvo excepciones, suele ser fértil (miren, en otro caso, a Israel: ha conseguido tener agricultura en medio de un desierto). Aprenden a sacar provecho de sus recursos naturales, habitualmente enormes. Educan a la juventud para que en un futuro el país pueda prosperar o seguir haciéndolo en ese círculo virtuoso. En este sentido apuntaría el libro Dead Aid (literalmente, «Ayuda Mortal»), de la economista zambiana Dambisa Moyo y que aquí se ha traducido a lo cinematográfico: «Cuando la ayuda es el problema».
¿Cuál es el problema? Que eso engrosaría la lista de nuestros enemigos. De todos aquellos con trastienda, se entiende. Un ejemplo: a todos los políticos de izquierdas que hacen negocios con el régimen corrupto y dictatorial de Obiang Nguema les importa un carajo el pueblo oprimido guineano. «No es personal, sólo negocios» dicen, como excusándose. Las empresas multinacionales que extraen recursos naturales, como el superconductor coltán, también nos incluirían entre sus enemigos. Les interesa un gobierno títere en sus manos y que los naturales del país, normalmente de etnias distintas, estén entretenidos dándose palos unos a otros mientras a ellos les dejan robar en paz.
Por supuesto que eso crea bolsas migratorias ingentes. Alguien tiene que conducir a ese montonazo de gente a donde quiere ir. ¿Y quién posee la necesaria estructura para ello? Las mafias de tráfico de personas. Que no serían tales si no tuvieran contactos gubernamentales allí donde hace falta, a saber, países de origen y de paso. Con el agravante de que en esos países, normalmente musulmanes, el tráfico de personas —vulgo esclavitud— no está mal visto porque da dinero aunque éste no se pueda declarar oficialmente debido a la vigencia también oficial de unos muy molestos derechos humanos. No es muy diferente a conducir reses a través de las inmensas llanuras americanas; ¿pero a quién de estos millonetis izquierdistas le importa?
Por tanto, nos guste o no, vienen aquí. A esta parte de Occidente que aún es sociológicamente católica por mucho que los masones y los socialcomunistas se empeñen en arrancar esa parte del espíritu de la nación. Ahora bien: se les recibe y se les auxilia, pero al cabo de un tiempo uno debe llegar a un pacto si no quiere que le echen de su propia casa. Al igual que ocurre a nivel individual, el Gobierno español debería poder decir: «Mi casa, mis reglas» sin que los de siempre le tachen a uno de «fascista» (acusación siempre a mano) simplemente por proponerlo.
La pregunta es ahora para los de izquierdas, que suelen invitar a la fiesta con dinero que no es suyo: ¿cuántos niños podrían comer en España y en los países de origen de esos reclusos? ¿Por qué tanto interés en no ayudar en el sentido que proponemos? Porque lo que así se consigue es la igualdad, pero en la pobreza («La izquierda ama a los pobres; por eso los crea por millones»). Y todo, como siempre, regado con ese dinero que no é de naide. Estén ustedes tranquilos, que ningún comunista de visa oro, de ésos que tanto abundan en las Batuecas, pondrá un céntimo de su bolsillo. Aunque, eso sí: se les llena la boca con esas chorradas de «estamos en el mismo barco», «no creo en las fronteras, soy ciudadano del mundo» y otras de jaez semejante. No son, en realidad, tan diferente a aquellas beatas que estaban convencidas de que iban a ir al cielo por «ocuparse de organizar el ropero parroquial» y nada más que por eso.
Dejemos, pues de marear el diccionario. No podemos robar a nuestras futuras generaciones para dar de comer a traficantes y a personas que no quieren integrarse. Eso no es ser «solidario»: es ser gilipollas. Por el contrario, proteger a nuestros hijos y nietos es de persona sensata y de ningún modo amerita que uno sea llamado «fascista».
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Muy interesante, pero tomemos como ejemplo Zimbabue. Se apartó de cargos políticos, económicos y hasta deportivos a todos los blancos sin excepción, después les expropiaron las tierras y sus negocios para «devolvérselas» a la población negra… ¿Y cómo terminó? Ninguno, ni un sólo fue capaz de hacer algo con esas tierras. Ninguno, ni uno solo, tuvo la intención de intentar mantenerse por sí mismos hasta el punto de que la expropiación indebida de esas tierras llevó a Zimbabue a una crisis terrible por lo que decidieron que querían que los blancos volviesen para levantar el país, la economía, la agricultura y salvarles de morir de hambre. Poco después decidieron de nuevo que no querían ningún blanco en el país y a quién permaneciese le condenarían a largas penas en prisión.
Esta misma medida agrícola la vemos encaminada ahora en Sudáfrica… Y es que quién no quiere, no quiere. Para mi, la solución es que esas personas estén en sus países trabajando, labrando, aportando; al fin y al cabo hace milenios se hizo, ¿por qué no lo pueden hacer ahora? El problema es que no quieren, el problema es que no les interesa, parece que en ellos sólo existe el vivir así de esa manera, esperando que otros les den y les salven y generando odio y violencia para quien no lo haga. Hace menos de un año, viví en zonas problemáticas de Río de Janeiro. Muchas personas vivían en la calle en un estado lamentable, se hacían sus necesidades encima, no querían limpiarse después y arrastraban sus traseros desnudos por el suelo como hacen a veces los perros. A mi me sorprendió. Deseé ayudarles, pero siempre rechazaban los bollos que les daba porque y a mi me sorprendía. Igual me sorprendía que no quisieran ni limpiarse de sus propios excrementos.
Un día hablando con un matrimonio del barrio que les llevaban comida todos los días me dijeron que el Estado de RJ les había dado un antiguo edificio (fue un psiquiátrico y actualmente estaba inhabitado) con piscinas, cocinas, dormitorios y demás. Allí se alojaron todos los sin hogar de las zonas cercanas, pero no tenían personal para atenderles; es decir, les dieron el edificio y les daban alimentos de forma continuada pero ellos debían ser quienes cocinaran, mantuvieran el lugar, limpiaran, etc…. Ellos no querían hacer nada. De hecho, ni cocinar para si mismos, ni ducharse; es decir, vivían como en la calle pero en aquél edificio sólo que como no cocinaban no comían así que abandonaron el edificio y volvieron a la calle (momento en el que yo les conocí).
No digo con esto que los manteros y demás que viven en nuestro país sean casos de este extremismo, pero sí que creo que es más fácil siempre ir a otro país para recibir ayudas, para que las monjas te mantengan y demás. No interesa labrar tierras en su país. De igual modo que no interesa aprender civismo, ser educado y civilizado… No me queda otra más que pensar así, porque en nuestro país y el resto de Europa estos inmigrantes eran pacíficos hasta el momento en que las políticas empezaron a brillar a su favor. Desde entonces sólo han ido agarrando más fuerte ese brazo que se les extendió como ayuda, exigiendo, violentándose y mostrando que no deseen mejorar pues en el momento en que se ha cedido espacio han entrado como hienas y su actitud y civismo es igual que el que podríamos ver en sus países de origen en el que al final acabarán matándonos y a saber qué más.
Te recuerdo que estos días en Salou agredieron en manada a un jubilado por oponerse a su desenfrenada violencia… Al final, es esto lo que son, personas que fueron pacíficas en nuestros países hasta el momento en que se les trató como a uno más, en ese momento vieron que podían hacer lo que quisieran y salir impunes,y ¿qué decidieron hacer? ¿Mejorar? No, volver al punto de origen, volver al comportamiento de sus países y recrear sus países originarios en nuestros estados.
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