Para Adela, con cariño
Hoy me da la gana de hablar de religión. Concretamente, de la religión católica, perseguida sin tapujos en dar-al-Islam ante la indiferencia de muchos (los cristianos que han degollado en Siria apenas han durado un día como noticia: Siria queda muy lejos y ya hemos hablado de ello) y perseguida algo más sutilmente (cada vez menos sutilmente) en dar-al-Harb, o sea, el Abenland, la «tierra del crepúsculo», Occidente.
Pero hoy no es momento de hablar de los enemigos externos, que los tenemos y al parecer son poderosos. Hoy quisiera comentar que, por si nos faltaban enemigos, también los tenemos en casa. Son aquellos que, con su discurso, confunden a la feligresía sencilla, cada vez menos numerosa y de más edad gracias a la persecución sutil, esa que impide renovarse a la Iglesia con savia nueva y joven. Y sabemos por qué: el catolicismo bien explicado y aplicado levanta barreras muy difíciles de derribar suavemente entre el hombre y el Estado (para otra entrada queda el debate de «quién es el Estado»). Es decir: que para derribar esas barreras un régimen tiene que retratarse como totalitario sin más perifollos, dando al traste con la utopía de Huxley y acercándonos más a la de Orwell.
No obstante, dentro de la Iglesia también hay quienes trabajan de una forma que no se puede decir que estén construyendo Iglesia. Me refiero a aquellos que, frente a un Papa que no les gusta, hacen correr la especie de que «es el Anticristo» y se remiten a una especie de «contubernio judeomasónico internacional» para explicar todo lo que no les gusta del Papado. Lo primero que habría que decirles es que, ante todo, deben respetar la autoridad del Papa. Eso es fundamental en toda organización humana, inspirada por Dios o no. Uno respeta a la autoridad y a partir de ahí puede formular sus críticas. Pero lo que no se puede consentir es que haya quienes, partiendo del desprecio a un Papa que no les gusta, intenten minar su autoridad identificándolo con “el Anticristo”.
En segundo lugar, un problema ─uno de tantos, en realidad─ es que dentro de la Iglesia se hayan constituido grupos que, a día de hoy, forman una especie de «Estado dentro del Estado». Grupos que, cuando las decisiones del Papa les afectan negativamente, pasan a militar en la lista de enemigos del Papado. Lo más curioso, dentro de estos grupos, es que hay una distinción nítida, que Jesucristo no formuló jamás: “los nuestros” y “los otros”. No tengo noticia de que Jesucristo, cuando dio de comer a esas dos mil personas ─interprétese el milagro como se quiera interpretar─, distinguiera entre “los suyos” y “los otros”. Acaso la “distinción” entre unos y otros es que “los suyos” acabaron dando la vida por creer en Él y “los otros” no.
En tercer lugar, resulta que para pertenecer de verdad a esos “grupos” uno poco menos que debe venderles su vida y su libertad. A cambio, uno puede llegar a un nivel bastante confortable de ejercicio de la fe: el grupo le protege de todas las contingencias mundanas ─”pequeñeces de la vida”, que suelen decir ellos─. Pero Jesucristo sólo pide al cristiano dispuesto que le siga. Le dice esto: «Es probable que pases hambre y sed, que los demás te hagan el vacío, que el Estado te toque las narices a causa de tu fe a ti o a tus hijos, que el diablo venga a tu casa o a tu trabajo a tentarte. Y según a donde vayas, hasta te pueden matar por ser infiel y de varias maneras distintas. ¿Quieres ser de “los míos”?». Uno siente la tentación de decir: «Coño, Jesús, ¡qué programa más atractivo me ofreces!». Nada que ver con lo que ofrecen esos “grupos” a cambio de.
Estaba deseando leer una entrada como esta. Gracias por dedicármela, ya que es un tema que hemos hablado muchas veces y en el que coincidimos por entero.
Sólo debemos gustar a Dios y lo que los demás opinen, juzguen, nos debe tener sin cuidado. Debemos respetar la libertad ajena mientras no afecte a nuestra libertad de conciencia, algo que no deberíamos permitir nos roben jamás.
Yo no creo en «grupos intermedio» ni en sectas élite que te prometen ayuda, apoyo religiosos y emocional pero que a cambio les debes la «vida». Cometeré errores, me equivocaré y volveré a levantar pero prefiero ser siempre «yo misma en todo» que no parte del pensamiento o del proyecto de «otros». Para eso , para un proyecto de vida completo necesito a Dios y a mi complemto. De eso pueden derivar otras cosas pero la fuente principal es esa.
Te quiero mucho, eres mi tesoro.
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