Una vez más hay que hablar de Venezuela. Como pasado, como presente y como futuro. Pero antes de nada, quisiera mandar mis condolencias a los familiares de las personas que han fallecido violentamente desde que están allí en el proceso de elecciones a la «fake-Asamblea Destituyente».
No es ningún secreto que la posición de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela es insostenible, pues no se sostiene por la fuerza del derecho, sino de las pistolas y de las rejas. Al pueblo venezolano —a cada uno de los venezolanos— le han arrebatado los tres bienes más preciados para cualquier ser humano: la propiedad, cosa que ya empezó con Chávez y sus «expropiaciones exprés», hasta el punto de que prácticamente no queda nada que comer y muchos venezolanos (especialmente, los que tenían la suerte de vivir en las fronteras), han salido despavoridos de un país en que tener algo sin ser de la boliburguesía es prácticamente delito.
Les han quitado igualmente la libertad. Un sistema comunista no se entiende con libertad; y era importante que para que los venezolanos se sintieran desgraciados, además de no poder comer, debían perder la libertad de pasear por sus calles a cualquier hora del día o de la noche. Debían perder la libertad de opinión, de enseñanza, de recibir información veraz. Hoy ya no se puede opinar libremente en Venezuela; no hay más que un medio de «información», en el que ya no aparece Maduro porque, por no tener, no tiene siquiera la capacidad discursiva de su predecesor. Éste era capaz de montarse un Aló Presidente de cinco horas en el mejor estilo de Fidel; pero Maduro no tiene esa capacidad. Más aún: como no quiere testigos, empieza a expulsar periodistas extranjeros del país.
Y a pesar de todo, el pueblo venezolano sigue saliendo a la calle para protestar. Por eso Maduro ha tenido que tomar medidas extremas. Si el pueblo venezolano no puede comer y no puede hablar, y aun así, todavía tiene fuerzas para protestar, hay que volarle la cabeza al que sobresalga. La vida es, lo único que les queda por entregar. Y Maduro lo pisotea, pues su policía política y fuerzas de asalto consideran «ratas» a los opositores y como tal plaga que son, hay que exterminarlas. Sólo por eso Leopoldo López sigue preso, aunque sea en casa: el régimen no quiere convertirlo en mártir por la causa. Eso galvanizaría el odio del pueblo y, tal vez, hiciera pensar a algunos que le apoyan que se ha pasado de la raya.
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Hay que dar las gracias a los tardo-comuinistas líderes de Podemos por ponernos a Venezuela en el mapa. Resulta ser un país riquísimo que pasa hambre, por lo que es fácil adivinar que algo importante falla en ese país.
Usted, señor Aguador, lo ha descrito acertadamente. Desde que Hugo Chavez se dio a conocer al mundo, pudimos observar un estilo de gobierno al estilo bandolero, pero de corte oficial. Los venezolanos eligieron al zorro para cuidar las gallinas, y así les ha ido. Exprópiese. Su sucesor, Maduro, cuyo mayor mérito debe haber sido traspasar la frontera de Venezuela y hacerse ciudadano venezolano, teniendo la oportunidad de enmendar los graves errores de su antecesor, al contrario, los aumenta violentamente. Dice el refrán » nunca pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió».
Por suerte, los,demás países tomamos nota de ello y, salvo una minoría, los ciudadanos vemos al gobierno venezolano como un gobierno que quiere para su pueblo lo mismo que el gobierno cubano para el suyo. Pobreza. El comunismo se nutre de la pobreza que genera para erigirse en salvadores de ellos mismos, y claro, nunca van a tirar piedras contra sí mismos.
Saludos
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Así es, amigo Pablo. Hartos de corrupción y de malos manejos administrativos, los venezolanos se echaron en brazos de un caudillo, cuyo sucesor, bien asesorado por Cuba, los ha llevado al abismo. Crucemos los dedos para que eso no nos pase a nosotros…
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