El hecho de que en los acontecimientos que hemos ido contando aparezca alguien que de pronto se convierte en Comisaria de la UE, nos obliga ahora a añadir una visión un poco más internacional a la cuestión. Dejamos Valencia y a los incompetentes que la han dejado hecha un barrizal. Aunque no del todo porque hay más. No solamente hablamos de negocio, sino y, desgraciadamente, de política. Así que, nuevamente, vamos al lío empezando por el principio.
España, por su «privilegiada situación geopolítica» ha resultado ser un buen campo de pruebas para las naciones de su área cultural. Lo fuimos en 1936, cuando todos vinieron aquí a ponerse a prueba: unos, lo aguerrido de sus huestes y otros, su armamento. Cuando ya por fin España quedó hecha unos zorros, se dedicaron a darse de mamporros entre ellos durante los seis años siguientes.
Luego hubo 39 años de paz. No sé si de «ciencia», pero sí de paz y de neutralidad. Franco nos mantuvo alejados tanto de la bota comunista (le odiaban a muerte porque les venció militarmente) como de los tentáculos de los cinco ojos (vulgo anglosfera) aunque le tenían ganas, ya lo creo que sí. Ahora parece una chiquillada de unos cuantos; pero si los monárquicos que conspiraron siempre contra Franco hubieran tenido éxito en, digamos, 1945 y Juan III se hubiera sentado en el trono que dejó vacante Alfonso XIII, hubiéramos acabado siendo miembros de pleno derecho… de la Commonwealth.
Perdonen este proemio, pero que sirve para introducir la segunda de las ideas que yo quería transmitir. Después de tantos años de paz, comienza a surgir un espíritu europeísta. De haber sido más conscientes de las consecuencias, no hubiéramos ni entrado. No así, que yo siempre dije que entramos de rodillas y con los pantalones bajados. Lo cual, a su vez, fue consecuencia del europeísmo cateto que gastaba nuestra clase política de entonces. «Entrando en Europa todo irá mejor» se decían algunos. Vamos, que como cantaba La Trinca en su momento…
Entrez, entrez a la Communauté
Veureu, veureu què bé ens ho passarem…
Y nos lo pasamos tan requetebién que Felipe González no tuvo empacho en desindustrializar España on demand… aunque él y sus cuates lo llamaron reconversión (salvaje). Se destruyó prácticamente toda nuestra industria pesada (altos hornos, etc.), lo cual repercutió en empresas como la automovilística: ¿alguien se acuerda de los camiones de Barreiros? Como ya veníamos de la crisis del petróleo del 73, fue fácil colar que «estábamos en crisis» y que no se podía hacer nada. Por algo pudo afirmar un quídam que atendía por Luis Carlos Croissier, a la sazón ministro de Industria (1986-1988), que «la mejor política industrial es la que no existe». Naturalmente, hombre: si te cargas la industria, ¿qué «política industrial» vas a aplicar? Lo de cobrar por arrancar las vides en los fértiles campos de la Andalucía de entonces, un plus. Que, además, no repercutió políticamente (lo vendieron bien), lo que permitió que la trama sociata se estableciera allí durante 40 años (¿tantos como Franco? Huy…). Dame paguita y mi familia y yo seremos incondicionales «pa siempre».
Pues hala: ya semos europeos.