Me da vergüenza, como catalán, oír a una soberbia Marta Ferrusola decir esas palabras a una periodista que simplemente hacía su trabajo. Son el resumen y compendio de la actitud de la casta política (no sólo pero también) catalana a quienes les hacen preguntas pertinentes e incómodas.
Que la mujer de l’Avi es peor que él es algo que se sabe en Cataluña por lo menos desde los llamados Fets del Palau. Se refieren éstos concretamente al reparto en 1958 de unas octavillas por la causa nacionalista durante un concierto en el Palau de la Música Catalana en Barcelona, que supusieron el encarcelamiento del futuro Gens Honorable (aunque nunca el maltrato, porque ser hereu en Cataluña siempre tuvo su peso y Don Florenci era mucho Don Florenci) y paralelamente el inicio de su carrera política. Carrera que cerraba su círculo con la confessió hace dos semanas de que durante 34 años había estado robando á tout plein a los españoles y, dentro de éstos, a los catalanes. Es decir, que no era Espanya quien «robaba a los catalanes», sino la élite extractiva catalana.
Insistiremos lo que haga falta en este detalle: si las cosas en Cataluña (y en Madrit) han llegado hasta donde han llegado es porque se les ha permitido. Y se ha intentado tapar la boca a quienes contaban lo que pasaba, cuando no ignorarles o reírse de ellos y permitir que la élite extractiva catalana los persiguiera con saña hasta el punto de obligarles a hacer las maletas.
El vagi a la merda de la mujercita del Gens Honorable expresa hasta qué punto la familia Pujol se creía por encima del bien y del mal. Es decir: ¿cómo te atreves, gusano inmundo, a pedirme cuentas de lo que hago con el dinero del que ilegalmente me apropio? Es el plano propio de una dictadura con elecciones, esas elecciones que forman parte del teatrillo institucional. Pero no se crean ustedes que eso es un fet diferencial de Cataluña: ocurre en todas las regiones batuecas. A la que una familia política (y no me refiero a los partidos, sino a las capillitas o covachuelas que se forman al abrigo de éstos) ocupa el poder más de la cuenta, todos sus miembros empiezan a mostrar síntomas vampíricos: en especial, son refractarios a la luz y a los taquígrafos.
Ésta Marta Ferrusola, que podría pasar perfectamente como una mamma della mafia es la misma a la que casi le dio un cobriment cuando José Montilla, «inmigrante» andaluz, cordobés de apellido cordobés y simple bachiller, accedió a la presidencia de la Generalitat catalana. Pero nadie se atreve todavía a llamarla racista, así como a otros nos han llamado eso y de todo menos bonitos. Por mor del asqueroso consenso socialdemócrata, el nacionalismo tiene bula y puede ser todo lo racista que quiera porque «sólo actúa en su territorio». Y es la misma también que controlaba («s’ha de fer país i donar exemple») el negocio de las rosas del Maresme, algo que tanto Montoro como la justicia deberían investigar y a fondo.
Para no hacer el cuento más largo, la que se’n ha d’anar a la merda es ella. Pero no sólo ella. Con ella deben irse todos los que al abrigo del corrupto metieron la mano en el saco o se beneficiaron de las migajas. Que podrían ser muchos más de los que salen ahora. A lo mejor incluso los presuntos «opositores» nos tienen algo que contar. Centrar el foco en la cúspide de la pirámide de la corrupción es un recurso muy socorrido, sabiendo además dos cosas: primera, que no va a ir a la cárcel; y segunda, que no va a tener que devolver más que una pequeña parte de lo que ha robado. Tot queda a casa. Ya saben. Y ustedes y yo, mientras ellos se lo guisan y se lo comen, amb un pam de nassos.
Está claro quien lleva los pantalones en esa casa y posiblemente los llevó también en la Generalitat cuando Pujol.
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