Nuevamente hace muchos días que no digo nada, así que hoy toca hablar de lo que toca. De las elecciones catalanas, la verdad, me da mucha pereza, especialmente por lo esperable de los resultados tanto por arriba como por abajo. ¿Acaso no era esperable que ganase esa criatura mítica llamada «independentismo moderado» (que ni es «independentismo», ni mucho menos «moderado»)? Criatura de dos brazos. Por un lado el PSC (tonto el que creía que el PSC era de loz nueztroz). Como yo dije en su momento, se quitaron la careta en 2008 y no hace mucho otros, como Miquel Giménez, han acabado de redondear el perfil. Estar a la orden es lo que tiene. Los pactos es lo de menos: gana el «independentismo» (hablemos claro: separatismo). Que además esto lo financie George Soros o no simplemente porque quiere que España se parta en cuatro cachos… no sé hasta qué punto es relevante si nadie hace nada.
Lo incomprensible del asunto es que a Sánchezstein la jugada le ha salido redonda. Tiene su aquél que Illa, el peor ministro de Sanidad que «vieron los siglos y esperan ver los venideros» (y mira que los hemos tenido malos, ¿eh?), desde que semos una mococracia, haya obtenido un resultado que le permite codearse en pie de igualdad con ERC y juntos, tentar a otro partido para formar otro monstre dels tres caps, como el que unió a Montilla, a Pérez Díez (aka Carod-Rovira) y a Joan Saura, el ecosocialista (comunista) encadellat a una pija mallorquina que, como conseller de Interior, le guardaban la vila los Mossos. Y no solamente eso, sino que mete a Miquel Iceta, un separatista redomado, en la cartera de Política Territorial y Administraciones Públicas. Lo dicho: jugada redonda.
Lo que nos lleva a la parte de abajo. El concepto de «vencedor moral» es un concepto más bien chorras; pero aquí viene bien aplicarlo a VOX, aunque se deba, casi a partes iguales, a méritos propios y a fallos ajenos. El mérito de VOX ha sido presentarse con valentía y presentar un programa que, en líneas generales, todo constitucionalista puede defender. Y hacerlo soportando las presiones y agresiones de los macarras separatistas. Sí, esos macarras, chulos, gamberros y alborotadores separatistas que extienden la vista y, que aunque no lo sepan, con esa mirada cantan esto…
So die braune Heide geht
gehört das alles mir…
El fallo de los otros dos partidos presuntamente constitucionalistas es no haberse presentado con la misma valentía. Han sido víctimas, a mi entender, de una lastimosa dependencia orgánica de Madrit, que ahora mismo no tiene siquiera una sombra de liderazgo. El censo electoral ha castigado, además, el chusco episodio de que la chica que dejaron de retén en Cataluña cuando todos los demás se largaron, Lorena Roldán, se pasara al PP, quedando solamente el fiel escudero Carrizosa para atajar el desastre que él sabía de sobra que se avecinaba (y recibir los tortazos, claro).
En cuanto al PP… bueno, la cosa se pone espesa. García Albiol, que a mí no me parecía mal candidato, fue apartado de un plumazo en cuanto empezó a mostrar un discurso robusto frente al separatismo nacionalista (fallo imputable a Madrit, no a él). Se ha quedado de alcalde de Badalona y seguramente lo hará bien, lo que nos hace pensar qué habría pasado si, coincidiendo las alineaciones planetarias, hubiera acabado como President. En cuanto a Fernández… bueno, es el candidato que quería Madrit. ¿Pero es el que necesitan los constitucionalistas catalanes?
Entiendo que lo que pasa en Madrit tiene culpa en lo que pasa en el PP catalán. Dijimos en su momento que a Pablo Casado le sobra educación y le faltan liderazgo y mala leche bien dirigida. Porque mala leche, desde luego, no le falta: el discursito que se marcó en las Cortes contra Abascal sólo porque le dieran unas migajas del CGPJ entraría en la «historia universal de la infamia». Y sin embargo, esa misma mala leche, que también le sobra para zancadillear a Díaz Ayuso, le falta para llamar a capítulo a Núñez Feijóo y pedirle cuentas acerca de su actuación más nacionalista que la del BNG. Da la impresión de que en el PP manda «alguien», pero que no es Pablo Casado.
Y así, Alejandro Fernández, que iba a ser esto…
se ha quedado en esto otro…
o sea, má shushurrío que un bisté engordao con clembuteró.
Y ahora, compañeros en la desgracia (los hostiones han sido de reglamento), están planteándose la reunificación PP/Cs. En esto consistía, ya lo vemos, el giro al centro. Es el giro a la progrez insignificante, porque ese estandarte ya lo llevan otros. Es pedir la hora y poner cara de Borjamari: «¿Nos dejáis que seamos fans vuestros? Porfa, porfa, porfaplis, o sea, ¿no?». Lo extraño es que representaría, si Dios no lo remedia, la vuelta a la política de Albert Rivera, al que creíamos trabajando de verdad, cuidándose de su descendencia (noble ocupación que nada tiene que envidiar a vivir de administrar la cosa pública). Albert Rivera volvería al útero político del que salió hace la friolera de 15 años para tomar las riendas de algo que ya entonces molestaba profundamente al nacionalismo separatista catalán. Sabio el merengue que decía «sorpresas te da la vida».