Da mucha pereza escribir sobre un tema en que ya llueve sobre mojado, de modo que me limitaré a tomar estas palabras de la famosa canción de Leonard Cohen, recientemente fallecido. En este blog mío y de ustedes nos hemos explayado con ganas acerca de que «no todos somos Charlie» o de la «libertad de explosión» de los radicales musulmanes. Hoy sólo queda añadir que era cuestión de tiempo que alguien intentara atentar en la capital del acogimiento al Fluchtlinger. En uno de esos Weinachtsmärkte (Mercados de Navidad) de la capital alemana (uno cercano a la Kurfürstendamm, en pleno centro) a un descerebrado musulmán se le ocurrió embestir con un camión a las gentes que paseaban tranquilamente por dicho espacio.
Tras la lógica confusión inicial, queda clara una cosa: que el Jefe de la Policía alemana es un progre, o que lo es su superior político inmediato. Tardaron bastante tiempo en admitir varias cosas. Primera, que el delincuente era un radical islamista y que el atentado sigue el mismo esquema que el de París. Sigue vigente la orden de ocultar la filiación del delincuente para que los alemanes no se solivianten más de lo que ya están después de que Angela Merkel dejara entrar, sin control alguno, un millón de «refugiados» en tierras alemanas. Luego resultó que al hombre que detuvieron en primer lugar «no era el asesino». Horas después nos enteramos de que el verdadero conductor del camión fue asesinado por el radical islamista. Finalmente, la odisea termina en Milán, donde una pareja de policías novatos, como Terence Hill y Bud Spencer, abaten a tiros al radical islamista. ¡Qué oportunidad y qué suerte!
Lo más chusco de todo —algo en lo que se han cebado las redes sociales— es que la mayoría uniforme de los medios se escandalizaba de que el tipo «se había radicalizado en la cárcel» cuando, por lo visto, la Policía ya le conocía por haber quemado una escuela. Pues menos mal que antes de entrar en la cárcel «no era un radical». Si llega a serlo, después hace saltar por los aires la puerta de Brandenburgo. ¿Qué menos, no?
Ahora, para tranquilizar a la opinión pública y a la «extrema derecha populista» (todo el que se opone a Merkel desde la derecha es «populista»), que pedirá cabezas, se sigue una estrategia ya conocida: salvaguardar la eficacia de las fuerzas del orden. En España conocemos esto bien, pues al margen de la inoperancia de mandos policiales corruptos, los medios se ocuparon de señalar que ya en diciembre de 2003 —tres meses antes del 11-M— «la Guardia Civil había evitado un atentado de similares características». Es lo que ha ocurrido ahora: según medios oficialistas, la Policía alemana habría evitado otro atentado que podría haberse cometido en alguna superficie comercial de Oberhausen, una pequeña ciudad cercana a Duisburg.
Europa sigue cogiéndosela con papel de fumar en materia antiterrorista y de relaciones con el Islam. Hay algo que huele muy mal en todo esto. He oído comentar por ahí que hay un pacto secreto entre Alemania y Turquía, según el cual Turquía puede presionar todo lo que quiera a Alemania debido a que aquélla es puerta de entrada para todos los refugiados (los verdaderos y los fake); y que si Alemania decide algo contrario a los intereses turcos, Erdogan (que ya va camino de la dictadura islamista) puede abrir el grifo e inundarnos de refugiados. Si es así, el pueblo alemán está vendido; y por extensión la UE. No es difícil de imaginar que ante la próxima avalancha Bruselas imponga cuotas de reparto. Los progres nacionales de cada país ayudarán a vender la operación como «acto de solidaridad» que tendremos que soportar todos, pero ellos no.
Parece que hay líneas de investigación que apuntan a que algunos países árabes financian a esta gentuza. Es decir: el lobo solitario no es tan solitario como parece. Más bien parece víctima propiciatoria, un tipo al que el reclutador islamista le ha lavado el cerebro y convertido ya en víctima antes de cometer el acto. Con la promesa, naturalmente, del Jardín de Alá y las setenta y dos huríes (¿o eran 32? En esto las versiones varían). Luego está la estructura logística: la que proporciona las armas o los explosivos, dependiendo del tipo de atentado que se esté pretendiendo cometer. Y detrás de éstos, que es a lo que vamos, hay alguien que lo está financiando todo. Es ahí donde todo huele muy mal. Mientras los empresarios occidentales hacen buenos negocios, miran a otra parte respecto de lo que hacen sus socios árabes, porque «a fin de cuentas, ellos no son políticos; sólo empresarios».
Pero a ras de suelo, hay algo más importante que nos han robado esta gentuza, más que las vidas de las víctimas de los atentados: la tranquilidad. Tranquilidad de que a uno no le va a pasar nada cuando pasea por la calle con su mujer y sus hijos y de que si pasa algo, las fuerzas del orden van a estar a la altura. Uno nunca sabe si en una aglomeración de gente como la que había en el Weihnachtsmarkt de la Ku’damm (podría haber ocurrido el día anterior y en Spandau, por donde paseaba yo con mi pareja y no cabía un alfiler) va a aparecer un cabrón de islamista conduciendo un camión y se va a llevar por delante a 12 personas y va a dejar 50 heridos. Los islamistas ya atentaron en Manhattan y ahora lo han hecho en Berlín. El peor miedo no es el de la gente que padece los atentados, sino de los políticos a quienes el miedo paraliza y no toman las decisiones necesarias y valientes que deben tomar.
Dicen que la dignidad es el vestido de la moral. Algunos deberían revisar qué clase de vestido llevan o si es que van desnudos. Y recordar que los islamistas tienen sus propios planes respecto de Europa, por mucho que algunos crean que pueden manejarlos o hacer tratos con ellos. Más aún: esos algunos deberían explicarnos si reciben algún pago o contraprestación a cambio de oponerse en los respectivos legislativos nacionales a la independencia energética de Europa respecto del petróleo musulmán. Toda la purria ultraizquierdista debería abrir la boca —ya que la abre para acusar a sus detractores de «extrema derecha», «extremo centro» y, por supuesto, «fascistas»— para explicar eso sin mentir. Por lo que hace a España, ya sabemos que han sido y son financiados por la dictadura islámica iraní. Respecto de los otros en otros países, uno no sabe, pero digamos que si se llega a saber, un servidor de ustedes no se sorprendería en absoluto. La estupidez, en la izquierda que juega a ser democrática, no tiene límites.
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