El Director

Acabo de leer el libro El Director, de David Jiménez García, flamante exdirector El Mundo, diario que por extrañas razones recuerda al banquillo eléctrico de Jesús Gil. Es un libro que se lee rápido –no llega a las 300 páginas–, en el que se nota que el autor es periodista: «mantiene la tensión del relato», según la frase consagrada; y, a pesar de que alguno lo tilda de «ajuste de cuentas», que también lo es, plantea la cuestión de las difíciles relaciones entre el periodismo y el poder, pero desde el punto de vista no del periodista de a pie, ni tampoco desde el poder, sino desde el punto de vista del director de un periódico, que es el personaje sobre el que convergen las diferentes presiones de unos y otros.

Al terminarlo, me ha quedado un regusto un tanto amargo. Alguna vez he comentado en mi blog que los españoles, a pesar de las rimbombancias, la cacareada «modélica Transición», las campanudeces de nuestros dizque representantes, no tenemos derecho a saber la verdad de las cosas. Tenemos derecho, eso sí, a dos versiones de la realidad: una positiva y otra negativa, pero ambas falsas o trufadas de medias verdades. Y no es que sólo lo diga yo: ahí estaba el juez Gómez Bermúdez diciendo que «Los españoles no estamos preparados para saber la verdad del 11-M». Es decir: según esta gentuza de campanillas, somos lo bastante estúpidos y menores de edad como para que nos hurten el relato de lo que ocurrió de verdad en el atentado terrorista más sangriento de la historia de España (200 muertos y 1.500 heridos).

Esta idea es la que preside las relaciones de nuestras ilustrísimas, excelencias y demás tratamientos del Estado con la gente (eufemismo para no decir «chusma» o «populacho»). Los de arriba no quieren que los de abajo sepan sus manejos; y para lograr eso, el periodismo verdadero es un verdadero estorbo. Lo que hoy sabemos es que en el mundillo periodístico nadie quiere «marcarse un Udo Ulfkotte»: o sea, tirar de la manta y contar cómo la CIA y otros servicios secretos compraron la opinión de los medios alemanes, algo que Herr Ulfkotte pagó con su vida. Y no estamos hablando de una oscura dictadura comunista o una teocracia islámica, qué va. Estamos hablando del corazón de Europa, donde se supone que se respetan las libertades de pensamiento, de información y de comunicación. Éste es el precio del libro de denuncia Periodistas comprados (traducción más o menos ajustada de su título en inglés y en alemán, «Gekaufte Journalisten») a día de hoy. ¿Verdad que les suena a censura?


 

Y uno piensa: si eso pasa en Alemania –de la que hablaremos algún día en detalle, pues allí no es oro todo lo que reluce, ni mucho menos–, ¿qué no puede estar pasando en las Batuecas, donde la lista de personas y hechos intocables es como una guía de teléfonos para un periodista honrado (o que trata de serlo, al menos)? ¿Qué pasaría si un día, un periodista honrado tuviera los conocimientos y experiencia suficientes y tirara de la manta? ¿Cabría la posibilidad de que lo pagara con su vida? Antes se era más discreto y a uno lo mandaban a escribir necrológicas en un diario de provincias; pero hoy quizá no se esté tan a salvo.

No voy a discutir si Jiménez García está en posición de dar lecciones, ajuste de cuentas aparte. Eso se lo dejo a los etólogos y otras hierbas de la profesión, guardianes de las esencias. Pero las cuestiones que plantea y las que deja entrever sí son importantes, a mi juicio. Por citar una de ellas sin desvelar totalmente la trama del relato: ¿hasta qué punto son necesarios personajes como El Cardenal (que alguno ha identificado con Antonio Fernández-Galiano), una especie de enlace en el que convergen tres intereses: el del diario que supuestamente protege, el de sus contactos en el poder político y económico y el suyo propio personal) y para quien un periódico es una especie de juguete? Los otros, enfocados a la luz de Jiménez García, parecen algunos verdaderamente «dignos» y otros francamente ridículos.

El libro tiene ese regusto al heptálogo de Orwell, en Rebelión en la granja… después de ser reducido a un solo mandamiento por el cerdo Napoleón. Para la prensa, después de leer este libro, parece que sólo le quedan dos opciones: domesticarse al son del poder y achicharrarse por la pérdida de lectores al ritmo de su pérdida de credibilidad o desaparecer en el extrarradio del sistema, donde hace mucho frío y además hay que competir con miríadas de pequeños blogs y es complicado que a uno lo escuchen.

La función de la prensa, por si alguno lo ha olvidado, es la de decir que «el Rey está desnudo», por mucho que los cortesanos lo adornen. De otro modo, sólo hay escribas al dictado. De hecho, casi lo han conseguido: la gente se interesa menos por la información que por el entretenimiento, de manera que la primera ha rebajado su nivel hasta empezar a ajustarse a lo segundo. A lagente importa más la última prótesis mamaria de una famosilla de medio pelo o el lío de faldas de algún presidente de club de fútbol (única manera de sentar a un señor y a su mujer frente al televisor). Poco a poco, vamos caminando hacia el hecho de que el único «periódico» que se pueda leer sea… el BOE. Ahí lo dejo.

Integrista

Las mañanas de Federico casi nunca dejan de depararme sorpresas. Ahora resulta que un servidor, por defender la vida y la familia frente al aborto (y el divorcio-capricho y la eutanasia) y la ingeniería social LGTB, es un integrista católico. Por pedir que el Estado ayude a las familias numerosas soy una especie de monstruo de la carcundia. De eso me enteré hace dos días.

Que sí, que está muy bien que Federico critique la abducción de VOX por HazteOír, el Yunque y otras hierbas integristas católicas –desgraciadamente las hay, aunque no ametrallen las redacciones de los diarios que no les gustan–. Particularmente, a mí tampoco me gusta la versión rigorista y formalista del catolicismo que propugnan, la del malleus maleficarum, porque olvida interesadamente algo que Jesucristo dijo respecto del poder terrenal: Regnum meum non est de hoc mundo (Jn 18:36). El poder de éstos, en cambio, sí que es de este mundo, por mucho que quieran vestirlo con ropajes «divinos».

Hasta admito que Federico se burle –sin pasarse– de Rocío Monasterio y de su «obsesión por la natalidad y la familia» como si esta obsesión fuera un rorro. Resulta que, en la facción integrista, su poder y su dinero van en proporción directa a su hipocresía en materia de religión. Y si me dijeran que van azuzados por miembros de la Curia y ratas de sacristía a los que les fastidia que el poder de Jesucristo «non est de hoc mundo», tampoco me sorprendería demasiado. De todos modos, a la futura marquesa consorte de Valtierra hay que reconocerle la coherencia: tiene cuatro hijos, aunque se los cuiden para que ella pueda dedicarse a la política y no esconda vergonzantemente, como otras, que tiene servicio.

Pero ahora viene la gran pregunta: si no defendemos la natalidad y la familia propias, ¿cómo creen Federico y otros libegales de vía estrecha que habrá españoles prestos a defender la «Nación española»? ¿Importándolos del otro lado del charco y vendiendo como «evolución» la degradación de lo específicamente español, que es lo que hacen la izquierda y la derecha lacayas del NOM? Tengo un gran respeto por nuestros hermanos del otro lado del charco, de verdad; pero si es posible, prefiero ayudarlos en su país.

Resumiendo: aunque uno pueda burlarse del «integrismo católico», lo cierto es que defender la vida, la natalidad y la familia cuando nuestro crecimiento vegetativo está bajo cero no es una mala idea. Hasta para los libegales y minarquistas con ínfulas (ésos que defienden la teoría del «Estado mínimo» y que suelen ser, curiosamente, gente de pasta) si quieren tener un ejército que defienda lo suyo y que no van a conseguir a golpe de talonario.

CIS estival

Por su interés, colgamos este interesante artículo de Alfonso Ussía en La Razón del día de hoy que disecciona la realidad del Gobierno.

Los gobernantes, aislados y rodeados de pelotas e interesados, no se aperciben del cansancio que causan a sus partidarios y sus votantes. Y vienen los sustos. Rajoy ha triunfado en su política macroeconómica al tiempo que asaltaba a mano armada, por medio de los matones a las órdenes de Montoro, a la clase media, la gran creación del franquismo y motor económico durante el reinado de Juan Carlos I. Con una clase media destruida, la macroeconomía no sirve para ganar unas elecciones. Tenemos un Gobierno antipático presidido por un apático. Lo que nos presentan los otros partidos es mucho peor, pero eso no es mérito de Rajoy. A eso se le llama miedo. Y a pesar del miedo, y a pesar de la macroeconomía triunfante, Rajoy desciende en la estimación popular por un motivo tan poco reflexivo como evidente. Millones de españoles que hemos votado a Rajoy -me incluyo-, que hemos confiado en Rajoy y que hemos creído que Rajoy sería un buen presidente del Gobierno, estamos hasta el gorro de Rajoy, de Soraya, de Montoro y de la política almibarada y dulce del Gobierno de España con los destructores de España.

Soraya tejió el plan de fulminar al socialismo, que es un plan rebosado de riesgo. Casi lo consigue, pero el PSOE, como el PP, en momentos puntuales puede alcanzar techos inesperados desde la seguridad que concede el saber que los suelos se mantienen en millones de votos fieles y seguros. El plan de Soraya no fue otro que alentar a «esos desgarramantas» -según Arriola-, de Podemos y agrietar la fidelidad de los votantes del PSOE. Pero el ratón se ha convertido en león. Podemos ha disfrutado de una publicidad gratuita imposible de superar. Las televisiones, las radios y la prensa han regalado a Podemos sus mejores espacios. Resulta inconcebible que en una sociedad del siglo XXI un partido con hechuras de 1918 y fracturas de 1936 a 1939, reúna la ilusión renovadora de cinco millones de españoles. No se trata de un milagro. Esta realidad pavorosa responde al cálculo errado del perverso plan sorayino. Y si a ello añadimos la benevolencia con Cataluña y sus dirigentes separatistas, y la amenaza de la escisión unilateral respondida desde el Gobierno con palabras que ya nadie cree, y la descomposición de nuestras costumbres gracias a las alianzas municipales y autonómicas de Podemos con el peor PSOE imaginable, se entiende el varapalo del CIS al Gobierno del Partido Popular. No es Rajoy un instigador de iras. Pero sí un generador de cansancios, hastíos e indiferencias.

El Presidente de un Gobierno que simultáneamente es el presidente de su partido, carece de la capacidad de oír. La lealtad se oye, pero en el caso de Rajoy la lealtad se resume en un coro interesado de ambiciones y ascensos que nada tienen que ver con la lealtad. Rajoy es un hombre poderoso poderosamente asustado. Y cuando oye, sólo escucha a quienes le dicen lo que saben que desea oír. La clase media no puede ofrecer puertas giratorias, y la política fiscal, brutal e implacable, se ha desahogado, no en los poderosos, sino en los españoles que viven de su trabajo. El milagro macroeconómico viene de la ruina de la clase media, no de la inteligencia de Rajoy y su equipo económico o sus agentes de la Gestapo tributaria.

Pero aun así, y ante el temor de un comunismo bolivariano o un socialismo sostenido por las ansias vengativas de Podemos -el invento de Soraya-, el PP ganaría cómodamente unas próximas elecciones si sus votantes recibieran un mensaje claro de regeneración ética y firmeza constitucional. Y está a tiempo de hacerlo. Pero nadie, exceptuando a sus colaboradores por la cuenta que les trae, confía ya en Rajoy y en su firmeza para cumplir la ley y obligar a los demás a cumplirla. Ante la claridad y la chulería del separatismo catalán, la ley no se ha cumplido. El diálogo y los trapicheos han tumbado al cumplimiento. El cumplimiento de la ley puede ser engorroso y antipático, pero es obligatorio. Se ha llegado a un punto de desconcierto y desánimo, que sólo un gesto de firmeza, puede impedir su expansión.

Los marcadores económicos anuncian magníficos resultados, y el Gobierno cae estrepitosamente. No todo es la economía, y España lo demuestra. Rajoy ha cansado. Se ha cansado y nos ha cansado a los demás, propios y ajenos. Y España está en juego por culpa de protagonismos y ambiciones personales. Las vacaciones sirven para eso. Para meditar. En el caso de Rajoy el descanso es innecesario porque está suficientemente descansado. O el PP cambia de imágenes y actitudes o el próximo CIS será un ¡Zas!

 
 

Si me queréis, irse

MIRA que admiro a Arturo Pérez-Reverte, siempre en la brecha de dar la cara por la Real Academia más que muchísimos numerarios pacatos, agazapados tras la mata de lo políticamente correcto, con más miedo que siete viejas a señalarse. Mira que, hablando de lo políticamente correcto, le gusta a mi querido Arturo pisar y traspasar la segunda raya de picadores de la dictadura del progresariado y proclamar las obviedades que nadie se atreve ni a pensar, porque van contra los dogmas de la Nueva Inquisición de la Chusma y la Gentuza. Mira que está Pérez-Reverte a la que salta, ahora en el territorio comanche de las redes sociales, donde todos los días corta las dos orejas con lo que está tristemente ocurriendo en España: que la proclamación de la verdad, cuando no de la obviedad, se ha convertido en un acto heroico.

Pues bien, a pesar de todos estos pesares y que la RAE ha aprobado que como no hay casera se van, se van a tomar por saco formas del verbo «ir» que, aunque corrientísimas, quedaban por arcaicas, a Pérez-Reverte, así como a todos sus compañeros de la Real Academia Española se les ha ido la mejor. Si la RAE, Reverte dixit, es un notario de cómo hablamos, no un policía que te denuncia si no lo haces como debes (eso queda para los inquisidores de la igualdad de género, el racismo, la xenofobia, la homofobia y esos nuevos dogmas civiles), en esta ocasión se les ha ido la mejor, a la hora de poner al día la forma imperativa plural del verbo «ir». Como una gran concesión (vamos, como al que le dan en su pueblo la exclusiva de venta de los BMW para los que viven de cobrar el paro), la RAE ha aceptado que junto con «idos» o «íos», la segunda persona del plural del imperativo de «ir» puede ser también «iros». A mí, la verdad, ese plural, más que al verbo «ir», me suena a río de la provincia de Cádiz. «Iros» me suena al plural del Iro, hermosísimo río que no sólo tiene la suerte de desembocar en la Bahía más hermosa de España, sino, encima, por un lugar que tiene un nombre poemático, que suena a verso de Pemán o de Alberti: Caño de Sancti Petri.

Hablando de caño: ¡caño con los académicos, que aprueban formas verbales imperativas sin consultar el verdadero Diccionario de Autoridades, el de la calle, y muy especialmente el del habla gaditana! En Cádiz desmontaron casi todas las industrias, y el Astillero está pendiente de que haya carga de trabajo de fragatas para la morería o no la haya. Pero la reconversión industrial no pudo con la principal fábrica de Cádiz y Jerez: la creación de lenguaje. Desde «liberal» a «pelotazo», aquello es una industria con una cadena de montaje de palabras ingeniosas y divertidas, en producción continua. Y ese Diccionario de Autoridades, o por lo menos «El habla de Cádiz» de Pedro Payán, tenía que haber consultado la RAE a la hora de najarse, o sea, de irse a lo popular y callejero con el imperativo del verbo «ir». Y entre esas autoridades, con toda la gracia de Jerez, se les ha ido la mejor, la más auténtica, la más creadora de lenguaje: Lola Flores. Señores: antes que la RAE admitiera ese imperativo plural de «ir», Lola Flores ya puso en su DRAE particular la forma más correcta: no es ni «idos», ni «íos», ni «iros»; es «irse», a la gaditana. Lo proclamó el 25 de agosto de 1983 en la iglesia de la Encarnación de Marbella, cuando su hija Lolita iba a casarse con Guillermo Furiase y aquello estaba hasta la corcha, empetado. Fue entonces cuando La Faraona, desde la alta pirámide de su gracia jerezana, dijo la frase que se les ha ido viva a los académicos. En esa bulla imposible, Lola proclamó: «Con tanta gente mi hija no se puede casar. Si me queréis, irse.» Pues eso debes decir a tus compañeros de Academia, Arturo querido: «Si me queréis reflejar cómo el pueblo habla, irse. Irse a consultar las obras completas de la gracia infinita de Lola Flores».

No pone esta vez D. Antonio Burgos su dedo en la llaga de la cuestión, en su artículo de hoy en ABC. Se queja, eso sí, de que la RAE no se ha dignado siquiera a consultar Diccionarios de Autoridades populares. Hombre de Dios: si no consultan ni el Covarrubias ni el María Moliner, ¿iban a hacerlo con otros de menor fuste? La cuestión, no obstante, sigue ahí: la RAE, desde hace ya algún tiempo, ni limpia, ni fija, ni da esplendor, limitándose a «aceptar graciosamente» las expresiones emitidas por un pueblo cada vez más deseducado, pues la LOGSE y la LOE hicieron estragos. La RAE, hoy en día, se dedica a raer el lenguaje para que no empiece alguien a decir que es una institución «achacosa e inútil» y que «Hay que lavala» (que dirían los de La Charanga del Tío Honorio). Algo así como «renovarse o morir».

Nada hace prever que la LOMCE del PP-de-Rajoy mejore la situación y los chavales seguirán saliendo de la escuela teledirigidos a una formación superior «sin zarandajas humanísticas». En una «educación» donde se posterga la filosofía y se eliminan las lenguas clásicas, nada va a impedir que en un futuro haya burros (humanísticamente hablando) con grado de Doctorado, más cercanos a los autómatas (con lo que gusta eso a las empresas, más cuanto más grandes son) que a las personas.

Ya he contado alguna vez cómo, en cierta ocasión, me vi apostrofado como «fascista ortográfico» por insistir en la corrección usual del lenguaje frente a una señora cuyo argumento máximo fue «yo escribo como me sale del alma» (hoy probablemente mencionaría una parte más inferior). Y bueno, porque le insistí también en que dedicara menos horas muertas a las redes sociales y más a estudiar la ortografía. En aquel entonces se me echaron encima y no tuve más argumento contra esa marabunta rugiente. Hoy sí. Hoy tengo a mano la frase del teórico marxista Gramsci, que murió en el seno de la Iglesia, para variar: «La primera perversión es la del lenguaje». Y la RAE se plega dócilmente a ese axioma, confundiendo al respetable, en el marasmo del descrédito general de la Cultura con mayúscula. «¿La curtura? Eso no sirve pa ná», que le podrían decir a D. Antonio en su querida Tacita de Plata

Por qué han matado al padre

Artículo de José Javier Esparza publicado en el desaparecido semanario ALBA (Intereconomía) en 2012.

Este texto recoge lo esencial de la ponencia presentada al Congreso Mundial de Familias el 27 de mayo de 2012 y fue publicado después en el semanario ALBA el 1 de junio de ese mismo año. Como algún fiel lector me ha pedido que lo recupere, lo hago.

En la civilización materialista avanzada que hemos construido, la figura del padre sobra. Y no sólo sobra, sino que es sistemáticamente vejada, socavada, escarnecida y, finalmente, destruida por el discurso oficial. Basta pensar en la imagen del padre que aparece, por ejemplo, en las series de animación para niños y para adultos: un tipo primario, tosco, carente de toda calidad personal, absurdamente vago o, cuando no, neciamente absorbido por su trabajo, y siempre, en todos los casos, poco ejemplar, es decir, alguien a quien no se puede tomar como modelo de nada. Y este es el drama, porque hasta no hace mucho tiempo el padre, en el ámbito familiar y social, tenía precisamente por función servir de modelo.

Bien, ¿qué ha pasado? ¿Acaso los humanos contemporáneos hemos visto súbitamente la luz y hemos descubierto que el padre merece morir? No, no es eso lo que ha pasado. Ni esto es tampoco un fenómeno casual. Al revés, estamos ante un fenómeno deliberado. La destrucción de la figura del padre es un viejo propósito de todas las ideologías que desde el último siglo están intentando derribar los últimos vestigios de la sociedad tradicional, natural, para edificar una sociedad nueva, esa sociedad de tipo nihilista que hoy se extiende por todas partes. La destrucción de la figura del padre es uno de los pasos fundamentales de la ingeniería social autodenominada «progresista» y de la ideología «de género».

¿Cómo se ha llevado a cabo este proceso ideológico? Por dos vías. Por una parte, traduciendo a términos de lucha de clases la relación hombre-mujer, donde al hombre, al padre, le toca el desagradable papel de patrono explotador. Al mismo tiempo, haciendo una lectura estrictamente política del mito freudiano de la muerte del padre, de tal manera que exterminar al padre se convierte en paso ineludible para la libertad. Para quien lo haya olvidado, recordaré que Freud, en Tótem y tabú, describe el nacimiento de la civilización mediante un proceso de este género: en una imaginaria horda primitiva, un tiránico viejo macho disfruta de las mujeres y los bienes materiales imponiendo su despótica voluntad sobre los machos jóvenes; un día, sin embargo, los jóvenes se conjuran, dan muerte al viejo macho y devoran ritualmente su cuerpo en un banquete caníbal. Por eso, para ser libre, hay que matar al padre.

Es muy interesante esto de la muerte del padre en Freud, porque demuestra hasta qué punto estamos ante una gigantesca estafa intelectual. Como en tantas otras cosas, Freud coge un hecho antropológico y lo retuerce hasta convertirlo en aniquilación del alma humana. Porque en realidad el hombre, en su crecimiento personal, ha de liberarse de la figura paterna, sí, pero no para destruirla, sino para convertirse en padre a su vez. Es precisamente eso lo que asegura la transmisión de los linajes. Hasta hoy. Hoy está apareciendo ya una generación que ignora para qué sirve un padre. Más aún: una generación educada en la convicción de que la figura del padre es algo intrínsecamente negativo. Las consecuencias no se están haciendo esperar. Yo estoy convencido de que males sociales objetivos como la reducción drástica de la natalidad, el maltrato doméstico o la desorientación de los más pequeños están directamente relacionados con este hecho. ¿Y al menos hemos conseguido ser más libres? No. Y aquí es donde está la clave del asunto.

Como en tantas otras cosas, hoy ya hemos visto a la alimaña debajo de la piel de cordero. El objetivo final de este proceso de muerte del padre no es liberar a los mujeres de la explotación ni liberar a los jóvenes de la presión paterna. No. El objetivo es sustituir la función del padre por otra cosa. El objetivo es sustituir la autoridad paterna por el poder del Estado, del Mercado, del Sistema. Ya no será el padre quien proponga al hijo un modo de vida. Ahora será el Estado el que imponga al hijo un modo de pensar, será el Mercado quien imponga al hijo un modo de consumir, será el Sistema quien imponga al hijo un modo de vivir. Esto no es una amenaza de Casandra; esto lo estamos viendo ya a nuestro alrededor y lo vivimos todos los días en nuestras propias familias.

Por sorprendente que parezca, hay gente que considera que esto es bueno. Si manda el Estado en vez del padre, será más fácil construir una democracia. Por ejemplo. Si manda el Mercado en vez del padre, será más próspera la economía. Por ejemplo. Son argumentos que subyacen en las posiciones de quienes defienden asignaturas adoctrinadoras en la enseñanza o pautas de consumo emancipadas en los jóvenes. Y a lo mejor tienen razón. El problema es que si entregamos nuestras vidas al Estado y al Mercado, corremos el grave riesgo de perder nuestra libertad, porque nadie sabe qué rostro hay detrás de estos nombres tan rimbombantes. Esto ya sería suficiente para rebelarse. Pero es que hay un peligro aún mayor, y es el siguiente: si sustituimos al padre y a la madre por el Estado y el Mercado, estaremos yendo contra la naturaleza humana. Y esto es mucho peor, porque ir contra la naturaleza sólo conduce al desastre y al caos. Y sobre la pérdida de libertad se añadirá la demencia colectiva. Hoy no estamos lejos de ese punto.

Frente a esta situación, es urgente reivindicar la figura del padre. Una figura que encarna cosas muy simples: ordenación y ley. Donde la figura de la madre encarna el amor y la ternura, la del padre debe encarnar el deber, el orden, lo que hay que hacer para que la sociedad funcione. Por decirlo en términos muy simples: la madre cría al hijo y el padre lo orienta a la vida adulta. Eso no quiere decir que el padre no ame, al revés: nada de eso funciona sin amor. Pero sí quiere decir que la madre tiene una función y el padre tiene otra. Que el papá no puede ser una mamá suplementaria ni un colega del hijo.

Esta diferencia de funciones –padre y madre- no es algo que nos hayamos inventado nosotros ni es una ideología ni una religión. Es algo que está en nuestra naturaleza y que se deriva de nuestra propia condición de hombre y de mujer. Las mujeres y los hombres, iguales en muchas cosas, somos distintos en muchas otras; esa diferencia no nos hace enemigos, sino complementarios, y sobre esa complementariedad descansa no ya la civilización –que también—, sino la supervivencia de la especie humana.

Como mujer y hombre somos distintos, también es distinta nuestra proyección personal sobre la vida familiar y social. Y por un elemental hecho de la naturaleza, la mujer se proyecta como madre y el hombre se proyecta como padre. Esto no tiene nada que ver con las estructuras de producción ni con las peculiaridades étnicas, porque ocurre en todas las sociedades y en todos los tiempos, sino que es, insisto, un hecho de naturaleza, es decir, pura antropología. Sencillamente, los humanos somos así.

Hoy vivimos en la primera sociedad materialista de todos los tiempos, y también en la sociedad más artificial de la Historia. Los resultados están a la vista. La deshumanización de nuestras sociedades es un hecho. Por eso creo que ha llegado el momento de plantear con fuerza el rescate de la figura del padre como uno de los objetivos fundamentales de la regeneración social.

Nos han impuesto una sociedad sin columna vertebral. En vez de columna, han colocado una prótesis fabricada con una turbia mezcla de intereses económicos y políticos envuelta en un barniz de ideología igualitaria. Pero esa prótesis termina contaminando a todo el cuerpo. Hoy es preciso extirpar esa prótesis postiza y en su lugar poner de nuevo la columna vertebral de verdad. Recuperar la figura del padre, todo lo adaptada a los tiempos que se quiera, es un paso esencial de esta cirugía de reconstrucción. No hay un minuto que perder.

Jalogüín

Por su interés, reproducimos este artículo, aunque no esté de actualidad porque ya ha pasado una semana. Original aquí.

Del mismo modo que la Semana Santa no tardará en ser confundida con las fiestas de moros y cristianos, las iglesias no tardarán en ser nada más que testigos mudos de un culto extinguido, como los templos paganos y las pirámides.

 

 

 

 

JESÚS LAÍNZ

Calabazas de Halloween acechan entre las verduras. ¡El Imperio ha llegado a la frutería!

Es una constante histórica que a las potencias políticas en sus épocas de grandeza les salgan imitadores. Además del caso más evidente, Roma, si España exportó su lengua, cultura y modas en el siglo XVI, Francia e Inglaterra recogieron el testigo en siglos posteriores. Pero lo que exporta la primera potencia de nuestros días no es precisamente lo elevado: la comida basura, las acrobacias de Michael Jackson y la idiotez de Halloween. Interesante síntoma.

Todas las calabazas son idénticas, perfectas, esféricas, del mismo tamaño y color. Parecen de plástico pero son de verdad. Lo artificial es el aparatoso envoltorio negro, lleno de brujas y espectros, más propio de un juguete que de una hortaliza. Al fin y al cabo se supone que no es para comer, sino para jugar.

Y que nadie eche la culpa a los yanquis: nunca ha existido nada parecido a una Halloween Exportation Agency. Si se ha imitado la cosa en otros países es porque les ha dado la gana. Si el vacío espiritual de Europa se llena con cualquier tontería llegada de la otra orilla del Atlántico o de cualquier otro lugar, no es culpa de los norteamericanos.

Lo más divertido es que estas calabazas tan monas, tan perfectas, tan clónicas que daría grima comérselas, llegadas desde la metrópoli hasta los supermercados más alejados del Imperio, nacieron en Los Alcázares, Murcia, Spain.

Del mismo modo que la Semana Santa no tardará en ser confundida con las fiestas de moros y cristianos, la tomatina de Buñol o la defenestración de la cabra de no sé dónde –para lamentar lo cual no hace falta ni siquiera ser creyente–, las iglesias no tardarán en ser nada más que testigos mudos de un culto extinguido, como los templos paganos y las pirámides. Ya hoy casi sólo cumplen la función de museos para masas ajenas e irrespetuosas con el culto que allí sigue celebrándose marginalmente. Y es la propia Iglesia la que se esfuerza en vulgarizar, en profanar el carácter sacro de sus edificios, rebajando sus ceremonias en persecución de un contraproducente populismo mediante decoraciones degradantes y musiquillas tontas que a veces incluso sirven de soporte para letras disolventes. Por ejemplo, el Imagine de John Lennon durante la consagración. Debe de ser que los curas no saben inglés.

Y en cuanto a la fiesta ésta de las calabazas, no sólo ha barrido con la costumbre bisecular de representar el Tenorio de Zorrilla (¿Tenorio? ¿Zorrilla? No me suenan. ¿En qué equipo juegan?), sino que incluso ha conseguido que mientras los que peinan canas van al cementerio a depositar unas flores y dedicar una oración a sus seres queridos, la juventud más preparada de la historia de Expaña se va de fiesta disfrazada de zombi.

Si en la tradición grecolatina los muertos representaban una presencia benefactora que, generalmente a través de los sueños, aconsejaban y acompañaban a los vivos, los románticos anglosajones consiguieron hacer de ellos unas criaturas espeluznantes; y del Más allá, el reino de la oscuridad. Hasta los niños de corta edad han aprendido que eso de la muerte del cuerpo y la inmortalidad del alma consiste en un pasatiempo dedicado a asustar, perseguir, matar y comerse a la gente. De ello se han encargado hasta los colegios de monjas, donde se anima a la chavalería a celebrar el día de Todos los Santos bailando Thriller.

Esto se cae. Y no por la economía.

Comentario nuestro. Y precisamente porque eso ocurre en escuelas católicas, me gustaría ver a los padres de esas escuelas protestar activamente, contraprogramando la celebración pagana. Y me gustaría también no tener que ver a la Iglesia encogiéndose de hombros, resignada, diciendo: «No se puede luchar contra la moda». Claro que sabiendo quién está al frente de esas modas, pues… Nada tiene de extraño que la juventud actual, recibiendo las enseñanzas que ha recibido, considere la celebración de los Difuntos y de Todos los Santos como una ocasión más para hacer el burro (con todos los respetos para ese noble animal).

¿Sin Juan Carlos I vivimos mejor?

Por su interés reproducimos este artículo de Jesús Cacho, en plan de revisión general de lo que han sido los «39 años de paz y ciencia» del reinado del anterior Jefe del Estado. Y nos tememos que hay mucho más de lo que dice. Original aquí.

Se cumplen dos años de la abdicación de Juan Carlos I y este querido país llamado España sigue en la estacada. Tal podría ser el resumen de un bienio desaprovechado por mor de muchas cosas, entre ellas y quizá la más importante, de la existencia de una clase política que se aferra a sus posiciones de privilegio como una lapa y que tendría que haberse jubilado al mismo tiempo que el Monarca, porque su tiempo ya ha pasado. Un bienio en el que este querido país llamado España ha desaprovechado el influjo reformador y de cambio, siquiera indirecto, que la llegada al trono de un rey como Felipe VI, aparentemente no contaminado por la corrupción, pudiera haber supuesto en la tarea de abordar esas reformas de fondo que tantos españoles están demandando y que se resumen en la necesidad imperiosa de mejorar radicalmente la calidad de nuestra democracia y acabar con la corrupción. Tiempo perdido.

La de Juan Carlos I fue una monarquía cuasi patrimonial acostumbrada, sobre todo después del 23-F, a hacer su real voluntad por culpa del comportamiento de los sucesivos Gobiernos

Es evidente que la de Juan Carlos I fue una monarquía cuasi patrimonial acostumbrada, sobre todo después del 23-F, a hacer su real voluntad por culpa del comportamiento de los sucesivos Gobiernos y sus Parlamentos, que optaron por rehuir su responsabilidad en el control de las actividades del titular de la Corona, al permitir en la práctica su funcionamiento como un poder autónomo, alejado del control democrático y envuelto en un velo de espesa opacidad. Los sucesivos presidentes del Gobierno –en particular Felipe González y José María Aznar, porque los que vinieron después no eran sino simples piezas de un engranaje que no controlaban- se comportaron como auténticos alcahuetes dispuestos a mirar hacia otro lado, como si los españoles que han venido votando a lo largo de estas décadas a los partidos que representan, los partidos del turno, estuvieran condenados a asistir en silencio a las tropelías del titular de la Corona, agradecidos todos como teníamos que estar por el hecho de que hubiera decidido traicionar un día los Principios Fundamentales del Movimiento que juró defender ante Franco, y eso le otorgara patente de corso para hacer de su capa un sayo.

Uno de los mayores éxitos del juancarlismo, si no el que más, consistió en mantener los escándalos de la Corona encerrados bajo siete llaves, lejos de la opinión pública, gracias a ese pacto no escrito con los medios de comunicación que hasta el accidente de Botswana funcionó como una ley de hierro, según el cual lo que ocurría en la casa real era, y en parte sigue siendo, tema tabú, un asunto del que no había que hablar. La cortina de silencio, con todo, se hubiera rasgado más pronto que tarde de no ser por los efectos anestésicos que el crecimiento económico experimentado por el país en estas décadas surtió sobre el inconsciente colectivo. Al españolito de a pie no le importaba demasiado que el Rey se estuviera enriqueciendo de manera nada ortodoxa siempre y cuando él y los suyos pudieran participar del creciente bienestar colectivo proporcionado por el desarrollo, la sanidad universal, la educación gratuita, el consumo, las vacaciones para todos… Todo se vino abajo con el mencionado accidente de caza («Lo siento, me he equivocado. No volverá a ocurrir») junto a lady Corinna, y con la crisis económica que de forma abrupta ha obligado a tantos españolitos que un día se creyeron ricos a echar pie a tierra de una realidad mucho más dura de la que nunca imaginaron.

Una Institución Monárquica muy dañada

Hace dos años, Felipe VI ocupó la cabecera de una Institución Monárquica muy dañada, muy desprestigiada fuera de los ambientes de la derecha tradicional, particularmente entre las generaciones jóvenes, y en medio de una crisis política e institucional de caballo, aderezado todo ello por su correlato de crisis económica, la mayor que España haya conocido en muchas décadas. Siempre hemos sostenido aquí que, situado en el vértice de la pirámide institucional, la responsabilidad de Juan Carlos I en ese Estado de Corrupción en que parece haber devenido nuestro sistema político es inmensa, porque a él competía por encima de todo y de todos el haber sido ejemplo de honradez y probidad no ya en los temas de equilibrio familiar, en los escándalos de faldas, más bien de bragas, que han jalonado su reinado, sino sobre todo en los casos de corrupción que le han convertido en una de la grandes fortunas españolas. Manga el rey, manguemos todos.

En estos últimos dos años, en estos primeros meses de 2016, España y los españoles vivimos nadando asqueados en un mar de corrupción que no parece tener fin

En estos últimos dos años, en estos primeros meses de 2016, España y los españoles vivimos nadando asqueados en un mar de corrupción que no parece tener fin. Es verdad que todos, o casi, son casos viejos, y que la Justicia, mal que bien, parece ir ajustando cuentas con los trapaceros, pero la pura y dura realidad es que la corrupción se ha instalado firmemente entre nosotros, ha echado raíces muy profundas en nuestra sociedad, hasta el punto de que hoy parece muy difícil imaginar una sola operación del sector público donde no se hayan trajinado comisiones, donde no se haya vulnerado la ley, donde el político de turno no se haya enriquecido ilícitamente. Y la corrupción, además de ser una ofensa moral a los millones de españoles capaces de hacer honradamente su trabajo, es un robo al patrimonio colectivo en tanto en cuanto limita el crecimiento económico, resta oportunidades a la libre competencia y esquilma los impuestos que pagamos todos.

En contra de lo que afirmaba algún palanganero disfrazado de predicador de aldea, partidario de que «un rey tenía que morir en la cama» porque lo decía él, aquí nos manifestamos desde la fundación de este diario a favor de la abdicación de Juan Carlos I porque nos parecía decisión lógica y llena de sentido común, conditio sine qua non para, a partir de esa piedra miliar, intentar restañar la moral pública y abordar la recuperación del prestigio perdido de las instituciones. El ciclo político que se inició con la muerte de Franco ha durado casi 43 años y ha venido a morir un mes de junio de 2014 con la abdicación de su principal protagonista. Es obvio que España y los españoles están obligados a intentar diseñar otro nuevo ciclo capaz de transportar en paz y en prosperidad a las nuevas generaciones durante otros 40 años, más o menos hasta el 2050, lo cual significa seguramente abrir la Constitución y, sin la menor duda, arreglar los desperfectos de todo orden que se han ido adhiriendo a las ruedas del sistema, regenerarlo, mejorarlo, limpiarlo de mierda, ennoblecerlo y hacerlo digno de un proyecto capaz de embarcar en su seno a todos los españoles de buena voluntad.

¿Hasta cuándo abusaréis de nuestra paciencia?

Pero esa cuestión no está hoy en el frontispicio de las preocupaciones de nuestra clase política. A poco más de cuatro semanas de unas nuevas elecciones que se adivinan trascendentales, ningún político responde a la pregunta clave de ¿Qué demonios quiere usted hacer con España? ¿Cómo le gustaría a usted que fuera España en el año 2050? ¿Qué decisiones adoptaría usted para hacer de esta España arruinada por una panda de corruptos un país más libre (más liberal), más justo, más respetado, más competitivo, más rico, un país digno de ser vivido, un país del que uno pudiera sentirse razonada, apacible y democráticamente orgulloso? No hay proyecto ninguno de los discursos inanes, en las declaraciones estúpidas, que escuchamos a diario. No hay ideología. No hay deseo de cambio serio alguno. Porque nuestra clase política no quiere cambiar, porque sólo aspira a exprimir las ubres de la vaca hasta que el pobre animal no pueda más, y/o, a lo sumo, a un lampedusiano lavado de fachada que salvaguarde el dorado statu quo.

Mariano Rajoy ya ha anunciado que si es elegido presidente del Gobierno hará exactamente lo mismo que ha venido haciendo desde Noviembre de 2011, es decir, nada o casi nada. Rajoy y este Partido Popular anquilosado, apolillado, podrido, se han convertido en un riesgo serio que amenaza la prosperidad de los españoles; un líder y un partido que tienen como rehenes a 7/8 millones de ciudadanos obligados a votarles asustados ante la atroz alternativa de las ofertas bolivarianas que ven en frente. Y otro tanto ocurre en un PSOE desnortado, que dirige un galán aventurero a quien se le llena la boca reclamando un «cambio» que no significa otra cosa que el viejo «quítate tú para ponerme yo». Dos años perdidos por culpa de una clase política inane. Dos años con España estancada, sin proyecto de futuro, convertida en un erial donde reina la corrupción y no deja de crecer la amargura y el resentimiento de las oportunidades perdidas. ¿Hasta cuándo seguiréis abusando de nuestra paciencia?

Nota de Virginia López Negrete

Por su interés y dadas las informaciones aparecidas en el diario ABC, creemos interesante reproducir la siguiente nota, aparecida en el blog La verdad ofende, que pone en solfa dichas ¿informaciones? Personalmente un servidor de ustedes cree que el compromiso del periodismo es con la verdad y no con determinadas instituciones, en este caso la Monarquía, no sólo cuando atacan a los suyos sino semper et ubique. La nota se explica con una claridad meridiana. Hela aquí, con alguna que otra corrección de estilo:

Por si te interesa: 

En cuanto a la información aparecida en la publicación de hoy del diario ABC, relativa a calificar como «falsa» el acta de la junta del Sindicato que tenía por objeto la designa de letrado dándole instrucciones al objeto de iniciar acciones e interposición de querella en el caso Nóos, me veo en la obligación de significar lo siguiente: 

1) En ningún caso tengo constancia ni conocimiento de falsedad alguna que pudiera afectar al contenido de la misma. 

2) En cualquier caso no olvidemos que la legitimación activa para accionar me viene dada por unos poderes para pleitos a mi favor y a favor de Procurador de los Tribunales, otorgados ante fedatario público (Notario, el cual, si eso fuera así, también hubiera faltado a la verdad)… lo que implica necesariamente que el Notario tuvo que comprobar y legitimar las firmas, otorgándoles la validez necesaria para poder otorgar poderes. 

3) que si bien no me merece ninguna credibilidad lo publicado (toda vez que he podido vivir en mis propias carnes cómo ABC MIENTE Y MANIPULA A SUS LECTORES), y aquí el único objetivo es que yo me vaya u la infanta quede libre y Urdangarín negocie una mínima condena con el fiscal…), repasando las imputaciones que se dirigen en contra del Sr. Miguel Bernad, el cual no olvidemos que no es mi cliente, sino el Sindicato, no se encuentra la de falsedad documental, por lo que no deja de ser lo publicado, a día de hoy, una maniobra más de tantas cuya finalidad no es otra que apartar a la acusación popular de este caso para salvar a la Infanta y de rebote a Urdangarín. Algo reprochable desde todos los ámbitos.

Tengo obligación de secreto profesional por mi cliente. Pero el día que se levante, que se hará, tendremos mucha tela que cortar. 

Un abrazo».

Es lamentable que Cristina de Borbón y Urdangarín se metieran en el jardín en que se han metido. Pero más lamentable aún que una cabecera centenaria se preste a colaborar en la salvación de Bonnie & Clyde porque son «un diario monárquico».

La táctica del salami

Esta entrada está dedicada a Adela, con cariño

Ha escrito Alicia Delibes un artículo estupendo acerca de cómo el comunismo fue cercenando en un plazo razonablemente corto las libertades de los húngaros, y que lo mismo vale ahora para Venezuela. No me cabe duda de que Chávez, tras su golpe fallido, utilizó la misma técnica; si bien hay que notar que cuando surge el chavismo, Venezuela está sumida en una corrupción imposible de atajar por medios normales. Parece que con los garrotazos de Chávez ya nadie se acuerda del estado en que estaba Venezuela antes de él. Había un caldo de cultivo propicio, que terminó de formarse con la última presidencia de Carlos Andrés Pérez, alias CAP, con quienes algunos de los nuestros hicieron tan buenos negocios. Algunos creían entonces en Venezuela, como ahora en España otros, que el dinero podría seguir circulando pese a la corrupción y que habría para todos. El resto, como dice la frase consagrada, es historia. Pero quisiera ampliar un poco más la perspectiva.

El problema, como siempre es el contexto histórico previo que proporciona el éxito a esos regímenes totalitarios. En el caso de Alemania fue el marasmo económico en que la dejó la crisis de 1929, con seis millones de parados en 1930. La Rusia de 1917 está perdiendo la guerra europea y también cabe hablar de marasmo económico. Otro tanto se puede decir de la Italia de 1929. Y así, muchos otros ejemplos. Quedan para la historia también dos constantes: la sordina que se coloca a las voces sensatas que avisan de lo que viene por «derrotistas» o «agoreras» (síndrome de Casandra) y la aparición en escena de un hombre débil que entrega el poder a esos totalitarios. Papel que en Alemania cumplió von Papen al entregárselo a Hitler, y en Rusia, por citar otro ejemplo bien conocido, el liberal y (según parece, masón) Kerenski al no poder frenar el empuje de los bolcheviques.

Pero la táctica del salami no sólo ha sido útil en la transición de regímenes débiles a regímenes totalitarios. También lo ha sido en rebajar la calidad democrática del que en 1970 se llamaba mundo libre, hasta el punto de que hoy se puede hablar de la instauración o funcionamiento de democracias de baja intensidad en la práctica totalidad de ese mundo libre. Ocurre a nivel europeo y, por supuesto, también español. En 1970, Europa (y España, por mucho que los cenutrios de siempre lo nieguen) había alcanzado un nivel de bienestar sin precedentes en el mundo. De pronto, alguien debió pensar que aquello era demasiado bienestar, demasiada riqueza y demasiados derechos. Como hubieran dicho Les Luthiers, «¡Esa hormiguita está VIIIIIIVA! ¡Hay que matarla!». Y desde entonces hemos sufrido la palabra preferida de la izquierda española: recortes en todos los aspectos. Con el PSOE y con el PP, han sido una constante.

Fijémonos en un detalle. Yo no sé cómo estaría Alemania (occidental) en los 70. Pero me parece inconcebible que el Jugendamt (Entidad Pública de Protección de Menores, diríamos aquí) pueda prácticamente amenazar con la cárcel a una familia porque una hija suya de 14 años tiene miedo de ir al colegio debido a un tema de acoso escolar, sin que se les ocurra siquiera solucionar ese tema de acoso. Y todo porque la acosadora es lesbiana (al parecer ya sabe que lo es) y la acosada rechaza sus «requerimientos amorosos». Lo normal sería separarlas para que tuvieran el menor contacto posible. Pero ni eso se plantean. Aun dejando aparte la posibilidad de que el famoso Jugendamt esté dirigido por personas emocionalmente taradas, considero esos hechos escandalosos. ¿Milagros de la socialdemocracia sueca o pervivencia de prácticas comunistas en la sociedad alemana?

La táctica del salami ha servido también para crear una sociedad que, tras una crisis provocada como voladura controlada de sistemas de derechos y libertades, berrea «¡Vivan las caenas!», jaleada por esos periodistas sometidos de los que habla D. Francisco Rubiales Moreno en su libro homónimo. Me horroriza pensar que puedan llegar a cumplirse estas palabras de Alexander Solzhenitsyn en 1975, que la intelligentsia comunista española de entonces declaró anatema (Juan Benet y otros), en una entrevista parcialmente reproducida aquí:

Rusia ha realizado un salto histórico. Rusia, por su experiencia social, se ha colocado muy por delante del mundo entero. No quiero decir con esto que sea un país adelantado: al revés, es un país de esclavos. Pero la experiencia que hemos vivido, las vicisitudes que hemos atravesado, nos coloca en la extraña situación de poder contemplar todo lo que pasa actualmente en Occidente en nuestro propio pasado, y prever el futuro de Occidente en nuestra presente situación actual. Todo cuanto ocurre aquí ya ha ocurrido en Rusia hace tiempo, hace muchos años. Es una perspectiva realmente de ciencia-ficción: estamos viviendo los hechos que están ocurriendo en Occidente hoy, y sin embargo, recordamos que esto mismo ya nos pasó hace muchísimo tiempo a nosotros.

No quiero imaginarme una Europa futura (y dentro de ésta, a España) sometida a los dictados de un totalitarismo comunista, aunque en ese momento no se le llame así.

Oraciones fúnebres

El diario ABC nos tiene acostumbrados a que, de cuando en cuando, algún personaje de campanillas dé una opinión sobre algún tema interesante y de actualidad. Ayer le tocó el turno a Lorenzo Martín-Retortillo Baquer, Catedrático emérito de Derecho Administrativo. Dedicó su Tercera a loar las maravillas que nos ha procurado la muerta en este primer período de 39 años «democráticos», de tal modo que parece el panegírico que se les hace a los difuntos en las películas americanas. Quisiera comentar algunas de las afirmaciones que hace este señor en su artículo.

La primera de todas:

De destacar, ante todo, el clima general de libertades, afianzado por aquella que ha penetrado en la sociedad española, y que ha permitido que las más diversas alternativas y propuestas pudieran ser ofrecidas con toda naturalidad en la campaña.

Sin duda esto entra dentro de la «mitología del 78». Desgraciadamente, tengo que discrepar con D. Lorenzo. No somos ahora más libres que entonces. Y diría que bastante menos. Sin ir más lejos, una de las libertades fundamentales que «garantiza» la Constitución, a saber, la de información, sigue siendo cercenada sin piedad. No sólo —que también— porque no todas las opiniones se pueden verter en todos los sitios. Ejemplos hay: sin ir más lejos, la imposición y/o veto de tertulianos en esas dizque tertulias televisivas y la sumisión perruna de los medios al poder que les da de comer o les permite respirar. Del sombreado y de la infame campaña que se ha sometido a C’s desde la derecha socialdemócrata en el poder en favor de Pablemos mejor ni hablamos.

Pero prosigamos:

Hay que anotar especialmente el masivo interesamiento por la política de parte muy destacada de la juventud, desde el interés de apostar por sus propias ideas, que se ha incorporado así al sistema constitucional, un sistema con evidente vocación de futuro, abierto por tanto al ingreso de las nuevas generaciones.

Siento desilusionar a D. Lorenzo, pero ese «masivo interesamiento» no lo es tanto porque exista un verdadero interés (con las debidas excepciones) por la política en cuanto noble arte de gobierno, sino porque el rechazo tradicional de los jóvenes a la política ha sido capitalizado por un partido de corte comunista con perifollos caribeños y 2.0, dirigido por un flautista de Hamelin con coleta. Y no tengo ninguna duda de que si ese partido llega alguna vez al gran poder (de momento ha llegado a algunos ayuntamientos y la palabra que por ahora define su gestión es «desastre»), nos va a dar más de un disgusto a quienes no comulgamos con las ruedas de molino comunistas.

Aún más:

Otro logro, la presencia de nuevas fuerzas que antes no hablan tenido oportunidad de saltar a la palestra, donde sobresale la amplia capacidad de convocatoria lograda por los penenes de Políticas, con su Podemos (y hablo de Políticas y no de la Complutense. pues como se sabe la Facultad de Políticas tiene unas características muy especiales que no se dan en los demás centros de la Universidad madrileña), así como el triunfo del patriotismo y del buen hacer que han sabido imbuir los de Ciudadanos.

Habrá que recordar a D. Lorenzo que las «nuevas fuerzas» surgen de la mal llamada sociedad civil, que algunos quisieran estabulada y poco más. Y lo más importante: Ciudadanos recogió el descontento en Cataluña por una situación de abandono y/o traición de los castellanohablantes por parte de los partidos presuntamente «constitucionalistas» (PSC y PP), mientras que Podemos recogió el descontento y la rabia ante una casta política que vive de espaldas a aquellos a los cuales presuntamente gobierna y cuyo abandono de responsabilidades hizo que capeáramos mucho peor la crisis que afectó a toda Europa. Esas fuerzas políticas no hubieran tenido ocasión de surgir si todos se hubieran mantenido en su sitio y hubieran cumplido con su obligación. Es decir: de haber cumplido y hecho cumplir la Constitución.

D. Lorenzo y otros como él pretenden aún que «Camelot sigue vivo». Un poco más y nos recuerdan los «25 años de paz y ciencia» que pomposa pero justificadamente celebró el régimen franquista en 1965. Este primer ciclo de 39 años (1975-2014) nos recuerda que durante el reinado de Juan Carlos I pasamos del Estado del Bienestar al Estado negocio (Alejandro Nieto García) y al 5% de comisión. Que ahora tengamos un Jefe del Estado bastante más decente que el emérito significa que efectivamente puede haber un cambio de ciclo.

A nadie se le oculta que los ladrones, antes o después, tendrán que rendir cuentas ante el juez, como establece el sistema constitucional.

Ésta es otra que me da la risa. Si fuera así, las cárceles estarían llenas de delincuentes de cuello blanco, como dicen en los USA. Sin embargo, vemos cómo esos procesos se alargan de forma interminable no tanto por el funcionamiento de la máquina judicial (¿para cuándo una nueva LECrim? Hartos de parcheo, oigan, y de una ley cuya base data de 1882. Sin ir más lejos, su homónima alemana es de 1987), cuanto por presiones políticas, que hacen que las pruebas se demoren (o literalmente desaparezcan de los Juzgados), las listas de imputados no sean todo lo completas que debieran o a determinados imputados ni siquiera se les señala medida cautelar alguna, por ser Vos quien sois.

En lo único en que podemos estar de acuerdo D. Lorenzo y yo es que, más que reformar la Constitución (que sólo son ganas de tocar lo que ustedes se imaginan), lo necesario es cumplirla y hacerla cumplir, reforzando sus mecanismos de cumplimiento. Para ello no necesitamos a un gobernante pusilánime, sino a alguien que esté dispuesto a hacer lo necesario y emplear todos los medios para que se cumpla. De otro modo se seguirán dando puñaladas al cadáver cada 6 de diciembre. Un espectáculo poco edificante para los que tenemos alguna idea sobre este primer ciclo… este… «democrático».

Pensamientos al vuelo

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Las cuatro esquinas del mundo

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Pensamientos diversos a vista de pájaro

Cuatro amiguetes y unas jarras

Ya que no podemos arreglar el mundo, hablaremos de lo que nos interesa: la política y los políticos, el fútbol, el cine, y todo lo que nos molesta, acompañados por unas jarras de cerveza. Bien fresquitas, por supuesto

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Nada hay como el soldado español y mi única aspiración siempre ha sido estar a su altura

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El Patito se vió reflejado en el agua, y la imagen que ésta le devolvía le cautivó por su hermosura: era un magnífico Cisne

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