Lecturas recomendadas

Las tardes de verano son largas; lo bastante como para que a ustedes se les ocurra alguna idea para combatir el tedio y el aburrimiento vacacionales. Así, unos se dedicarán al bricolaje, otros al windsurfing, otros a matar el tiempo en la barra de un bar, otros a… bueno, a toda esa larga de aficiones o hobbies que durante el curso «dejamos para el verano» porque no tenemos tiempo durante el año laboral.

Un servidor de ustedes ha escogido la opción, aparte de dar largos paseos por una ciudad mesetaria, de leer aquello que durante el curso ha tenido que postergar. Tampoco quiero engañarles, por otro lado: lo que hoy traigo a su consideración se trata más bien de una relectura, que a la luz de los acontecimientos recientes y la crisis de fondo ayuda a colocar las cosas en su sitio y a llamarlas por su nombre verdadero.

El libro en cuestión se titula España sin democracia, del profesor don Jesús Neira (Planeta, 2010), conocido por las masas a través de la televisión y también por su ascensión y caída en medios políticos al intentar hacer de la sinceridad una virtud política; como decía el gran Quevedo en el Buscón, «hay cosas que aunque sean verdad no se pueden decir». No se puede intentar abrir los ojos al pueblo acerca de la farsa política que está viviendo y quedar impune. Así que le montaron una operación de acoso y derribo. De tal modo que el profesor Neira acabó volviendo a su profesorado, y sobre todo y muy convenientemente, a su anonimato. Imagino que bastante asqueado por lo que habrá visto en aquellas alturas.

En cualquier caso, el libro es recomendable porque no es un sesudo tratado de Ciencia Política, sino que en apenas 250 páginas trata de condensar las acepciones buenas y malas del término «democracia» e intenta mostrar lo mal que calza ese término en el sistema que padecemos hoy y que sólo quienes se aprovechan al completo de él lo llaman «democracia». Y, lo más interesante: ofrece claves históricas, políticas y jurídicas que nos ayudan a entender que la sacrosanta Transición fue más bien una señorita de compañía de alto standing de la que todos (los caciques) tomaron lo que les convino, y que la Constitución fue la hija jorobada que salió de la coyunda (consenso) entre los caciques viejos del franquismo y los nuevos del progresismo, hambrientos tras «cuarenta años de vacaciones». No es de extrañar que se elaborara en secreto y se presentó al pueblo para que éste la ratificara y nada más.

El libro del profesor Neira pincha uno tras otro los globos de la hipocresía de los defensores del consenso como sistema político, cuyo último argumento, extrañamente, se parece al «¿O es que quieren que vuelva Jones?» de Orwell en Rebelión en la granja. Pero que no se preocupen estos defensores. Si la nación sigue este camino, pueden ocurrir dos cosas: que nos encasqueten un Bundesprotektor o que vuelva un «señor Jones» de verdad y que esos «defensores» tengan que pasarse cuarenta años más de vacaciones.

Diez años

Hoy recordamos a la niña Silvia, que tal día como hoy hace diez años tuvo la «mala suerte» –al decir de los cínicos– de encontrarse con una mochila sospechosa paseando por las calles de Santa Pola (Alicante) y que esa mochila sospechosa explotara arrancándole la vida y la de su abuelo, que la acompañaba. A las 8 de la tarde se celebrará un acto en esa población en recuerdo de Silvia y en apoyo de sus padres, Joaquín y Toñi. Un servidor de ustedes no podrá, desgraciadamente, asistir a dicho acto; pero sí quiere dejar cumplida constancia de cumplir la promesa de acordarse de Silvia e intentar estar en espíritu en su celebración.

Si la violencia etarra no se hubiera cruzado en su camino, hoy Silvia sería una adolescente de 16 años, no muy diferente a tantas otras muchachas que hoy tratan de aprender a elegir un camino en la vida. Probablemente escogería el camino del Bachillerato y de la Universidad. O tal vez hubiera preferido colgar los libros y decir a sus padres: «Mirad, no me gusta estudiar y quiero buscar curro». Lo terrible de la muerte a los seis años es eso: que ya nunca tendremos la certeza de saber qué hubiera escogido esa persona cuando llegara el momento de elegir. Y lo terrible del terrorismo es su indiscriminación: no importa quién seas, ni de qué trabajes, ni quién sea tu familia, o tu filiación política. Si estás en el sitio equivocado en el momento equivocado la bomba se te lleva por delante. Como a tantos ciudadanos de Vallecas. O tantos otros en el Hipercor. O tantos otros en Atocha y Santa Engracia. Ninguna de esas personas era enemiga de la tierra y la patria vasca, como no lo eran los niños que murieron en el atentado a la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza.

No. Todos ellos, incluida Silvia, fueron víctimas colaterales del conflicto vasco, ese conflicto que ETA y sólo ETA, el último rescoldo del franquismo, mantiene con los Estados español y francés «opresores y torturadores». Aunque más con el nuestro, claro. Que si nosotros tratáramos a los terroristas como los tratan en Francia, pronto se acababa la broma terrorista y el cuento de los recogenueces, incluso de los que lo son ad maiorem Dei gloriam. Pero aquí somos más garantistas que nadie, más «demócratas» que nadie, más «progresistas» que nadie. Al parecer, ante cierta opinión internacional todavía hemos de hacernos perdonar los 40 años de «dictadura franquista». Eso explica probablemente que a uno de los captores de José Antonio Ortega Lara no haya que dejarle morir como a un perro, a pesar de que como a un perro tuvieron al funcionario de prisiones Ortega Lara 532 días en un zulo.

Hoy recordaremos a la niña Silvia, la alegría de sus padres y de todos los que la trataron y conocieron. Y afortunadamente, sus padres se verán acompañados de gente que los aprecia y los quiere. No habrá declaraciones campanudas de políticos con cara de palo hablando de «serenidad y firmeza». El senyor ministre, ese traidor, no será bienvenido en ese ambiente. Todo el mundo sabe que tras la conversación (¿tenida?) con ZP, el Ministerio del Interior ha profundizado en la misma política, a saber: la de convertir a unos asesinos brutales en saqueadores del erario público vestidos de lagarterana –«¿es puta o puta como nosotras?»–. Olvidando que la violencia no es un fin en sí mismo para esas malas bestias, sino un medio para conseguir sus objetivos. Eso sí, sin obligarles a renunciar al objetivo de la independentzia, porque eso es «criminalizar ideas» y nosotros, como somos tan «demócratas» y tan «progresistas», no podemos hacer eso.

Dos palabras más me quedan. La primera para los que hablan del «coñazo de las manifestaciones de las víctimas del terrorismo». Mientras no se haga justicia total y completa con esas personas, las víctimas tienen todo el derecho a manifestarse en demanda de memoria, dignidad y justicia todas las veces que quieran. Mientras quienes han asesinado no paguen conforme a la ley sus crímenes y no cumplan íntegramente sus penas en prisión (que un servidor de ustedes preferiría que fueran de 25 años en vez de 1.000, pero sin beneficios penitenciarios y posibilidad de realizar servicios a la comunidad tales como prevención de incendios), no habrá verdadera justicia. Mientras los tribunales se laven las manos y se excusen en que «ellos sólo aplican la ley» y que «la culpa es de los que hacen las leyes» no habrá verdadera justicia. Mientras un político pueda redactar una sentencia a un juez, no habrá verdadera justicia.

Las víctimas solamente piden eso: justicia. No piden «venganza», como han insinuado algunos miserables a quienes hemos tenido la desgracia de leer. Venganza sería el ojo por ojo. Y ni mucho menos ser víctima del terrorismo es una «profesión» o una «lotería» (Sorrocloco, otro miserable del que no nos vamos a olvidar). Es una desgracia, que no entienden aquellos que creen que ETA nunca les va a matar a nadie o aquellos que, siendo víctimas, resulta que están bien protegidas por el aparato de su partido. Ninguna de esas personas a quienes les mataron un un hijo, un marido, un padre, hizo la cola en el INEM ni tuvo una conversación como ésta:

–¿Y usted de qué quiere trabajar?

–Yo, de víctima del terrorismo.

–¿Y eso? –preguntará, extrañado, el funcionario–.

–Hombre, porque podré salir a protestar todos los días contra el Gobierno, cualquiera que sea su color, y siempre tendré razón, aunque no me hagan ni caso…

Y el funcionario escribirá en la ficha: «Manifestante-agitador social fascista».

Y mi segunda (y última) palabra va para quienes ante un atentado terrorista se apresuran a mirar hacia otro lado y a ser equidistantes. A ésos que acusan de «ser ultras» a quienes piden justicia. A ésos que, mirando a otro lado, creen que están fuera de la quema, porque es mejor no significarse, no levantar la voz (signo inequívoco de que no estamos en democracia). A ésos bastaría con recordarles las palabras de Martin Niemöller. Pero quizá ya sea tarde para esas personas bienpensantes, envenenadas por la corrección política (de uno y otro partido), que en esos sitios consiste en pensar que quien no cree en la fantasmagórica entelequia de Euskal Herría simplemente no tiene derecho a vivir. Con la complicidad de muchos políticos de variado tamaño y pelaje, naturalmente: sin esa inestimable colaboración ETA (aunque ahora traten de encajarle un esmoquin y arreglarle la barba, fuera la txapela y las cananas) ya no seguiría siendo posible. Todos esos que no estarán hoy en Santa Pola a las 8 de la tarde acompañando a Toñi y a Joaquín. Los demás sí estaremos, como siempre, en persona o en espíritu.

Un abrazo, Toñi y Joaquín, y ojalá llegue algún día un Gobierno que os haga la justicia que merecéis. Aunque sepamos bien que «justicia que tarda no es justicia».

Sinfonía nº 8 de Gustav Mahler

Retomo hoy la amable competencia que mantengo con el compadre Noatodo. A mi compadre le ha dado este domingo por la monumentalidad y comparte con ustedes la Misa en si menor de papá Bach. Ni qué decir tiene que es una obra de audición absolutamente recomendable y que forma, junto a la Mätthaus Passion una de las cimas (si no la mayor) del arte musical occidental. Les anoto, de paso, un dato curioso: la Misa sirvió como documento justificativo para una petición de trabajo como Kapellmeister en la corte de Polonia, en la que el rey, por narices, tenía que ser católico (no valían todas las cantatas que cubrían un año de liturgia protestante). No resultó; pero afortunadamente y para la historia de la música y para el placer de ustedes queda este monumento a la musa Euterpe.

En cuanto a mi contribución, también yo me he dejado llevar por la monumentalidad. Así, pues, traigo a su consideración la que se puede considerar verdaderamente la obra cumbre del «hijo del carretero ilustrado», Gustav Mahler. Él mismo llamaba a esta obra «su Misa»; y aunque no esté dividida en las siete partes del ordinario latino, uno puede percibir perfectamente que el sentimiento religioso la penetra de principio a fin. Es una sinfonía-oratorio de dos movimientos: el primero, Veni Creator, dedicado al Espíritu Santo, y el segundo, la Escena Final del Segundo Fausto (sobre texto de Goethe), dedicado a la Virgen María y al hecho de que por Su intercesión el alma humana puede salvarse. Ni qué decir tiene que también necesita de un fervor especial para ejecutarse. Continuar leyendo «Sinfonía nº 8 de Gustav Mahler»

El carajal de la OTAN

Hoy, aprovechando que el domingo no hubo minuto musical y que dado el magno acontecimiento nos olvidamos de la «competencia» con nuestro compadre Noatodo, traigo a su consideración esta reliquia musical que ya tiene 31 años. Es un éxito de La Trinca, de cuando en Ferraz, a la pregunta sobre la OTAN, respondían «De entrada, no» (y 5 años después entrábamos: la coherencia no es un atributo conspicuo del socialismo). Y de cuando ellos, los trincaires, estaban más próximos a Nicaragua, 75. Ahora son burgesos, es decir, todo lo que criticaban en sus años mozos (que para eso eran mozos, cony!). El caso es que la OTAN sigue siendo el carajal que era entonces; la diferencia está en que los trincaires lo celebraban al ritmo alegre del bayón y ahora, con la crisis, hasta la sonrisa es un hecho imponible…

Aquí la versión «auténtica» en catalán, cuando aún no gobernaba la pesoe (1981)…

Aquí la versión en castellano, con alguna «variación» porque ya gobernaba la pesoe (1983)…

Sentimientos contrapuestos

Bueno, ya está. Se cumplió el pronóstico: somos campeones de todo lo campeonable. Hace dos años expresaba yo a ustedes mi contento porque nuestra selección ganaba por primera vez un Campeonato del Mundo. Tampoco estábamos para muchos cohetes, y el Gobierno, tras haber pactado con la oposición, nos la metió bien metida mientras celebrábamos el triunfo deportivo: el famoso decretazo laboral, al que los sindicatos, encariñados con el Gobierno, contestaron nada menos que tres meses después con quejíos de cachorrillo y zafia propaganda antiempresarial.

Dos años después aquello que dijimos en ese post, hijo de la euforia furbolera, sigue vigente. Sobre todo y a mi entender, estas líneas:

Pero no quiero caer en el «Todos somos…» o en el «Somos cojonudos». El triunfo corresponde por derecho y en exclusiva a los jugadores de la selección y a quienes más cerca estuvieron de ellos: entrenador, preparadores, fisioterapeutas, equipo médico… Lo que sí podemos decir nosotros es «Tenemos una selección cojonuda», porque eso es bien verdad. A nosotros lo que nos cumple es seguir el ejemplo y exigir que España sea una nación fuerte y unida, como la selección. A pesar de que España en lo político sea un circo con diecisiete pistas en las que no falta un payaso que se cae de culo cada cinco minutos. A pesar de que a los directores del circo les interese que esto siga así por mucho tiempo.

No, no vamos a caer en eso. Y si ya entonces lamentábamos que la Nación no siguiera el ejemplo de la selección, hoy he llegado a la siguiente conclusión: que si la Nación estuviese dirigida por personas equivalentes a Vicente del Bosque y su equipo, tal vez fuésemos nosotros los rescatadores, en vez de interpretar el ingrato y desagradecido papel de rescatados. Inversamente, si la Selección hubiera estado dirigida por personas a la altura de nuestros políticos, es muy dudoso que hubiésemos pasado del primer partido de la eliminatoria. ¿Se imaginan ustedes el espectáculo? Todos los jugadores echándose la zancadilla unos a otros e Iker Casillas durmiendo en la portería y pensando: «Pa lo que me pagan…». Y el enano castigador de Platini (¿por qué no sacan en los guiñoles a ése?) con una sonrisa de oreja a oreja, en vez de esta cara:

También es importante recordar que el triunfo de ayer no se fabricó en dos tardes. Es el esplendoroso resultado de la unión de tres factores: un conjunto de muchachos de cualidades físicas y voluntad sobresalientes, un equipo técnico que supo sacar lo mejor de ellos en todos los sentidos (entrenadores) y cuidarlos hasta el más mínimo detalle (equipo médico y psicológico)… y trabajo, trabajo y trabajo. Que no hay dos sin tres… pero también dos y dos son cuatro. Ojalá alguien tuviera la buena idea de aplicar este método a la política, a la universidad, a la empresa…

Vaughan Williams: Concierto para tuba y orquesta en fa menor

Como ya saben ustedes, en este blog hay espacio para descansar de la política (que parece descender todos los días un grado en sordidez). Y si mi compadre Noatodo trae a su consideración una obra de Frederick Delius, compositor apenas conocido para el gran público, yo les traigo hoy, sin ánimo de «competir», una curiosa obra de Sir Ralph Vaughan-Williams, contemporáneo de Gustav Holst (éste sí, muy conocido por su obra The Planets) y con quien compartió una investigación sobre la música popular inglesa y el gusto por la música inglesa en la época de la dinastía Tudor (hoy popular gracias a una serie de televisión).

La obra que les propongo hoy es el Concierto para tuba y orquesta. La curiosidad de la obra se halla en que hasta este compositor, a nadie se le había ocurrido antes dedicar una obra concertante a la tuba. Para instrumentos de cuerda y madera hay los que uno quiera; de trompeta y trompa hay obras muy estimables (Haydn, Mozart y Strauss, sin ir más lejos); pero cuesta imaginarnos a la reina del metal grave en un papel protagonista. No obstante, es necesario reconocer que Vaughan Williams consigue una obra que suena muy bien, cuando menos, y además muestra un alto grado de exigencia para el intérprete. Aquí les dejo el enlace a la Virgen de los Vídeos (Youtube, naturalmente):

Donna

Nos acaba de dejar una de las grandes damas de la música disco: Donna Summer. A los 63 años un cáncer de mama la venció. Todos los que alguna vez bailamos sus ritmos, allá por los ya lejanos años 70 y 80, añadimos hoy una hoja más a nuestro particular álbum de la nostalgia. Quedan, por supuesto, todas esas canciones bailables que nos hacían sudar en aquellas discotecas llenas de bolas brillantes y en las que su música, junto a las de Tina Charles, Aretha Franklin, Thelma Houston o Shaka Khan, dominaba absolutamente la pista de baile.

¿Y qué mejor para recordarla que su propia música? Aquí les dejo con la canción Last Dance, su último baile. El último baile con una mujer hermosa como ella fue, que aún después de haberse ido nos dejó su aroma en el cuerpo…

Descansa en paz, Donna. Seguro que en el cielo podrás seguir cantando todas esas canciones con que aquí abajo nos alegrabas las noches.

Décima personal (I)

Introducción

Hoy me apetece hablarles, para no abusar de la política, de un músico muy especial para mí: el tovarishch Dmitri Dmitrievich Shostakovich. Fue una especie de descubrimiento, facilitado por los buenos oficios de Radio 2 (hoy Radio Clásica). Es posible, incluso, que se tratara del macro-programa El mundo de la fonografía, dirigido por José Luis Pérez de Arteaga, más conocido por el gran público como el locutor de los vieneses Conciertos de Año Nuevo. Demos gracias a Dios de que el malhadado ERE de RTVE no le tocara ni un pelo de las barbas, como sí hizo (entre otros) con Clásicos populares, Fernando Argenta y Araceli González Campa, desgraciadamente.

Les seré sincero y les confesaré que no recuerdo muy bien por qué me acerqué a él. Posiblemente en aquel programa de radio escuchara alguna de sus sinfonías más famosas (la Quinta, la Séptima o la obra de la que les quiero hablar hoy: la Décima en mi menor, op. 93) y de ahí surgió el enganche. Posiblemente sea un caso de esos en que uno oye la música y sigue a ver hasta dónde le lleva porque no puede dejar de oírla (algo que seguramente le ocurrió a mi admirado compadre Noatodo con alguna interpretación de Don Otto, como dice él, o hace ya algún tiempo, de monsieur Philippe Jarousski, de quien se ha declarado incondicional). Naturalmente, por mucho que a mi compadre Noatodo no le termine de gustar, mi versión es un bootleg de Das Wunder con su orquesta, la Berliner. Y digo bootleg porque Shostakovich es verdaderamente una rareza para el maestro austríaco, más centrado en el Romanticismo. Pero para que no se enfade, citaremos la estupenda versión de Haitink, aunque en este caso con la Sinfónica de Londres).

Centrándonos en la cuestión, situémonos en el tiempo. Los primeros bocetos de la obra datan de 1946; pero la obra, tal como la conocemos, fue compuesta entre julio y octubre de 1953, apenas 7 meses después de la muerte de Stalin. Por eso la crítica es unánime en denominarla la sinfonía del deshielo.

Shostakovich llevaba 8 años sin componer una sinfonía: la Novena (1945), que los capitostes del Partido pretendieron majestuosa al efecto de celebrar «la victoria del Ejército Rojo en la Gran Guerra Patriótica», resultó ser una burla. Luego, la purga de Zhdánov (1948) le despojó de todos sus privilegios como compositor (se dieron cuenta: nada queda impune para el Partido). No era cosa de despertar nuevamente las iras del Partido, y en ese período se dedicó a la música de cámara y concertante, menos «peligrosa» y, sobre todo, menos pública.

Muerto Stalin, en cambio, parecía que se abría una nueva época, un nuevo tiempo, como dicen ahora los pedantes. Así lo entendió Shostakovich, que se puso manos a la obra y, siendo como era un compositor extremadamente veloz, terminó la obra en 4 meses. La estrenó el gran Yevgeny Mravinsky, amigo personal del compositor, en Leningrado (hoy San Petersburgo), el 17 de diciembre de 1953, fecha que extrañamente (o no) coincide con la fecha gregoriana del cumpleaños de Stalin.

Enigmático como siempre, cuando se le preguntó acerca de si la sinfonía tenía programa, dijo «Cada oyente tendrá que descubrirlo por sí mismo», que es casi como mantener el secreto, porque a cada oyente la música nos sugiere diferentes imágenes y conexiones.

La obra

A mi modesto entender, hay varias palabras que cuadran a esta obra, aunque en realidad podrían predicarse de buena parte de la producción del camarada: desesperación, miedo, ferocidad, melancolía… y también esa alegría banal tan cara al llamado «realismo socialista», aunque con bastantes reservas, por lo que luego diremos.

El elenco orquestal que convoca Shostakovich para esta obra es el habitual en él: una orquesta completa, bien surtida de percusión y en la que sólo faltan instrumentos como la celesta, el arpa o el órgano, que no casan muy bien con el carácter de la obra. Veamos con algún detalle la obra.

I. Moderato

El largo movimiento inicial se compone, a nuestro entender, de tres secciones bien diferenciadas. La primera, presidida por este tema, que es el motor de toda la sinfonía:

Después de la sección introductoria de las cuerdas, se inicia una nueva sección. Esta vez es el clarinete solista el que enuncia el tema de la sección. Un tema desolado, dentro del estilo del camarada Shostakovich. Uno no puede dejar de imaginarse la helada tundra y alguien caminando lentamente en medio de la nada:

Esta sección llega al clímax y cierra con un motivo enunciado por el clarinete. En la transición intervienen también fagot y contrafagot. Da paso a una nueva sección, en la cual la flauta enuncia el tercer tema del movimiento. Es una especie de vals renqueante, que recuerda un poco la expresión castiza de «bailar con la más fea».

La sección de desarrollo se basa en estos dos temas. En el momento culminante del desarrollo se oyen los dos temas: una variación del de la flauta (trompas) y del clarinete (cuerda). Nuevamente hallamos aquí la ferocidad y el carácter reconcentrado y deliberado de la música que estamos examinando.

El desarrollo termina de la misma forma que la sección basada en el tema del clarinete. Queda, finalmente, La reexposición es relativamente breve y su existencia justifica que algunos críticos consideren este movimiento como una sonata (dos temas, desarrollo, reexposición y coda, aunque Shostakovich no se ciñe aquí totalmente a ese modelo). En la coda, finalmente, aparecen dos flautines que nos remontan a los primeros compases del acompañamiento del tema clarinete, devolviéndonos a la desesperación, al susurro y al silencio.

Prosit Neujahr!

Aunque sólo sea por chinchar a mi compadre Noatodo, yo también voy a desear a ustedes Feliz Año… pero con la batuta de das Wunder, en el Concierto de Año Nuevo de 1987, dos años antes de su fallecimiento. Mejor así, para que se nos pase el sabor amargo de comprobar que la socialdemocracia sigue viva

Herr Otto, das Wunder y una Sexta

Inspirado nuevamente por mi amigo Noatodo, hoy tampoco me apetece escribir sobre política, que últimamente va de traspasos, urdan-pillines y otras hierbas europeas poco recomendables. Lo único que nos queda claro a los ciudadanos de a pie es que pasaremos una larga temporada en el infierno.

A Dios gracias, siempre nos queda la música, habitualmente libre de servidumbres políticas. En esta ocasión, como les decía, en su último minuto musical Noatodo comparte con nosotros el Beethoven del gran director que fue Otto Klemperer, a quien él cariñosamente llama don Otto. Yo, quizá porque soy de escuela más antigua, prefiero llamarle Herr Otto (de la misma manera que no se me ocurriría llamar «don Heriberto» a das Wunder).

Y créanme que voy a dar la razón a mi compadre, aunque sólo sea por esta vez y sin que sirva de precedente. Pero lo haré desde un punto de vista diferente. Es decir, no desde Beethoven (para mí, la integral que grabó das Wunder en 1963 es de absoluta referencia y de ella abajo las demás, se ponga como se ponga mi compadre), sino de un autor que a Karajan también le ha quedado bastante bien: el ruso Piotr Ilyich Tchaikovski.

En concreto, someto a la consideración de ustedes la Sinfonía nº 6 en si menor, op. 74, que la exacerbada sensibilidad romántica de la época etiquetó de Patética (más patético debió resultar a quien se le ocurrió tal etiqueta, y desde luego, no fue el propio compositor). Un poco al modo de lo que ocurrió con el pobre Chopin, que también tuvo que soportar póstumamente que algunas de sus obras llevaran títulos que él probablemente jamás hubiera aceptado en vida.

La historia de la obra es más o menos conocida: viene a ser como su adiós a la vida; vida marcada por la lucha entre su orientación homosexual y sus esfuerzos por parecer «aceptable» ante la sociedad rusa de su tiempo, nada transigente con el amor entre personas del mismo sexo. Al parecer Tchaikovski picó demasiado alto y consiguió que un sobrino del zar Alejandro II se enamorase de él. Llegado el asunto a oídos del zar, se zanjó sin contemplaciones: se formó un tribunal de honor y prácticamente se condenó a muerte al tovarishch Piotr Ilyich; pero no a fusilamiento, sino a que se quitara la vida (que resulta menos directamente culpable). Así pues, habiéndose declarado a la sazón una epidemia de cólera en Moscú, Tchaikovski aprovechó la ocasión y bebió un vaso de agua sin hervir, lo cual le produjo la muerte en 1893.

Su última sinfonía, que además es su última obra terminada, es por tanto lo que se puede llamar pomposamente su testamento musical. En él Tchaikovski vierte toda su amargura y dolor (en los movimientos extremos), así como la melancolía por los viejos y hermosos días que ya no volverán, esos días de fiestas (segundo) y triunfos (tercero). Pero para no ponernos en plan cebolla invito a ustedes que comparen el scherzo, que es la parte más o menos «optimista» de la obra. Incluyo los minutos exactos por si se quieren centrar exclusivamente en el fragmento citado.

27:00 – 37:45 Klemperer / Philharmonia Orchestra.

28:20 – 36:53 Karajan /Wiener Philharmoniker

La cuestión está en que la música nos presenta un desfile. Para que lo entendamos, lo plantearé en términos españoles. Imagínense ustedes que el calendario marca el Día de las Fuerzas Armadas. Después de haber abucheado a ZP (o no), comienza el desfile. Herr Klemperer, el rey de los tempi lentos, lo plantea al paso del Ejército de Tierra (115 pasos por minuto). Herr Karajan, en cambio, le imprime un paso de legionario (155 pasos por minuto).

Si nos atenemos al criterio de nuestro ya venerable Código Civil, el art. 675 nos dice: «Toda disposición testamentaria deberá entenderse en el sentido literal de sus palabras, a no ser que aparezca claramente que fue otra la voluntad del testador. En caso de duda se observará lo que aparezca más conforme a la intención del testador según el tenor del mismo testamento». Si preguntamos cuál es la versión que mejor expresa la voluntad del testador, la discusión está servida.

Y aquí es donde yo doy la razón a mi compadre. Dejando aparte el tema de la afinación (Herr Karajan afina medio tono más alto de lo normal, cosa que no me gusta), la versión de Herr Klemperer es mucho menos efectista y más contenida. Herr Karajan, en cambio, la interpreta como una especie de marcha enloquecida, una especie de huida hacia adelante. Das Wunder echa el resto de todo el pathos romántico, cosa que me parece un tanto fuera de lugar, incluso tratándose de Tchaikovski, cuya música en ocasiones tiene hasta un punto de histerismo, es cierto; pero no me parece que aquí y en esta música sea lo adecuado o necesario. ¿Quién de los dos se acerca más a lo que el compositor hubiera querido oír? Son ustedes libres de elegir bando.

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